Historias de la cuarentena

Una mancha en la pared. -

Creció tanto que no podíamos saber cómo escapar cuando ya era tarde ante esa cosa. Esa humedad, que nunca debimos tocar -

 

 

 

La casa tenía dos habitaciones, una sala central, cocina, y baño. Nadia, y Cintia, dos estudiantes universitarias la alquilaron. Pagando gastos a medias costearían una vivienda, y les quedaría resto para lo correspondiente a sus estudios, a pesar de ambas trabajar en rubros laborales diferentes.

 

El dueño era un extranjero polaco que apenas hablaba el castellano – español, pero llegaron a un acuerdo con una renta accesible.

 

Pasaron tres meses desde su ingreso en la morada, por su móvil, Nadia le comenta a Cintia lo que el gobierno estaba por decidir con relación a la cuarentena. Se había expandido un virus desconocido desde el otro lado del oriente, y nadie a ciencia cierta sabía su origen, aunque se idearon conjeturas en base a las siguientes hipótesis. Que venía de un animal, un roedor como lo fue la peste, cuando era por las pulgas las responsables de tal desastre en Europa. Luego que podría ser producto de un laboratorio. Se escapó por alguna grieta y acá está visitando a los seres humanos. Otros hablan de conspiraciones, guerras internas. Guerras químicas. Entre países del primer orden.

 

La cuestión es que se tomaron las medidas paliativas determinadas a fin de no producirse un caos completo en el mundo.

 

Cintia llega a su casa con sus libros, sabiendo sobre el asunto. Nadia bastante precavida, realizó las compras respectivas. No se podía salir de la morada, sea quien sea, hasta determinar las causas.

 

- ¿Te parece que esto puede llegar agravarse? – le pregunta Cintia preocupada por todos los hechos. –

 

¡Puede que sí! Leí en las noticias que ya se suman una cantidad considerable de muertos. Y desaparecidos.

 

- ¿Deben haberse escapado de sus casas por el pánico? – opina pensando con la mirada

 

- Quizás, el miedo es muy asertivo en relación hacia donde quiere apuntar su cuchilla. – comenta Nadia. -

 

- Es muy filosófico, esa metáfora – aclara Cintia -

 

- Muy real, también – le responde su amiga –

 

- Tenemos todo para unos días. Acuérdate que solo puedes salir con un permiso para realizar alguna actividad.

 

- Si, lo escuche en las noticias. estará toda desierta la ciudad.

 

 

 

 

- Posiblemente. – responde – ¿ahora te diste cuenta de esa mancha en la pared? – le comenta Nadia al percatarse de ello. Un manchón en el living.

 

- No. ¿Parece un hongo verde no? – pregunta Cintia. -

 

- No te puedo creer en la situación que estamos, y para colmo ¿tenemos humedad en la casa? – comenta enfadada Nadia.

 

- No prestes atención, cuando esto termine, lo arreglaremos. Tal vez sea un caño interno averiado, o una marca que se produjo en la pared que se puede lijar.

 

- Tengo papel de lija, podría probar – piensa Nadia

 

- Todo tuyo el trabajo. Prefiero aguardar, a ver si por ignorancia pasa a mayores el problema.

 

Por la tarde Nadia colocó en el suelo unos papeles de diarios para polvillo cerca de la pared donde la mancha se había producido. Con una silla, su subió en ella, y finamente comenzó el trabajo de lijar la pared cuidadosamente. Con un tiempo considerable el verdor ya no estaba en ella, todo el suelo estaba salpicado por el efecto de la polvareda. Observó detenidamente con una sonrisa por una labor bien hecha. Le comentó a su amiga, jactándose de que no precisaban de alguien para solucionar aquel defecto.

 

Acto seguido limpio todo el espacio, pero advirtió que algo no estaba bien. Las salpicaduras, estaban por todo el suelo, y parte de la pared. Como si se hubiera reproducido de inmediato y en tiempo record. Lijó parte del suelo borrando cada una de las manchas como podía. Era como si fuera una goma sobre el tinte de una hoja secante.

 

- Te dije que no hicieras nada – la reprime Cintia cruzada de brazos lamentándose por el desperfecto –

 

- Guardá silenció – responde su amiga. – lo dejaré así, y veremos. – alguna marcas había desaparecido quedando solo los contornos –

 

A la noche cenaron algo liviano. Unas verduras al horno, y de tomar cerveza. El sueño pronto se hizo presente, y fueron a descansar en sus respectivas habitaciones. El goteo de la canilla en la cocina a media noche, hizo que Cintia despertase para ir a cerrar completamente el grifo. A oscuras caminaba sin poder visualizar nada alrededor. Estando descalza sintió en la planta de sus pies un gélido, y húmedo líquido. Como si el suelo estuviese pasado por agua, aunque el efecto del sueño, y el despertar no le permitían tomarse el tiempo para verificar lo que podría ser. Al cruzar la sala central, hasta la cocina, apretó el interruptor de luz de la misma, y fue hasta el lavatorio donde giró la perilla del grifo. El tintineo de las gotas concluyó de manera satisfactoria. Se dio media vuelta, y pudo ver entre la luz de aquella habitación, y la penumbra de la sala el manchón de verdor expandido en todo el suelo, hasta cruzar la línea divisoria entre una sala y otra.

 

- ¡Nadia!. ¡Nadia! Vení ¡urgente!

 

Su amiga se despertó a los saltos de la cama, se incorporó de ella, y cuando se quiso poner de pie resbaló al suelo. Un golpe certero en su cien, hizo que ella se sintiera aturdida. Cintia preguntando si estaba bien, dio un paso extenso desde la cocina hasta la habitación de ella velozmente ante el ruido del golpe que se había dado su amiga. Llega a la alcoba a oscuras. -

 

 

 

 

- ¿Estás bien? – le pregunta Cintia

 

- Si – apenas responde. – ¿Qué ocurre?

 

Cintia enciende el interruptor de su habitación, y ambas se paralizan ante lo que sus ojos veían. Todo el suelo verde de esos hongos. Esa mancha extraña. Nadia tantea visualmente su cuerpo, y el verdor de su piel estaba por todas partes. Al girar la vista a Cintia examina sus pies, tobillos, piernas. Completamente cubierta de esa masa. Lo mismo ocurre con ella, en su cabeza, manos, y parte de su cuerpo.




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