El Milagro de tus Ojos

Capítulo 11

Aunque el día estuviera completamente gris, Jean no podía negar que apreciaba la compañía a su lado. El cambio en Scott era tan visible como evidente. No sólo se encontraba más conversador, sino que se mostraba mucho más preocupado que ella misma por su situación. Él era una persona poco sociable y en verdad se esmeraba por agradarle.

Ay, Scott, tus esfuerzos son en vano, pensó Jean con una sonrisa en los labios. Si sigues así, lo único que conseguirás es que acabe por enamorarme de ti...

—Eh, ya basta de hablar de mí —dijo ella. Luego miró al orgulloso perro delante dirigiendo a Scott—. ¿Cuántos años tiene?

—Este pequeñín tendrá sus cinco años.

—¿Pequeñín? —ironizó burlona—. ¡Es una bola de pelos gigante!

Scott emitió una corta risa y entonces algo se agitó en el interior de ella.

—Es mi leal compañero. Lo obtuve como parte del tratamiento cuando... perdí la vista.

—Entiendo. Si no quieres hablar más de ello, lo comprenderé.

—En ese entonces, estaba muy afectado —dijo él haciendo caso omiso—. Desperté en una sala rodeado de cables y con una gran venda en los ojos. Los médicos dijeron que mi vista estaba comprometida en casi su totalidad y no podría ver más. Si quisiera someterme a un tratamiento, perdería el tiempo.

—¿Pero entonces los médicos dijeron que había un tratamiento?

—Sí, lo hay. Pero sería inútil. Es demasiado largo y las probabilidades son de un 0,5 a un 1%.

—Cuanto lo siento, Scott. Eres una de esas personas nobles que no merecen tal percance en su destino.

—A pesar de todo, soy un tipo con suerte —sonrió de manera débil—. Sabes, Jean, no soy tan noble como crees...

—¿Por qué dices eso?

­—Atenté contra mi vida un sinnúmero de veces. A tal punto que pusieron guardias adentro y afuera de mi habitación. Buscaba cualquier cosa con la que quitarme la vida. Era todo un operativo de seguridad ingresar a donde yo estaba, hasta que conocí a Elliot Stagers. Ese hombre salvó mi vida.

—¿Quién fue él?

—Un psicólogo. Me rescató hablándome sobre el universo, su origen, las estrellas, en fin, me habló cuando más lo necesitaba y cuando más solo me había sentido en la vida.

—Tu familia... Ellos...

—Estaba solo. Lo único que me quedaba en ese momento era mi esposa, pero ella se ausentó. Y después, yo lo arruiné.

—Tu vida fue dura, Scott.

—Sí, pero me quedó este pequeñín. Fue lo que me ayudó a salir adelante. Es una lástima que coma tanto...

Jean se contagió de su risa, aunque limpió deprisa una lágrima de su mejilla. Escuchar la historia de Scott, relatada por él mismo, le transmitía muchas emociones. Era una persona demasiado fuerte y resiliente que había decidido compartir esa parte dolorosa de su vida con ella. Apreciaba eso.

Desenroscó su brazo de él. No supo en qué momento se habían acercado tanto como para establecer tal contacto, pero ya era hora de marcharse.

—Fue un paseo agradable.

—Lo mismo digo —Scott sonrió mostrando así su impecable dentadura.

Entonces, en un impulso, ella lo acercó del brazo y depositó un beso suave en su mejilla.

—Tengo que irme.

—Aguardaré impaciente el momento en que volvamos a encontrarnos.

Jean no paró de sonreír desde ese momento ni durante el resto del camino. Sus pasos la alejaron del parque rumbo a su hogar.

*****

Scott no recordaba cuando había hablado tanto sobre sí mismo en una simple charla. Sin embargo, se sentía muy bien. A él solía gustarle más escuchar a los otros y que lo respetaran, pero hoy descubrió que Jean era una magnífica oyente y que podían compartir puntos de vista bastante diferentes. Él siempre se mantenía reservado y hasta distante por temor a lo que los demás pudieran opinar, aunque ella no alargó silencios inesperados y la conversación fluyó de manera armoniosa.

Con su perro tomado de la correa se acercó los pocos metros que restaban hacia el semáforo. Él se había sincerado y había compartido una revelación trágica de su vida a otra persona, que ni siquiera era el comisario sino Jean. Una vez que llegó a la esquina, se detuvo entre la gente pensando. Las luces cambiaron múltiples veces de colores y los transeúntes se abrieron paso, pero Scott siguió inmóvil.

Y así de fría fue también aquella tarde de agosto, cuando apenas había visibilidad en las calles y un Scott más joven conducía el coche de patrulla con placa terminación 76. Detrás de él, en otro coche, le seguía Hank en plena persecución policial. Summers ya era un miembro reconocido y respetable en el escuadrón, pero seguía dedicándose de igual manera a las tareas peligrosas de su oficio.

—¡No lo pierdas, Scott! —rugía Hank.

—¡No lo haré!

Aventó el intercomunicador hacia el otro asiento y pisó el acelerador. El vehículo se desplazó más deprisa a una velocidad peligrosa sobre las calles en plena ciudad. Sus manos se aferraron al volante y siguió la orden del comisario. Atravesó dos semáforos en rojo con éxito mientras la sirena policial taladraba en sus oídos hasta que no lo vio venir.

Un camión remolque de carga pesada salió desde una calle y lo embistió, producto del impacto él perdió el control y sólo sintió el ruido de fierros doblándose e incrustándose directamente en su cuerpo, al igual que ese claxon que...

—¡Señor! ¡Cuidado!

Un brazo lo sujetó. Scott regresó a la normalidad y sintió el viento repentino que procedió de algún vehículo de gran porte directo sobre su cara. Su perro ladró enérgico así que se subió nuevamente a la acera.

—Gracias.

—Tenga más cuidado —contestó la voz de una adolescente.

Scott asintió y procedió su marcha cruzando seguro esta vez la calle. Su agudizado oído detectó burlas jocosas alrededor suyo.

—Para qué diablos lleva entonces un perro...

—No te acerques mucho...

—Si yo fuera él no me despegaría del bastón ni para dormir...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.