El Milagro de tus Ojos

Capítulo 17

Jean anudó los cordones de sus zapatillas y luego se abrigó con un suéter celeste claro. Acomodó su largo cabello debajo de una gorra de lana del mismo color y luego alcanzó su bolso. No pudo evitar quedarse a contemplar por breves segundos su reflejo al espejo. Decidió aplicarse perfume por varias partes del cuello y entonces se dijo mentalmente que se trataba de una denuncia, no de una cita.

Qué patética era, pensó después, Scott sólo aspiraba a protegerla temporariamente y seguro se encontraba en la búsqueda de un nuevo refugio para mantenerla a salvo. Él era un hombre bueno y recto, con sus defectos como cualquier otro, pero eso no había impedido que ella se atreviera a fantasear con él y con una vida en común para ambos.

—¿Estás lista? —le preguntó cuando ingresó a la sala.

—Lista.

Siguió a Scott hacia el exterior de la vivienda y luego lo vio despedirse de Jax. El enorme ovejero alemán se había acostumbrado demasiado rápido a ella así que no pudo dejar de hacerle unos mimos también. Luego él entrelazó su mano con la de ella. Jean miró lo bien que encajaban ambas a la vez que caminaba hacia la comisaría. ¿Por qué razón hasta ahora no podían estar realmente juntos?

—Te tengo preparada una sorpresa —anunció él besando el dorso de su mano.

—No veo qué pueda sorprenderme en una comisaría —contestó sin gracia.

Jean estaba un poco cansada de sus jueguecitos y de seguirle la corriente. Siempre que él podía, la ilusionaba con maravillosas frases de amor y con alguna caricia que despertaba anhelos que no lograba controlar, para luego volverse frío y distante. Cualquiera diría que era un gran manipulador y, si ella no lo conociera en profundidad, estaría segura de opinar exactamente lo mismo.

Scott sonrió y apretó con mayor firmeza su mano. Jean renegó de sí misma por caer de nuevo en sus redes y de pronto se sintió nerviosa. Él no era claramente muy demostrativo, pero desde que habían salido de casa, no había dejado de acariciarle las manos o atraerla a su lado. ¿Por qué razón ahora se comportaba tan dulce? ¿O por qué ella se sentía casi como una adolescente que creía en cuentos de hadas?

Scott le abrió las puertas y ella ingresó a la comisaría. Sus labios formaron de inmediato una sonrisa al ver congregados allí en recepción a varios de sus exvecinos de la comunidad.

—Era una sorpresa —susurró Scott en su oído mientras apretaba con delicadeza sus hombros—. No creas que me he olvidado de ellos —dijo a continuación empujándola hacia delante.

Sus compañeros del barrio se alegraron al verla: las sonrisas se adueñaron de los rostros, las noticias y los chismes del día no se hicieron esperar al igual que las carcajadas de los más pequeños que corrieron a abrazarle las piernas. Jean se sintió regocijada por tanto afecto y contención que sus ojos se humedecieron. La señora Fitzpatrick le alcanzó su pañuelo bordado de rosas rojas y ella lo aceptó.

—Gracias.

—Querida, has pasado por tanto y ni siquiera nos habías dicho que ese sujeto te amenazaba. Ser fuerte no se trata de sólo callar los problemas, sino de compartirlos entre todos. ¿En qué estabas pensando? —la regañó—. Si juntos, somos más fuertes.

—Lo siento. No quería preocuparlos.

—¡Menudo susto nos has dado! De no ser por este caballero, no sabríamos que podría haber sucedido contigo.

—Señora Fitzpatrick... —intervino Scott.

—¡Yo le hubiera volado los dientes! —rugió el señor Willow con determinación—. Mis niños no podrían permanecer cerca de... de semejante cosa —dijo al lado de su esposa.

Varios minutos después, Jean conocía los antecedentes y delitos del supuesto casero, así como sus presuntas estafas. Sus vecinos estaban al tanto de la verdad y esperaban con ansias la oficialización de la denuncia. Algunos de ellos servirían de testigos y presentarían pruebas rotundas que agravarían la situación de Logan. La comunidad se hallaba mucho más tranquila y en orden debido a que, por los medios que correspondieron, un nuevo y gentil arrendador del estado fue designado para la recaudación de impuestos.

Mientras se efectuaba la denuncia, Jean meditó acerca del peligro al que había estado expuesta y al que tanto había subestimado. Si Scott no hubiera aparecido en su vida, quizás ella no estaría a salvo para contarlo. Siempre decían que: más vale prevenir que curar.

Tiempo después, Scott no sólo la sorprendió a ella sino a todos con una magnífica idea: festejar con un almuerzo en el renombrado restaurant de la esquina. Así fue que ella y sus vecinos transitaron unos pocos metros hasta allí. Jean lo buscó con la mirada, pero ella iba adelante y siendo demasiado absorbida por las conversaciones de la señora Willow y sus niños.

Una vez llegada al local, tanto ella como sus conocidos fueron dirigidos hacia una mesa larga y elegante. Ella tomó su ubicación sin dejar de buscar a Scott con la mirada. Cuando lo descubrió, su corazón se encogió. Él estaba apartado en una mesa del rincón completamente solo.

—Scott —lo llamó poniendo una mano sobre su hombro—. ¿Por qué no vienes con nosotros?

—Creí que necesitaban compartir algo de tiempo y ponerse al tanto de sus novedades. Son una comunidad... —contestó avergonzado.

—Les caes absolutamente bien. Todavía hay sillas disponibles. Tú también puedes formar parte.

Ella sonrió cuando él se enderezó y empezó a acompañarla. Se sentaron en la misma fila y, más pronto de lo que imaginó, porciones de pizza y algunas hamburguesas para los más pequeños fueron depositadas sobre la mesa.

—¿Quién pidió todo esto del menú? —se asombró Jean.

—Fui yo —respondió la traviesa de Juliet Willow haciéndose cargo—. Papá dijo que podíamos elegir lo que quisiéramos.

Jean miró de inmediato al señor Willow, quien se encogió de hombros y luego a su esposa, quien renegó meneando la cabeza, aunque aparentemente divertida por los caprichos de su niña. Entonces varios estallaron en risas y, ella sosteniendo la mano de Scott, también lo hizo y fue feliz.




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