Hasta que nos volvamos a ver

7. Primer beso

Capítulo dedicado a Mairy Quijada (porque sé cuanto amas a Noah)

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Hola, pulgarcita…

Hace ya varios días que no escribo, no he estado muy bien de ánimos, así que pido disculpas. Hoy estoy un poco mejor, al menos he comido algo sin vomitarlo. Creo que se debe a que te vi…

O sea, no realmente, ¿qué daría para que así fuera? En realidad, creo que la pregunta es, ¿qué no daría?

El punto es que he visto una foto tuya. Mi teléfono está lleno de ellas, pero luego de marcharme de tu lado, las guardé todas en una carpeta y le pedí a mi madre que le pusiera contraseña, pues si lo hacía yo, no tendría sentido. No habría tardado demasiado en abrirla. Ella no quería, pero al final terminó aceptando. La que vi la tenía Noah guardada en su billetera. Era una de nosotros tres en uno de nuestros cumpleaños. Tenías doce años, si mi memoria no me falla y estabas en el centro con nuestras mejillas juntas apretando las tuyas.

Recuerdo que Noah dijo que parecías un pescado por cómo había quedado tu boca. También recuerdo el dedo del medio que le dedicaste. Tenías una facilidad increíble para mostrárselo.

Él no sabe que la vi. Dejó su billetera en la mesa al lado de mi cama para ir al baño y yo, con ganas de joderlo un rato porque últimamente es él el único que molesta, la cogí para robarle todo el efectivo. Ahí estaba la foto.

Estabas tan hermosa. Más alta y más delgada que cuando te conocimos, pero con las mismas trenzas que te hacía lucir más niña de lo que en realidad eras.

Fue duro darme cuenta de que, mientras yo evitaba mirar tus fotos por temor a no resistir los deseos de verte en persona y llamarte, él se aferraba a tu recuerdo con uñas y dientes.

El día que me fui de Ardansa, lamenté que mi decisión afectara a mi hermano también, hoy lamento algo mucho más importante, haberme interpuesto entre ustedes.

¿Recuerdas tu primer beso?

No el que nos dimos en aquella fiesta, sino el que compartiste con él.

Mi corazón late con fuerza ante la idea de que Nathan supiera que su hermano me robó mi primer beso. En realidad, creo que la palabra robar le queda un poco grande cuando yo misma deseaba que sucediera, pero no deja de ser aterrador que él fuera consciente de lo sucedido a pesar de que yo intenté, con todas mis fuerzas, enterrar el recuerdo. Por mucho tiempo me convencí de que mi primer beso había sido con el chico que se había robado mi corazón.

Miro a Noah.

¿Se lo contó?

—¿Pasa algo? —pregunta al notar mi atención en él.

No digo nada, solo me limito a mirarlo, gesto que él me devuelve, dándome la sensación, una vez más, de que puede ver a través de mí.

—No, no pasa nada —murmuro y luego centro mi atención en el cuaderno. Sin embargo, por más que me esfuerzo en leerlo, no lo consigo, pues los recuerdos me asaltan como si no hubiese pasado ni un día.

Fue solo unos meses antes de la foto en cuestión. Yo tenía doce años y ellos catorce. Iba saliendo de la escuela y, aunque no estaba tan gordita como cuando los conocí, tampoco estaba tan delgada como en la foto, por lo que algunos imbéciles continuaban con sus comentarios desagradables. Por lo general, era buena ignorándolos, pero ese día parecían empeñados en romperme. No lo consiguieron, no como les habría gustado, pero sin duda fueron el detonante para mi resolución de bajar de peso.

Volviendo al tema principal. Los gemelos tenían educación física hasta más tarde, así que me tocaba regresar sola a casa y tuve la mala suerte de encontrarme al imbécil mayor de la escuela junto a su séquito de más imbéciles aún. Comentarios como gorda, cerdito, bola, cara de plato u otros ya no me afectaban como al inicio y supongo que ellos lo notaron, así que se atrevieron a ir a más.

Me hicieron la zancadilla y caí al suelo, raspando mis manos al usarlas para evitar un golpe mayor. Reprimí el gemido de dolor y me obligué a tragar las lágrimas que pugnaron por salir. Intenté levantarme y el líder de la pandilla me cogió por los hombros, obligándome a quedarme en el piso.

Uno de ellos se acercó con un donut de chocolate y entre los dos me abrieron la boca y lo metieron dentro, mientras el resto se divertía de lo lindo.

Fue ahí cuando llegó Noah. Sin previo aviso me los quitó de encima y los golpeó a ambos en la boca con asombrosa facilidad, mientras yo intentaba sacar de la mía el donut, reprimiendo las arcadas y sin poder evitar ya las lágrimas.

Noah me ayudó a levantarme y me puso detrás de él cuando el grupillo empezó a acercarse con una cara de delincuentes que daba miedo. Eran cinco, pero el gemelo era grande y para nada se parecía al palitroque de antes, así que, por un instante, pensé que podría ganarles. Hasta que llegó el hermano de uno de ellos con dos de sus amigos. Eran como dos cursos mayores que mi salvador y supongo que este notó la repentina desventaja; por lo que, antes de que las cosas se pusieran realmente feas, sujetó mi mano derecha y me obligó a correr detrás de él.




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