La Biblia de los Caídos

Versículo 25

El Gris se llevó la mano a la oreja y aguzó el oído.

Una de las runas que se había grabado en la piel, una de las más dolorosas, aumentaba sus sentidos. Captaba el crujir de las paredes de la casa con total claridad, probablemente a causa de la pelea con Silvia, que debía de haber debilitado algunos puntos de la estructura. Un grifo goteaba en algún lugar de la planta de arriba. El viento aullaba al penetrar por la ventana rota de la cocina, la que había destrozado el demonio al lanzar la nevera.

Un ratón chilló en el garaje. También le llegó la respiración acelerada del niño, avanzando por el pasillo en la dirección opuesta a la suya, con Sara junto a él, infundiéndole ánimo mediante susurros cortos y suaves. Escuchó un ronquido en alguna parte y el castañeteo de unos dientes temblorosos. Pisadas entremezcladas. Tal vez de Elena, por los tacones, pero difíciles de distinguir entre el resto de los sonidos.

Ni rastro de Silvia. El demonio se había sumido en el más absoluto silencio. El Gris no tenía ni idea de dónde se podía encontrar, a pesar de que su olor estaba en todas partes, impregnando el ambiente, infectándolo. Tal vez les estaba acechando, aguardando el mejor momento para atacarles.

Miriam se removió detrás de él, cansada de esperar. La centinela era una mujer de acción, no le gustaba la inactividad.

—No la vas encontrar así si ella no quiere —dijo—. No es estúpida.

El Gris se enderezó y siguió caminando por el pasillo, con pisadas silenciosas, deslizándose sobre el suelo como un suspiro, haciendo uso de los símbolos que refulgían sobre su piel, bajo su gabardina negra, y que potenciaban su agilidad. La centinela tenía andares más pesados, aunque mucho más ligeros que los de una persona corriente. El martillo rozaba con el pantalón produciendo un leve siseo.

El Gris iba en primer lugar. En cada esquina, extendía la mano y Miriam se detenía. Se asomaba lentamente y examinaba el terreno antes de continuar. La centinela vigilaba la retaguardia por encima del hombro, con frecuentes miradas al techo y a los lados, incluso al suelo, en busca de alguna fisura, de cualquier posible brecha por la que el demonio les pudiera sorprender.

Formaban un buen equipo. Miriam había trabajado con muchos centinelas en sus peligrosas y variadas misiones. Había tenido compañeros de todo tipo, aunque la mayoría no alcanzaba el nivel que ella consideraba aceptable. Hubo uno en particular, un inepto que estuvo a punto de echarlo todo a perder y que fue el responsable de la cicatriz que adornaba su espalda. Miriam y él estaban en un antiguo caserón donde todas y cada una de las piezas de madera que lo constituían chirriaban y crujían. Estaban cercando a un fantasma bastante fuerte, el único que ella había visto que podía mantenerse sólido casi una hora, algo muy poco habitual. Su compañero se distrajo y se le pasó por alto una de las paredes que tenía que vigilar. El fantasma la atravesó y les sorprendió a ambos. Miriam resultó herida por defenderle. Si por ella hubiera sido, no habría tenido inconveniente en esperar a que el fantasma matara a su compañero antes de acabar con él, pero el código no lo permitía. Un centinela no podía negar auxilio a otro y esa norma era tajante. Así que le salvó, y por supuesto pidió que le asignaran a otro compañero, o mejor aún, que la dejaran trabajar sola. Por suerte, Mikael aceptó su petición.

Un año después se enteró de que otro centinela había muerto a manos de un vampiro, y curiosamente tenía el mismo compañero que ella había rechazado. Miriam no tuvo ninguna duda de quién había sido la culpa. Pero los ángeles no hicieron nada al respecto, algo que la sorprendió mucho, sobre todo por tratarse de vampiros, los peores enemigos de los ángeles y los centinelas, exceptuando a los demonios, naturalmente. Los vampiros eran las criaturas más letales de origen no divino, las únicas que poseían la gracia de la inmortalidad, aunque tuvieran que alimentarse para conservarla. Sin embargo, Miriam consideraba que había algo mucho más peligroso que un vampiro: un compañero incompetente.

El Gris era todo lo contrario. A Miriam le encantaba su modo de actuar, era estricto y no cometía fallos, admiraba su frialdad en situaciones límite.

Y le envidiaba.

La centinela actuaba en gran medida como él, pero ella sí tenía emociones. Tenía que dominarlas y apartarlas a un rincón de su mente en situaciones de peligro. Y ahora se enfrentaba a una nueva emoción, una que no se esperaba, y que había florecido cuando había escuchado al Gris hablando con Sara.

—Tu discurso me pareció conmovedor —dijo cerrando la puerta.

Habían entrado en un salón alargado, con una mesa central que lo recorría de punta a punta. Parecía un comedor para fiestas muy distinguidas.



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En el texto hay: misterio, biblia

Editado: 26.02.2018

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