A Segunda Vista

1. El bebé

Mi barrigota ya es imposible de ocultar y llego a trabajar con una sonrisa nerviosa. La oficina parece un escenario de comedia cuando intento acomodarme en mi silla, evitando golpear mi barriga contra el escritorio.

Mis compañeros me miran con asombro, algunos con expresiones de sorpresa y otros con risas contenidas. Mi estado evidentemente ha dejado de ser un secreto.

—¿Valentina, necesitas ayuda para sentarte?—pregunta Luc quien no ha parado de hacer bromas sobre mis propios complejos con mi barriga desde que el bebé ha empezado a hacerse notar.

—No, no te preocupes—le contesto con el mismo sarcasmo al francés—solo estoy lidiando con mi nueva compañera de trabajo aquí —respondo señalando mi abultado abdomen, provocando risas en la oficina.

Durante la reunión de la mañana, intento concentrarme en los informes, pero mi mente divaga hacia las inminentes noches sin dormir y los pañales que me esperan. Mis compañeros, intentando aligerar el ambiente, comienzan a hacer chistes sobre mis antojos y el próximo miembro de la "fuerza laboral".

—¿Qué tal si implementamos una guardería aquí en la oficina? Sería muy conveniente para Valentina—sugiere María, de Contable quien está trabajando muy cerquita de comunicación, entre risas, desatando carcajadas en el equipo.

Me uno a la diversión, aunque en el fondo siento una crisis existencial. ¿Cómo voy a equilibrar la vida laboral y ceder a la maternidad de entregar al bebé? ¿Cómo se supone que debo funcionar en la oficina con esta panza? Sebastián ha contratado al equipo necesario para seguir adelante con el niño solo, me siento terrible porque con el tiempo le he ido tomando cariño y admito que no me quiero deshacer, esto me tiene de los pelos.

Oscar, mi jefe, se aparece sin golpear la puerta, listo para sumarse a la reunión:

—No me gusta que sigan con comentarios acosadores ni hablando del cuerpo de nadie, ¿okay?

Les saco la lengua a Luc y María, pero justo antes de empezar, el ambiente en la oficina cambia abruptamente cuando, de repente, siento una punzada de dolor y me pongo de pie, alarmando a mis compañeros. La expresión de sorpresa en sus rostros se mezcla con la preocupación mientras intento mantener la compostura.

— ¿Estás bien, Valentina? —pregunta Juan, levantándose de su silla.

— No lo sé... —respondo, sintiendo una mezcla de confusión y dolor. De repente, me doy cuenta de que algo no está bien. Al mirar hacia abajo, noto que estoy mojada. La incertidumbre se apodera de mí mientras trato de determinar si me he orinado o si ha ocurrido algo más serio.

Mis compañeros observan la escena, en un silencio incómodo, hasta que María rompe la tensión.

—¡Dios mío, Valentina! ¿Se te rompió la fuente?

Intento procesar la información mientras el dolor persiste. 

—¡¿Que…se me…qué?!

El dolor persiste y suelto un gemido, afirmándome de la silla:

—¡AAAYYY! ¡YA VIENE! ¡YA VIENE!

 




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