El Milagro de tus Ojos

Capítulo 8

Scott acarició el vendaje prolijamente adherido a su mano. Nadie se había preocupado de esa manera por él. ¿Podía un corazón insensible volver a latir?

Percibió el entorno a su alrededor. Algo crujiente seguía cociéndose en aceite, un aroma dulce que se asemejaba a vainilla y canela le proveían una sensación de bienestar, pero Jean permanecía en completo silencio.

Luego una vibración al frente en la mesa le hizo reaccionar. Jean había depositado un plato para él. No esperó a que ella le insistiera pues estaba muy hambriento. Alcanzó un bocadillo y lo partió al medio. Entonces se llevó la porción a los labios. Sabía muy dulce y tenía la humedad justa para hacer que la boca se le hiciera agua. No se imaginó comiendo uno solo de esos manjares azucarados.

Pronto el plato se quedó vacío. Scott era demasiado orgulloso como para solicitar que se le apetecían más.

­—¿Quieres café?

—Sí —admitió Scott.

Entonces él pudo notar su presencia. Ella estaba a su lado volcando el café en una taza y, por una milésima de segundo, fue como si hubiese podido verla. No de la forma que tanto quería, es decir completamente, aunque alcanzó a divisar su cabello cayendo en cascada y ocultando parcialmente su rostro. A causa de esto, el propio Scott se sorprendió tanto que se asustó. Su rodilla golpeó el centro de la mesa y la sustancia marrón fue a parar al inmaculado mantel blanco.

—Lo siento.

—Descuida. Es sólo una mancha —dijo ella posando una mano sobre su hombro.

Luego el contacto se retiró. Scott estaba algo aturdido. Su feroz apetito había desaparecido y tenía inmensas ganas de marcharse de allí. Como cada vez que él no podía controlar una situación, tendía a escabullirse y huir. Sin embargo, no podía hacerle eso una vez más a Jean.

—Se helará tu café —dijo ella antes de dar un sorbo a su bebida.

Scott tragó saliva y se obligó a beber un poco. Sabía levemente amargo como le gustaba y le resultaba bastante estimulante.

—¿Has logrado dormir bien?

—Un poco. Tengo calambres por todas partes.

Scott terminó el resto de su café en silencio. No podía dejar de darle vueltas a lo ocurrido hacía unos instantes atrás. Fue un suceso misterioso e impactante, pero en lugar de hablar sobre eso, terminó preguntando por algo que lo inquietaba aún más.

—El casero... —carraspeó—. ¿El casero y tú son algo?

—No, cómo se te ocurre. ¡No somos nada!

Scott se quedó en silencio. La respuesta alterada de Jean reverberó en sus oídos. ¿Cómo podía continuar comportándose como un imbécil? Estaba claro que no era precisamente eso lo que había querido decir. Sin embargo, la contestación a la defensiva de ella lo hirió más de la cuenta.

—Él sólo está obsesionado conmigo —murmuró Jean pasados unos minutos.

Scott apretó sus puños bajo la mesa.

—¿Ha tenido la cobardía de hacerte algún daño? —cuestionó con una voz completamente ajena a él.

—No, no ­—puntualizó al último—. Esta casa siempre está siendo frecuentada por mis clientas. Casi la mayoría son mujeres mayores de edad y que acuden en distintos horarios. Logan tendría que pensarlo bien si quisiera hacerme algún daño.

—He venido yo y mira cómo se ha puesto. Era un peligro en todo el sentido de la palabra.

—Pero eso fue porque... —Jean se ruborizó—, nos vio. Debió malinterpretar la situación.

—No me importa. Lo quiero alejado de ti.

—¿Qué dices? A él le pago la renta —contestó con obviedad.

—La cual pareces tener atrasada...

—Vaya que sí escuchas —valoró Jean­—. Escucha, detective, tú no eres quien para decirme qué debo o no hacer.

—Yo sólo... temí por ti. En realidad, me preocupo por ti —Scott suavizó su voz.

El silencio acaparó la habitación.

—Me preocupo por ti de una manera en la que no debería hacerlo —prosiguió Scott—. Ya ni siquiera es sano para mí. Simplemente n—no debo —cerró los ojos con fuerza.

En ese momento él sintió un contacto tibio acariciándole la mano.

—Sabes, Scott. Si de verdad quieres alejar a una chica, no deberías decirle justo esas palabras.

El ruido del movimiento de la silla pasó totalmente desapercibido para él, pues se concentró en el abrazo de Jean. Aferró los brazos a su cintura y enterró el rostro sintiendo la suavidad del abrigo de lana contra su mejilla. Estuvieron así durante algunos minutos hasta que ella se separó un poco. Los ojos de Scott estaban vidriosos.

—¿Por qué sufres así? ¿Por qué te obligas a no sentir? —preguntó ella acariciando sus mejillas—. La vida es demasiado corta como para tener un corazón de piedra. Vive, Scott, vive —le pidió dejando un beso en su frente.

A continuación, ella intentó alejarse, pero Scott la aferró todavía más. Él se desahogó en lágrimas silenciosas y, de un momento a otro, la soltó.

—Tengo que irme. Seguro que se nota mi ausencia en la comisaría —se incorporó con dificultad—. Gracias por el desayuno.

—¡Espera! Te alcanzo tu bastón y tus gafas.

Scott esperó con paciencia y luego recibió sus pertenencias. Se acomodó las gafas que estaban intactas de milagro y agarró su bastón con la mano derecha. Después se encaminó por cada pasillo para salir hasta la puerta principal seguido de Jean.

Una vez frente a la puerta, se giró hacia ella.

—Gracias por tus curaciones. Y... disculpa, no sé qué me pasó. No soy quién para impedirte qué puedes hacer o no con tu vida. Sólo sentí algo como...

—¿Celos? —terminó Jean por él, quien asintió.

—Lo acepto. Fueron celos —encogió los hombros—. Odio admitirlo, pero no puedo imaginar a ese sujeto cerca de ti otra vez.

El silencio de ella lo inquietó sobremanera.

—¿Dije algo malo?

—No, Scott. Nada de lo que dices me parece malo —Jean sonrió.

Entonces ella se colgó de su cuello lentamente y aproximó sus labios a los suyos hasta que ambos se encontraron. Fue un beso suave y pausado que Scott disfrutó con todo su ser. Ese sentimiento que tanto reprimía, amenazaba con explotar a gritos por ella, hasta que se separaron.




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