El Milagro de tus Ojos

Capítulo 1

Desde donde estaba sentado, podía percibir el característico olor a cigarrillo que solía acompañar al comisario. En algún punto de las oficinas, este se encontraría fumando y, lo cierto era, que él no podía culparlo.

Él también se encontraba bastante tenso y bajo presión al igual que la mayoría de las personas que trabajaban allí. Oficiales, inspectores, agentes y miembros de la sección de rescate; casi todos esperaban impacientes por alguna novedad sobre los hechos que acontecieron durante los últimos cinco días. Todo se debía al reciente caso que mantenía en vilo a la comunidad local, la desaparición de una niña de nueve años, de quien no se conocía su paradero.

El ruido brusco del movimiento de una silla lo alertó y, acto seguido, oyó los pasos del comisario cada vez más cercanos. El intenso olor a cigarro delató su presencia.

—Scott —dijo el comisario, quien encendió el interruptor de la luz. El despacho se iluminó abarcando cada pequeña esquina con intensidad—. Ya puedes marcharte, hijo. Recién descubro que sigues aquí.

—No tengo nada importante que hacer.

—No estoy seguro de eso. Seguramente sí que tienes cosas que hacer. Deberías relajarte un poco ahora mismo. ¿Por qué no te vas a tu casa a descansar? —le preguntó el jefe tomando asiento frente a él—. Te estás tomando este caso demasiado en serio. Ya ni siquiera sales a almorzar, ya ni siquiera sales de este oscuro despacho.

—Lo sé —contestó el detective asintiendo—. Estoy verdaderamente frustrado, ya sabes cómo me involucro en estos casos.

—Pero no deberías ser tan exigente contigo mismo. Y bien, ¿qué tenemos hasta ahora?

—Pues absolutamente nada. ¡Nada! ¿Lo entiendes? —repuso Scott con frustración—. Eso es lo que me pone aún peor. Han pasado muchos días y temo que pueda haberle sucedido algo.

—Sabes que es muy difícil encontrarla con vida. ¿Lo comprendes? —preguntó Hank con cautela.

—Me niego a creer en eso. Aún recuerdo lo que pasó con el otro niño que cayó al río y le encontramos.

—Lo recuerdo todavía —asintió Hank—. Esa fue toda una hazaña tuya. ¿Cuánto habrá pasado desde entonces? Unos cinco o seis años...

—Siete.

—Recuerdo que fueron dos días de intensa búsqueda. Claro que diste con él cuando... —las palabras se quedaron atascadas en el aire y entonces enmudeció.

—No temas decirlo, Hank —le animó Scott—. No me molesta.

El comisario Hank se armó de valor e inspiró aire profundamente.

—Aún veías —finalizó con la voz entrecortada—. Yo... lo siento tanto. Si aquella vez lo hubiera sabido, si hubiera sido más precavido... el accidente quizá nunca hubiera ocurrido...

—Ya no insistas una vez más con lo mismo —repuso Scott restándole importancia con la mano—. Todo está bien. Entre nosotros todo está bien. Sin rencores. Fue solamente un accidente y... ya pasó.

—Sí, como digas —sorbió su nariz—. Muchacho, ¿por qué no te tomas el resto del día libre? —ofreció a continuación mientras buscaba algo en sus bolsillos.

—Bueno, si tanto insistes...

—Es una orden. Te lo mereces, chico —dijo limpiando su frente y sus ojos brillantes con un pañuelo.

—Está bien... —Scott arrastró las palabras a regañadientes.

—Desaparece. Que sé cuán terco puedes llegar a ser.

Scott resopló audiblemente, entonces se paró, agarró su bastón y luego buscó su abrigo colgado en un perchero situado en una esquina. Una vez listo, salió hacia su casa.

*****

Al día siguiente, estuvo presente a primera hora de la mañana como cada día de su vida en la comisaría y, precisamente, en su despacho. Permaneció sentado durante bastante tiempo escuchando cómo llegaban sus colegas y se incorporaban a sus puestos de trabajo. Maldecía su condición y renegaba con profundo odio de sí mismo. Se sentía impotente y un completo inútil sin nada para hacer allí en las oficinas. Fue entonces que no pudo tolerarlo más, se levantó bruscamente de su asiento y se acercó hasta la puerta, pero unas voces muy conocidas lo hicieron detenerse en ese preciso momento.

—¿Dónde está ese detective? ¿Por qué no se hace aquí presente? —solicitó una voz demasiado estridente.

Los murmullos incrementaron poco a poco su volumen y se apropiaron de los alrededores de la comisaría. Scott, avergonzado, permaneció en silencio y se recargó sobre la puerta.

—¿Qué alboroto es este? —intervino el comisario afuera en los pasillos—. Cálmese, señor Park, o tendré que sacarlo de aquí a la fuerza si continúa en ese estado.

—¿Qué novedades tienen de mi niña? ¡Lleva desaparecida casi una semana! ¡Respondan!

—Estamos trabajando continuamente en su caso. La investigación no se ha detenido en ningún momento. Por favor, pase a mi oficina.

—Quiero ver a su supuesto detective... —pronunció con desdén.

—Le ruego que pase a mi oficina, señor Park —pidió el comisario casi con el mismo tono endurecido.

Las voces y los pasos se alejaron de su alcance, así que Scott regresó derrotado y cabizbajo a su asiento. Empezaban a ser muy habituales las quejas del señor Park en la comisaría, casi podía oírlo todos los días, y estas estaban cargadas de un absoluto desprecio hacia él. Su propio proceder en la investigación resultaba ser demasiado incompetente debido a que no había avance alguno en la búsqueda de la joven Park. No tenía ni una mísera pista que le proporcionara datos adecuados para iniciar un rastrillaje por la zona. En los alrededores de la ciudad prevalecían amplias zonas de espesura y bosque, además de que un peligroso río descendía desde las montañas. Las posibilidades de un fatal desenlace comenzaban a multiplicarse con el transcurso de los días y Scott no podía sentirse más inquieto y apesadumbrado.

En un instante y de imprevisto, golpeó con furia la mesa. Desde que perdió su vista, toda su vida se volvió un completo caos. Si no estuviera incapacitado, estaba seguro de que podría ayudar mucho mejor a sus colegas y no dedicarse al absurdo papeleo que le indicaban hacer. Imaginaba la lástima que debía causarles en cuanto aún le permitían ''trabajar amablemente'' en la comisaría.




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