Solo Un AdiÓs

Un Papá Confundido

 

Dylan

—¡Damián, Dylan! Bajen, por favor. Necesito ayuda —demandó papá desde el ático de la casa, su lugar favorito en todo el mundo.

—¡E y, papá nos llama! Ven, no te hagas el sordo —exigí al adolescente de quince años, a quien el paso del tiempo había vuelto más irritable. Era completamente insoportable, especialmente cuando se creía el hermano mayor solo por llevarme unos minutos de ventaja.

—Ve tú, estoy ocupado.

—¿Ocupado en qué? No seas cretino, papá nos espera. Levántate que tengo una idea. Ponte esto —le pedí, lanzándole las prendas que usaría, y la expresión en su rostro me demostró que no necesitaba más explicación para entender que haríamos alguna travesura. Sin dudarlo, se levantó de la cama y se cambió de ropa.

—¡Estamos aquí, papá! —expresamos al unísono una vez que llegamos al ático. Aún puedo saborear ese momento, cuando aquellos ojos color ilusión, nos observaron confundidos.

—¿Qué pasa, papá? ¿Por qué nos llamas? —nuestras voces sincronizadas lo dejaron fuera de juego, totalmente perplejo. Nos miraba inquieto, mientras sus mejillas parecían sonrojarse, mostrando claramente su vergüenza porque, después de quince años con sus hijos, le costaba mucho distinguirnos.

—¡Ya, muchachos, pórtense serios!

—Somos serios, papá. Dinos, ¿cómo te podemos ayudar? —aquel juego cómplice fue el comienzo de lo que para mí era sinónimo de diversión, pero para mi hermano se convertiría en una forma insana de confundir a los demás. El hecho de lograr enredar así a papá nos dejaba claro que podíamos hacerlo con cualquiera, ya que era como si la identidad de uno se desvaneciera en la del otro.

—E Y.  termina tu examen, pásamelo y termina el mío. Estoy perdido —susurró Damián a mi espalda, haciendo que acelerara mi escritura para poder terminar a tiempo sus largos y complicados ejercicios, así como los míos. Tal como mamá nos pidió, nos habíamos convertido en solo uno.

—Uf... ¡Esa nena está muy bella! —comenté embobado, con los ojos fijos en la hermosa chica que me había obsesionado desde que era niño. Aquella por la que su perro protector había intentado atentar contra mi existencia en más de una ocasión. No era el único que se perdía recorriendo sus cautivadoras curvas propias de una mujer casi con su mayoría de edad. Mis amigos tampoco dejaban de apreciarla. Todos, absolutamente todos, excepto mi amargado hermano. Nunca cambió su mal humor.

—¿Te parece bonita? —le pregunté directamente, pero solo encogió los hombros en respuesta, demostrando indiferencia.

—En serio, Damián, ¿no te gusta esa niña? Está, re buena —insistí, curioso. Sin pronunciar palabra, comenzó a alejarse sin mirar atrás, como si todo a su alrededor fuera irrelevante para él.

—¿Qué haces, papá? —al llegar a casa, le pregunté al señor que estaba con la mirada fija en su computadora, como si buscara un eslabón perdido.

—¿Eres Dylan o eres Damián? No creas que voy a caer como ayer. No vas a volver a engañarme.

—Hombre, ¿cómo no reconoces a tus hijos? Tenemos muchas cosas que nos hacen diferentes —bromeé, dejé mi mochila del colegio a un lado, caminé en su dirección y me posé frente a él, mirándolo fijamente.

—¿Quién soy?

 

—Obvio, eres Dylan. Tu hermano nunca vendría aquí por su cuenta. Solo viene si lo llamo —esas palabras, aparentemente de reproche, tenían más peso en él de lo que mostraba.

—No te pongas sentimental que me aburres. Dime en qué te ayudo. ¿Qué estás haciendo?

—Ven. ¿Ves este fragmento de código? Estoy atascado. Necesito encontrar una matriz que arroje las coordenadas x, y, z para poder... —empezó a explicarme con gran emoción sus ideas, aquellas en las que se sumergía cada tarde al llegar del trabajo, y mientras él estaba emocionado, yo... estaba más perdido que nunca. "No estaba entendiendo nada". Solo veía letras, símbolos y números revueltos que me resultaban imposibles de comprender.

—¿Entendiste? Dame alguna idea —su pregunta me hizo soltar carcajadas.

—Solo entendí la última parte que dijiste. Esa parte en la que concluyes, eso es todo.

—¿Qué? ¿En serio? ¿No entendiste nada de lo que te expliqué durante más de una hora sobre este maldito código?

—E Y.  No es mi culpa tener la mente tan cerrada. Tú eres ingeniero de sistemas, eso es lo que haces en tu trabajo. Yo solo soy un estudiante de secundaria —le aclaré riéndome cuando volvió desde principio con su explicación

—Si no logro terminar esto, lo harás tú por mí. Eres el único que tendrá acceso al código.

—¿Por qué no vas a poder terminarlo? ¿Crees que vas a pasar doscientos años programándolo o qué?

—Solo por si acaso, nunca se sabe qué puede pasar. Aprende, hijo, y ayuda a tu padre a cumplir este sueño.

—¡Papá! No hables como si te fueras a morir mañana. Eres muy joven —lo regañé alarmado.

—Uno nunca sabe qué puede pasar, por eso es mejor dejar un alienígena, para que siga tu camino —esas palabras resuenan en mi mente a diario, me golpean con fuerza porque acertó en todo. Él dejó sus sueños a medias, y yo... me convertí en ese alienígena que ahora hace todo lo posible para seguir su camino.



#58 en Joven Adulto
#544 en Otros
#122 en Relatos cortos

En el texto hay: traicion, secretos, amor

Editado: 24.06.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.