Asistente de un dios

11.- Indecisión

Ema

 

Caminé con lentitud por el pasillo, sé que tengo ya mi decisión, pero no se va como se lo va a tomar el presidente en cuanto le diga que me niego a firmar ese contrato. Por lo mismo no estoy con ánimos de llegar a mi puesto de trabajo.

 

—Buenos días, Ema —me saludó Inés que justo se atravesó en mi camino, con su cabello castaño y rizado, que curiosos, se detuvieron en mi—. ¿Estás bien? Luces, decaída.

 

—Hola —le respondí sonriendo—. No tuve buena noche.

 

Y es cierto, pensando en ese pacto no pude dormir.

 

—Además imagino que tampoco anima mucho trabajar en un piso vacío como ese —señaló con una ligera mueca.

 

La verdad es que me resulta lo contrario, en cierta forma aun considero que es un alivio no estar rodeada de tanta gente. Más cuando la actitud del presidente y su familia me incomodaría más en presencia de otros.

 

—Sí, pero supongo que el hecho de que hayan instalado esos escritorios y computadores será porque piensan traer gente a futuro a ocuparlos —le respondí mientras ambas subimos al ascensor.

 

—No, es así —me susurró atenta a que las puertas se cerraran, luego se dirigió hacia mí con un tono más alto—. Esos escritorios eran ocupados por Akunis, pero luego del escándalo de lo que pasó entre el presidente y su anterior asistente, él acabo con cada uno de los que trabajaban en ese piso, no quiso dejar ningún testigo y los mató a todos, y quienes lograron huir se encargó de hacerlos desaparecer a los días. Ningún cuerpo fue recuperado…

 

Abrí los ojos, anonadada por lo que me cuenta.

 

—Durante días la sangre goteaba al piso inferior y lo cerraron mientras no limpiaban la masacre. Tú sabes que siendo un hijo preferido es superior no solo con los humanos, sino con el resto de los Akunis ¿Quién iba a condenar a un tipo así? —arrugó el ceño tensando su rostro—. Por eso es por lo que esta vez no le permitieron tener una asistente Akuni, prefieren que tenga una humana y ante cualquier error no hay problema que él…

 

Guardó silencio de golpe sin terminar sus palabras. Creo que se dio cuenta que decir eso frente a esa asistente humana no es lo más sano.  Quiso decir algo, pero el timbre del ascensor anunció que había llegado a su piso. Se despidió con rapidez y se bajó sin siquiera mirarme a los ojos, supongo que lo que ansiaba era huir antes de que la interrogara por la frase que no terminó de decir.

 

Las puertas se cierran y entrecierro los ojos bajando mi atención al piso deteniéndome en mis propios zapatos. No sé qué pensar de las palabras de Inés, por un lado, sé que los rumores siempre exageran las cosas, pero por otro el inicio de un rumor puede ser verdadero ¿Cómo explicar esos escritorios y computadores vacíos? ¿Será que el comportamiento del presidente fue a consecuencia de algo relacionado con su asistente? Imaginármelo reaccionando de esa forma, causando esa destrucción, o la matanza, aunque no quisiera, es escalofriante.

 

Se detuvo el ascensor y apenas las compuertas se abrieron me vi de frente con la fría y dura mirada del presidente, parece más molesto de la habitual. Retrocedí sin pensarlo aun pensando en la historia de Inés, alzó una de sus cejas antes de acercarse a mi rostro.

 

—Luces pálida —señaló con sequedad—. Pide desayuno para ti, a mi cuenta, cafetería está al tanto de que desayunaras acá a partir de ahora, el menú ya lo elegí yo. Hablaremos a la vuelta tengo que salir en este momento.

 

—Sí, señor presidente —respondí saliendo del ascensor notando su fija mirada mientras las puertas se cerraban.

 

Mi respiración se detuvo hasta que lo vi desaparecer, y luego al entrar al piso no pude evitar mirar a los escritorios vacíos que están alrededor, sintiendo una opresión extraña en vez del alivio que sentía días atrás. Me dirijo a mi puesto, pero detengo mis pasos, titubeando, y desvío mi camino.

 

Con curiosidad observó más de cerca los lugares vacíos, no lucen rotos ni hay nada que indiqué que hubo una masacre en este lugar, me giro más tranquila, hasta que un detalle en una de las patas de uno de los escritorios me llama la atención. Me inclino y veo una mancha roja y seca. Levanto la pata de madera con dificultad encontrándome que toda la parte de abajo es de tono rojo, pero no es pintura, ese color es… sangre. Reviso las otras patas y lo mismo. Por cada una que veo siento a mi corazón latir a una fuerza que me marea. No puedo seguir revisando y me pongo de pie para dirigirme a mi lugar sintiendo que el miedo intenta apoderarse de mí. Me apoyo en mi mesón cuando mis piernas comienzan a tambalear y tomo asiento sirviéndome agua de la jarra fría que hay en la mesa, sin siquiera pensar quien la dejó en este lugar. Los latidos son más fuertes, y el olor a sangre que antes no sentía parece haberse impregnado en mi ropa, y los gritos imaginarios empiezan a atormentarme como si las almas dolidas se hubiesen colocado alrededor de mi intentando contar en medio de alaridos lo que aquí pasó.

 

El timbre del ascensor avisa que alguien ha llegado al piso y me doy vuelta espantada, viendo al señor Ángel Stavrou entrando, siento un alivio que sea él y no el presidente. Me sonríe con cordialidad mientras avanza a mi puesto. Tomo asiento intentando lucir natural.

 

—Hola Ema ¿Está el señor presidente? —me preguntó mirando hacia las dos puertas cerradas que dan a la oficina de Arturo Vikar.

 

—No, salió hace unos minutos, dijo que tenía algo que hacer —le respondí con mi vista pegada en el teléfono recordando que debo llamar a cafetería.

 

—Diablos ¿Qué pasa con Arturo? —masculló luego de resoplar—, me dijo que viniera lo más pronto que podía y no aparece… bueno, voy a esperarlo en su oficina, ya me di el viaje hasta acá.



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En el texto hay: distopia, dioses, embarazo

Editado: 05.03.2022

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