Historias de la cuarentena

El auto color negro.

Engreído, y un tanto sarcástico, era ese ser típico de su petulancia, y su actuar que irradiaba molestia entre las personas que lo tenían que desgraciadamente frecuentar. No siempre se salen con la suya las alimañas que hacen de las suyas. Valga la redundancia, pues merece repetición por taimado. No, sino cuando por suerte del destino, que ya no lo esperaba en su camino adquirió el modelo de auto estilo clásico. Era de un tío abuelo al que jamás le prestó la debida atención. Fue recibido aquel por unas pocas monedas. Aunque cuando decidió manipular el vehículo con gracia para salir por las noches, llego la fatal noticia de que todos los habitantes de la ciudad debían permanecer en sus casas por cuestiones de salubridad. Todo por un virus que volaba por el aire, y que caminaba por la tierra, y viajaba con los humanos.

 

Esto no impidió a que este pez nadaré por las aguas de las rutas. Fue un domingo de noche, a sabiendas de que no lo localizarían pues el día del descanso, era como se dice de descanso, y se reducía la vigilancia policial No obstante las personas ubicadas en razón sabían bien que no debían salir de sus casas. Todo era un desierto, o eso le pareció fantástico a este hombre, que tomó su ansiedad, y camino hasta su bólido oscuro. Abrió la puerta, y colocó las llaves, y la giró suavemente. El motor hizo su estruendo, sonido que no le importó en absoluto. Arrancó desde la calle principal, y luego la avenida, hasta dar a una ruta de autopista. Era una noche de esas donde la luna menguante tapa con su manto color negro parte del cielo. Y donde no es sensato recorrer.

 

El carro de color negro avanzaba en la carretera que cruza los atajos. Y la música de AC DC estaba en pleno auge. Le gusta escuchar melodías en pleno avance. Es un auto desgastado en la chapa, cuya inscripción ya no se lee, pues el tío no le propinó un buen cuidado en sus últimos años. Ahora, este mismo duerme en manos de un ser al que nadie quiere conocer conociéndolo, ni conocerá en su falta de conocimiento por su arrogancia. El muchacho golpea la guantera, y en aquel sitio vacío encuentra una inscripción con el siguiente dictado: la parca conduce con estilo y no es despistado cuando de hallazgos se trata. ¿A qué se refería? ¿Quién lo sabe? No prestó atención a la inverosímil frase llena de interrogantes. La noche era de él, sin saber que también pertenecía a alguien más. Recordó de pequeño cuando su padre en una ruta parecida, advirtió que si llegasen a perder rumbo sería mejor no continuar. Luego ese punto de la memoria se desvaneció. Se mantenía firme el testarudo en su marcha. Al cabo de conducir, perdió la visibilidad de las luces, esto lo desorientó, pues había una cierta neblina espesa alrededor.

 

Un pobre condenado cayó producto de su ambigua creencia a lo desconocido y su intolerancia. Se extravió a pesar de las advertencias en un camino oscuro y sin aviso. Claro como parte de la noche, se mezclaron las ideas ante una luz que esperaba allí sentada. Era alguien que aguardaba que un alma caritativa estacionase. Fue un instante para que el ratón, piense que era la fortuna que le sonreía. Un aventón, y le abrió la puerta.

 

- Bonito auto – comenta ella -

 

 

- Fue una compra de subasta familiar de un tío. Una de esas baratijas olvidadas – golpea el volante con arrogancia.

- El auto habla. – le comenta al acariciar con la yema de sus dedos la madera reseca

-

- Es solo un montón de lata. ¿A dónde te llevo?

- Bien a lo lejos, derecho. Muy lejos –

- ¿Qué tan lejos linda?

- Lo más lejos posibles, donde no se oigan, las palabras – sus mejillas se sonrojaron observando el horizonte al pasar por la ventana, y al mismo tiempo sus labios se agrandaron como bolsas en un rostro desdibujado en el espejo de la puerta de su lado, sin la imagen que advirtiera reflejo en aquel retrovisor.

La dama lo miró luego, y el hombre sonrió jocoso sin percatarse. Es mi noche dice en su adentro, tu hora comenta ella en el fuero interno de la mente. La velocidad se redujo. Algo pasa piensa el ingenuo iluso. Un búho hacedor de filosóficas tertulias posado en una rama de un árbol, conversa con un cuervo de ojos rojos que aplica la condena. Los animales de la noche estaban atentos a todo lo que podría suceder. Que más dá, es un alma en pena cita la lengua del demonio vestido de doncella. El hombre se acalora, y ella se le acerca, y besa su pecho que descubre en menos de una mísera jornada, como queriendo el sexo perpetuar, lo que aflora. Se consumían las llamas, y los gritos no alcanzaban. Los diablos están fuera, y se cobran unas almas. El carruaje es una buena pista para saber que no hay que levantar a nadie en la ruta de la vida.

El auto esta sin dueño aparentemente. La chapa del dominio manifiesta que pertenece a un tal Alvares Cecilio ya fallecido. Devolvieron el automóvil a sus descendientes que manifestaron que lo habían vendido a un pariente con el que no tenían mucha relación. Pues, esa persona no estaba el día que encontramos este auto en medio de la carretera respondió el oficial. Las dudas se extraviaron en el camino, como cualquier evidencia. Al final de cuentas aquel rodado permanece en el garaje que era del tío, para ser nuevamente vendido a algún engendro que no tardará en llegar. El virus se había retirado, y la cuarentena estaba concluida, la ruta de todas maneras seguía sin autos.

 


Aparece alguien, otro borrego para el matadero,con cara de altanero, que observa el bólido,y lo adquiere por un par de centavos y una cláusula de pronta devolución porser otro mentecato, necio. Seguro va a salir a las calles, y quien sabe en la carretera encuentre a alguien. - 

 




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