Mi amante, el príncipe de jade.

La princesa de nada.

 

Así fue como la princesa heredera al trono del reino élfico fue llevada cautiva al reino vampírico, encadenada de pies a cabeza y con el espíritu apagado, al igual que su mirada perdida, no sabía cuál sería su destino ahora que había caído en manos del rey de todo, su única esperanza era que él la convirtiera en su concubina.

—Quizás mi belleza me ayude un poco, mi carácter sumiso debe llamarle la atención, debo sobrevivir a como de lugar, no quiero terminar mis días encerrada en un calabozo o sirviéndole a los vampiros como una esclava sin descanso alguno, sé que dije que cualquier cosa que pasara conmigo después de todo lo que viví en Aberlord sería como el paraíso, pero supongo que la ambición se apoderó de mí, por que no quiero una vida miserable, ya no…quiero vivir plenamente, sonreír por las cosas más sencillas y caminar segura de mi libertad, no sé si es o es mucho pedir, pero me aferraré a ese deseo y haré todo lo que este a mi alcance para sobrevivir al tirano.

Estás eran las palabras que la princesa Silfi se repetía así misma para no perder la cordura.

El camino era largo, tenían que descansar a la mitad de su destino, así que una vez que el atardecer pintó el cielo rojizo, prepararon un campamento, Silfi no entendía por que se paraban de repente.

—Abajo princesa, dormiremos aquí esta noche. —le dijo Beatriz con voz profunda y ella dio un salto de la carreta y bajó para extenderle las manos a Silfi, pues ella no podía bajar sola con esas cadenas estorbándole.

—¿Eh?

Silfi miró fijamente a Beatriz, era intimidante pero también muy hermosa, sus ojos parecían dos piedras preciosas, además de que su vestimenta era todo un icono de la moda, por que todas las hechiceras querían imitarla, pues era el máximo exponente y todo a lo que podían aspirar.

—¿Qué tanto me vez? ¿quieres que te cargue y te de un beso? —le preguntó Beatriz mal humorada.

—¡No! ¡por favor perdóneme! —le respondió Silfi temblorosa.

—Ay, no. —Beatriz se desesperó y la tomó por la cintura y la bajó del carruaje donde la llevaban, el cual era muy sencillo, donde llevaban las cargas del campamento.

Silfi se quejó por que las cadenas le estaban haciendo una reacción alérgica en la piel y ya tenía ampollas en las muñecas, el cuello y los tobillos, además de que le ardía mucho la piel en esas zonas.

—¿Eres alérgica al hierro encantado? —le preguntó Beatriz al verle las heridas.

—Si… —le respondió Silfi con pesar.

Al instante, las cadenas cayeron al suelo debido a la magia de Beatriz y ella comenzó a curarle las heridas con magia sanadora, esto sorprendió mucho a Silfi pues jamás imaginó que la ayudaría.

—Gracias…se lo agradezco mucho. —externó Silfi aliviada.

—No me des las gracias, te voy a poner un encantamiento de contención, aparentemente no tendrás ningunas cadenas, pero espiritualmente si, no podrás alejarte de mi lo suficiente como para escapar, te encontraré aun si te encuentras debajo de las piedras, el simple hecho de que intentes pasarte de lista recibirás una descarga eléctrica tan potente que te dañara los órganos ¿entendiste? —le advirtió Beatriz mirándola fijamente.

—Eh, si, entiendo…de todas maneras no pensaba escapar… ¿usted sabe que es lo que pasará conmigo una vez que lleguemos al castillo?

—No tengo idea, y si lo supiera no se lo diría, es una prisionera, su destino lo decidirá únicamente su majestad.

—Ya veo… —le respondió Silfi con una sonrisa triste.

El sol se había terminado de ocultar y las primeras estrellas ya estaban tintineando en el cielo, Silfi permanecía sentada debajo de un árbol mientras Beatriz permanecía a su lado de pie, sacarle una palabra era como intentar que las piedras dieran leche, así que el silencio era incomodo.

Pero el rugir de tripas de Silfi terminó llamando la atención de Beatriz quién inmediatamente volteó a verla y la princesa se llenó de vergüenza, tenía dos días sin comer y se estaba muriendo de hambre y sed, pero entendía su situación así que no podía pedirles nada.

Beatriz se fue por unos minutos dejándola sobre advertencia de que si se movía le cortaría los dedos y se los daría de comer, así que Silfi se quedó tiesa y permaneció sentada como una estatua.

—Toma, hidrátate un poco. —Beatriz le aventó un jarrón de agua que estaba hecho de madera y Silfi lo bebió con desesperación.

—Muchas gracias….

—Después de que el rey termine de cenar, podremos comer nosotras, por eso no te traje nada.

—¿Esta bien que me alimente y me de agua? No quiero meterla en problemas con el señor. —le dijo Silfi con pesar.

—Tengo su autorización para mantenerte con vida, te dije que él decidirá que pase contigo, mientras estes bajo mi jurisdicción mi deber es mantenerte a salvo hasta que él media lo contrario.

—Eso me da tranquilidad por lo menos por ahora…tengo la paz de creer que si el rey cambia de parecer y le ordena a usted que me quite la vida, aun seguiré estando en buenas manos, morir en manso de un alma piadosa debe ser una especie de gracia inmerecida. —le dijo Silfi con una sonrisa y Beatriz se quedó perpleja.

—¿Qué cosas estas diciendo? Eres muy extraña. —le respondió Beatriz con caras de desapruebo.

—Se que s una buena persona, además hace rato que dejó de llamarme de usted, ahora me llama como una persona norma, se lo agradezco.

—No me di cuenta, volveré hablarle de usted, después de todo es una princesa. —externó Beatriz avergonzada.

—No, por favor, sígame hablando así, me hace sentir mejor.

Beatriz la miró de reojo, esa princesa le recordaba a Lía, parecía que tenían la misma inocencia que podía llevarlas a meterse en muchos problemas.

Valeska estaba siendo escoltado por Galadriel y otros soldados más, Galadriel estaba pensando mucho en Silfi y deseaba que Beatriz no fuera muy dura con ella, ya que hasta él le tenía miedo, Valeska estaba cenando a la luz de las velas.




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