Convénceme de que eres inocente

Capítulo 8: Elizabeth

Llega la hora del almuerzo y nos dirigimos al comedor. Caminamos en fila de dos en dos, mi par parece disgustada por haber terminado conmigo, pero cuando la Nana Zoraida pasa junto a nosotras le sonríe con normalidad.

El comedor es una estancia rectangular enorme, al costado derecho se encuentra la barra con los alimentos y en medio están dispuestas varias mesas alargadas, cada una con una letra del alfabeto. Las Nanas comen juntas en cuatro mesas sobre un escenario al fondo en donde pueden tener una vista panorámica de todo el comedor.

Tómanos una bandeja y pasamos por las barras. Encuentro la comida insípida: arroz integral, verduras al vapor, pollo a la plancha, distintas frutas y detrás un cartel que lo explica todo: “La alimentación es la base de la salud: di no al azúcar, a las grasas y a los condimentos”. Me sirvo un poco de comida y me digo “al menos no es el caldo del Centro de Detención”. Tomo asiento con mi grupo y comienzo a comer. Las mujeres platican entre sí y, a pesar de que me miran a cada rato, ninguna me dirige la palabra. Sé lo que han de pensar, su enorme disgusto por tener a una Salamandra en su grupo. Ni siquiera hago el intento de congraciarme con ellas, no lo vale. La chica de la carcajada desagradable, Constanza, es más evidente al verme, lo noté desde que estábamos en el salón. Sus ojos redondos no se apartan de mí, por momentos me da la impresión de que tiene la mirada desorbitada, no ayuda que mantiene su boca entreabierta. Cuando mis ojos encuentran los suyos se voltea con un ademán exagerado que sacude la mesa, pero el resto hace como que no lo nota.

—Es una afrenta —escucho decir a Lorena.

No se necesita ser un genio para deducir que está hablando sobre mí, ella y la chica embarazada del elevador, Astrid, me miran de reojo con mala cara.

Jugueteó con la comida en mi bandeja, es difícil tener apetito cuando te sientes así de vulnerable.

—¡El desperdicio de comida se castiga! —grita Constanza en mi dirección.

Todas las miradas en la mesa van de Constanza a mí y de regreso. Me quedo perpleja. No entiendo qué hice mal, pero si el grito de Constanza alerta a alguna de las Nanas voy a meterme en problemas. Ellas están buscando el menor indicio para echarme, no quiero atraer su atención hacía mí por nada del mundo.

—Constanza, todavía no terminamos, nadie ha desperdiciado comida. Cállate —responde una de las chicas en la mesa.

Constanza vuelve a sonreír del mismo modo inquietante y las mujeres la miran con mala cara. Creo que a nadie le agrada Constanza y entiendo el porqué. La mesa se queda en silencio y todas comenzamos a comer a prisa; sobre todo yo, que lo último que quiero es dar problemas.

La larga hora del almuerzo termina, pero en lugar de regresar al salón, salimos al jardín del Centro. Es un lugar bonito, austero como el resto de las instalaciones, pero el pasto está bien cuidado y los arbustos recortados.

—Chicas, quitémonos los zapatos y sintamos el pasto a nuestros pies. Esto llenará de energía nuestros cuerpos y nos hará conectar con la naturaleza —nos dice la Nana Margarita.

Hacemos lo que se nos dice, nos quitamos los zapatos y los dejamos junto a un arbusto. Las mujeres comienzan a caminar por el jardín y alzan sus rostros al sol con gozo. Yo deambulo sin saber bien a dónde dirigirme. Me he de ver extraña entre ese grupo de mujeres que se estiran e inhalan aire con complacencia, llevo la cabeza gacha y la espalda encorvada; es obvio que no pertenezco aquí, como una hierba en medio de flores. De pronto unos gritos hacen que me gire. Veo a Constanza correr por el jardín sin la parte superior de su vestido que ha bajado hasta su cintura de modo que las mangas bailotean sin son sobre sus caderas y sus pechos flácidos, completamente expuestos, retumban mientras corre. La Nana Zoraida va tras ella, pero Constanza la esquiva varias veces. Otras Nanas, al ver la escena, se unen a la persecución. Constanza corretea como niña pequeña sin dejar de reír de forma histérica mientras las Nanas le gritan que se detenga.

—Las Nanas prefieren que no miremos fijamente cuando Constanza tiene un episodio —me dice una chica de mi grupo quien se para a mi lado.

Aparto la cara, pero mis ojos insisten en mirar, aunque sea de reojo.

—¿Episodio? —pregunto.

—Sí, Constanza no está del todo bien allá arriba —dice señalándose la cabeza—. Seguro ya lo habrás notado.

—La encontré excéntrica, pero no pensé que... Creí que los locos eran trasladados a los Centros Mentales del Ministerio de la Vida.

—Y yo creí que las Salamandras eran aniquiladas en el Estadio de la Nación, pero ya vez, la escasez de fertilidad hace que el Ministerio sea indulgente y aquí estás tú —responde sin malicia.

La miro con el ceño fruncido. No parece decirlo con intensiones de hacerme sentir mal, pero eso no significa que no lo haga. De repente la reconozco, ese cabello negro a rastas y sus ojos rasgados son inconfundibles.

—¿Elizabeth? —pregunto con sorpresa.

—Sí, esa soy yo —responde sin entusiasmo—. Mi prueba también salió positiva.

Elizabeth formaba parte de la escuadra 5 de las Fuerzas Juveniles de los Caimanes, aunque no estábamos juntas la recuerdo porque tiene la risa más estruendosa que he escuchado.




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