Hasta que nos volvamos a ver

6. Amigos

Capítulo dedicado a Florencia Franchioni

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Hoy comencé con la quimio.

No me gustó ni un poco, fundamentalmente, porque me he pasado el día con deseos de vomitar. Noah no ha parado de burlarse de mí alegando que soy una nenaza y cuando decidí no hacerle caso, acotó que era una nenaza que tal vez estuviese embarazada.

Le lancé mi almohada por la cabeza y estoy seguro de que, de no ser por la cara demacrada que tenía, me la habría devuelto.

A ver, no soy tonto, sé por qué lo hace. Solo quiere hacerme olvidar el día de mierda que he tenido haciendo que me enoje con él; sin embargo, es difícil hacerlo cuando tengo todo el estómago revuelto.

No te asustes, ya me siento un pelín mejor o, al menos, ya no creo que vomitaré todos mis órganos.

Le pedí a Noah que me dejara en paz, que se marchara a casa y cuidase de mamá. Se negó rotundamente, dejando claro que mamá era grande y podía cuidarse sola. Ellos se rotan todas las noches, una se queda él, otra ella y así. Me da pena con ellos, sé que no están descansando bien y así se los hago saber, sin embargo, en el fondo, me alegro de que se nieguen. No me gusta la soledad, lo sabes, pero es más tenebrosa aún, cuando estás entre estas cuatro paredes, así que les agradezco infinitamente la compañía.

En mi afán de permanecer fuerte y no demostrar mi debilidad, le pedí que dejara de dar la lata, que no me molestara más porque quería dormir.

Conoces a Noah tanto como yo. ¿Qué crees que hizo?

Exactamente, pasarse mi petición por el fondillo y seguir jodiendo.

Mi cuaderno estaba sobre la mesita de noche y supe el momento justo en que lo vio, pero no conseguí moverme tan rápido y él lo cogió primero. Le advertí que, como se le ocurriera abrirlo, podía olvidarse de que tenía un gemelo y él levantó sus manos en son de paz. Noah es un pesado, pero respeta mi privacidad, así que se limitó a colocarlo en su regazo y acariciar los bordes con distracción. No obstante, hice una nota mental para ponerle un letrero bien grande en la carátula que le recordara, en un futuro, que no podía abrirlo.

No sé cuánto tiempo estuvimos en silencio hasta que él lo rompió preguntando qué tanto escribía en ellos. Yo solo me encogí de hombros y respondí: cosas. Asintió con la cabeza y no dijo nada más hasta varios minutos después.

—¿Hablas de ella? —preguntó.

No dijo tu nombre, pero no lo necesitaba.

—No de ella; le hablo a ella —respondí luego de unos segundos.

Asintió con la cabeza y el silencio volvió a adueñarse de la habitación.

—¿La extrañas? —Volvió a preguntar y yo le dije que esa era la pregunta más tonta que podía hacerme. Es obvio que te extraño.

Le devolví su interrogante y una sonrisa triste cruzó por su rostro mientras asentía con la cabeza.

—A veces me sorprendo con el teléfono en la mano pensando en llamarla —comentó y eso me hizo sentir fatal.

Por mi decisión, muchas personas salieron lastimadas.

—Nada te detiene de hacerlo —le dije y su mirada se encontró con la mía. Había tristeza, pero un poco de esperanza. Sin embargo, negó con la cabeza.

—No, es mejor así.

Y fue ahí donde una pregunta vino a mi mente; una que me ha estado molestando durante años y que, a pesar de que le he cuestionado varias veces, nunca he obtenido respuesta.

—¿Por qué, de la noche a la mañana, dejaste de ser un imbécil con April y pasaste a ser su mejor amigo?

Su repentino nerviosismo me hizo darme cuenta de que, aunque he intentado ignorarlo, siempre he sabido la respuesta.

—Es imposible resistirse a sus mofletes —murmuró antes de disculparse para ir al baño, pero yo sabía que había algo más. No era tan sencillo.

Han pasado veinte minutos desde esa conversación y aún no ha regresado, así que he decidido conversar contigo un rato. Ojalá estuvieses aquí, podría preguntarte qué sucedió aquella noche de julio para que la relación entre ustedes cambiara tanto.

 

Suspiro profundo.

La noche en cuestión tuvo lugar alrededor de seis meses después de que los gemelos Smith irrumpieran en mi vida. Sí, eso fue mucho tiempo soportando a Don impresentable y luchando contra las cosquillas en mi estómago cada vez que el chico de sonrisa bonita me hablaba, me miraba o me sonreía. Cada vez que me regalaba algún dulce, hacía alguna tontería para hacerme reír o dejaba una flor en la puerta delantera de mi casa. Él creía que no sabía de ese último detalle porque solía hacerlo media hora antes de ir al colegio, sin embargo, un día, cuando la curiosidad no daba más, lo espié por la ventana. Fue algo muy adorable.




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