Un favor para Lady Elois

Capitulo 1

Londres, 1840.

— ¿Por qué no te quedas más tiempo?

La hermosa rubia apoyó un codo sobre la cama y tiro de las exóticas sabanas de seda para cubrirse los pechos. Frunció su frente cuando descubrió que el atractivo hombre que acababa de abandonar su lecho, no hacia amago de querer volver. En silencio observó como la espalda ancha antes desnuda, era cubierta por una elegante camisa de algodón y un chaleco igual de fino, cuando se dio vuelta, sus intensos ojos cafés recorrieron con gran premura todo su cuerpo, ella en un intento por hacer que su amante cambiara de opinión, dejó caer la sabana de seda que cubría sus torneados pechos y deslizó la mano entre ellos.

—Brillante estrategia, Casandra—Dijo el hombre sonriendo y terminándose de abrochar los puños de su camisa—Pero no funcionará. Debo irme.

La mujer hizo un puchero y tomó de nuevo la sabana, se envolvió en ella y suspiró cuando él terminó de acomodar su ropa. Una sonrisa de satisfacción se instaló entre sus bellas facciones al observar el cuerpo bien proporcionado de su nuevo amante. Yacer con él era esplendido, desde que lo vio en aquella boda tan escandalosa supo que debía tenerlo y se esforzó enormemente por conseguirlo y aunque hacia tan solo un año que estaba casada, su horrible esposo apenas podía seguir su ritmo. En cambio con él era tan fácil, ella se derretía entre sus brazos y el placer que le proporcionada no se comparara a nada que haya experimentado antes. Sin embargo, debía ser cuidadosa, se dijo, su esposo era un hombre demasiado orgulloso que no toleraría descubrir que lo engañaba con un hombre que estaba tan por debajo en el escalón social como él. Pese a todo, Casandra pensaba que el riesgo valía la pena.

— ¿El viernes como siempre? —Preguntó ella tomando su bata de seda y levantándose para llegar a él.

El hombre sonrió y dejó que Casandra lo acariciara, últimamente la veía con demasiada frecuencia, pero cuando aquellas manos recorrieron con deseo su entrepierna supo porque, aquella mujer sabía cómo complacer a un hombre. Su relación había comenzado hacia solo un mes y aunque él nunca se había involucrado con alguien de la aristocracia y despreciaba a todos los nobles, debía decir que sus mujeres eran otra cosa. Cuando Casandra y él se enredaban en la cama, ella era todo menos una dama. Se dio la vuelta y atrapó las manos de ella con delicadeza, se acercó y tomó sus labios con fuerza antes de responderle que le mandara una nota a su club si su esposo regresaba antes de lo previsto.  Tomó su sombrero y salió de la habitación donde una criada lo esperaba con un candelabro para guiarlo hacia la salida, caminó por la elegante mansión y sonrió con ironía cuando pasó por delante del retrato del esposo de Casandra, aquel mequetrefe era un viejo que apenas podía mantenerse despierto, la criada lo condujo por la cocina y él salió por la puerta de atrás. El frio lo recibió cuando salió a la calle, metió sus manos dentro de su gabardina y caminó calle abajo. Mayfair era un barrio bastante  lujoso y elegante que el solo había visitado cuando su mejor amigo y ex socio, ahora duque de Saint Clear, se había mudado para este lado de la ciudad, su mirada subió por los escalones hacia la calle principal y estuvo tentado hacerle una pequeña visita, sin embargo, descartó la idea ya que era más de media noche y probablemente sería de mal gusto visitar una casa decente a esa hora, además tampoco quería despertar a su esposa.

Era cerca de la media noche y las calles estaban solas y a diferencia de Bethanl Green, en Mayfair no se encontraban prostitutas en cada esquina y no había ni una pizca de suciedad y barro que manchara los pantalones.  Rupert sacó un cigarro de su levita, lo encendió para calentarse las manos y aspiró una bocanada de humo. Últimamente su vida consistía en 3 cosas: Trabajar en el club de boxeo, visitar a su amigo y revolcarse los viernes con Casandra, no era que se quejara, pero muy en el fondo, él deseaba algo más. Una vez terminado el cigarro, lo arrojó a la acera y lo piso con el talón de sus botas, debía regresar al club, tenía un libro de cuentas que revisar, unos cuantos licores que comprar, además debía llegar temprano por los carpinteros que estaba arreglando un espacio donde pensaba inaugurar un salón para caballeros. Con eso en mente, Rupert partió, tomó camino y se adentró por un oscuro callejón como un atajo para llegar más rápido, no le gustaba tomar carruajes de alquiler, le gustaba caminar, escuchar sus pasos contra los adoquines. Estaba tan ensimismado pensando de qué color pintar la nueva estancia que por poco no ve venir el golpe. Retrocedió dos pasos y levantó los puños cuando un hombre desconocido, con aspecto melindroso se abalanzo sobre él, intentó esquivarlo pero era un hombre de gran tamaño que lo había tomado por el cuello y lo había estampado contra la pared, su cabeza revotó con el golpe y se sintió mareado un segundo. Sin embargo, cuando vio que aquel gigante sacaba una daga e iba con toda la intención de herirlo, Rupert alzó su brazo con dificultad y le propino un buen golpe, el gigante redujo la presión de su cuello un segundo pero no lo soltó y alzando su otra mano  rodeó su garganta y la apretó mientras acercaba su daga peligrosamente hacia su cara. 

—Cuando marqué tu cara, ninguna dama va a querer mirarte nunca más —amenazó el bandido.

Rupert trató de mover su cabeza pero lo único que logró fue que el gigante lo apretara más el cuello y justo cuando creyó saborear el dolor por la cruel cortada, un ruido sordo como un relámpago se escuchó en la oscuridad de la noche. A continuación el bandido se desplomó en el suelo y detrás del él una diminuta figura se alzaba imponente y temblorosa con un fuerte pedazo de madera en las manos.




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