Una Oportunidad Para Amar (lady Esperpento) Ar1

XXXVI

Ángeles

Esa misma noche Ángeles decidió tomar la cena en su habitación, no importando hacerle un desplante a la Duquesa viuda.

Demasiada información por procesar.

Imposiciones que llevar a cabo, y remordimientos que no la dejaban respirar.

En especial rememorar a Duncan MacGregor.

Ese ser, sí que atascaba su aliento.

Aun sentía la mirada sobre su cuerpo.

Como la muñeca continuaba ardiéndole por el calor de su contacto.

Como el cuerpo entero le latía añorando una sola de sus caricias, y sus labios picaban deseando uno de esos roces que la hacían delirar, pero también estaba el tema que en esos momentos no la dejaba avanzar.

Los dos habían faltado, pero su falla al lado de la de aquel se percibía como una nimiedad, cuando ella deshonró su familia, cediendo a eso tan desconocido, cayendo en los brazos de su propio primo.

Se mando la mano a la cabeza, con el dolor punzante haciendo estragos, sin poder conciliar el sueño, con los suspiros estancados en el pecho, y las ganas de traspasar la puerta para ir a su encuentro retenida por la fuerza del arrepentimiento.

Debió pensar antes de actuar.

¿Ahora como lo miraría a los ojos, sin sentirse miserable a la par de adorarlo?

También estando el nuevo contratiempo con el Rey.

Un hijo.

De los dos.

¿Tan pronto?

Justo cuando la idea de dejarlo todo se hacia la mejor opción, porque en el momento que se enterara de lo sucedido la despreciaría, y con eso no creía poder vivir.

Se puso la almohada en el rostro, queriendo ahogar un grito de frustración, no ayudando el hecho de escuchar sus pasos al otro lado.

¿Se encontraba igual de inquieto que ella?

¿No podía dormir?

Su mirada antes de salir la dejó intranquila, como si estuviese dolido.

Arrepentido.

Se enderezó de un tirón con los ojos abiertos.

¿Y si ya lo sabe?

Volvió a recostarse con la zozobra navegando en todo su cuerpo.

Sería una noche larga, porque aún no tenía las agallas para enfrentarlo, ni mucho menos escuchar su desprecio, al confesarle que no solo él se equivocó.

O por lo menos para ella su actuar si fue un error.

Al día siguiente al igual que en toda la jornada, la cena paso sin contratiempos, pese a que Ángeles estaba más callada de lo acostumbrado, y tensa las veces en que la presencia de Duncan le avasalló.

Se percibía meditabunda, sin todavía poder asimilar lo ocurrido la noche anterior.

Sus frases.

El abrazo.

Las ganas de hablar sin caretas.

De que lo escuchase.

Cosa que la angustiaba, llenándola de duda.

Mas ante la situación con la corona.

No podía creer que alguien tuviera tanta maldad en el interior para manejar a dos personas, que lo único que hicieron fue nacer afines a sus propósitos.

Sabía por su padre que el acuerdo, y la presión cesaba cuando aquella unión se efectuase; pero sacar a colación más chantajes era de un ser bajo y sin principios.

A veces se sentía asqueada de los aristócratas, que solo veían por su bien sin pensar en los sentimientos de los demás.

Al igual que también estaba perdida por la actitud de Duncan.

¿Porque se dejaba gobernar de esa manera siendo un hombre tan avasallante?

Notándose que no le tenía miedo a nada.

Ni siquiera al monarca.

¿Qué poseía contra el para tenerlo amedrentado de una forma tan pasmosa?

Tantas incógnitas, y ninguna sin poder realmente resolverla, a menos de que se armase de valentía para llegar a él.

—Si me disculpan, me retiro a descansar, hoy fue un día agotador— la excusa la sacó de sus pensamientos, notando en ese preciso momento como el dueño de casa se erguía para realizar la retirada.

No estaba preparada, pero quería hablar con él.

Necesitaba sentirlo cerca.

Resolver sus dudas, y entender para llegar a una solución.

Dilatar el momento lo único que ocasionaría seria que el desasosiego se acrecentase.

—Duncan— le llamó haciendo que frenase su avance, y con la espalda contraída girase para verle de reojo—. Espero puedas concederme unos minutos de camino a nuestros aposentos— un segundo de silencio que la desquició fue lo que le dio la confirmación tras un meneo de cabeza, donde le extendió la mano para ayudarla a erguirse ante la mirada atenta de su suegra.

» Que pase buena noche, Milady— se despidió de la rubia, y sin esperar respuesta alguna más que un asentimiento, tomó el brazo que le fue ofrecido para hacer el recorrido en silencio hasta llegar a la entrada de sus aposentos, pero negó queriendo internarse no precisamente en la estancia que habitaba—. Yo quiero hablar contigo— soltó en forma atropellada, pero entendible—. En tus aposentos— el rubor trepó por sus mejillas, pero la mirada indescifrable de aquel no le ayudaba, cuando la observaba sin demostrar nada.

Como si fuera un objeto.

Tan distinto siquiera a como le conoció.

Los labios le temblaron.

Lo sabía.

Estaba segura de que era de su entendimiento.

Después de unos segundos eternos asintió, mostrándole con la mano el camino a la puerta de su costado.

Tomando una gran calada de aire aceptó su ofrecimiento.

Al adentrarse no pudo dejar de buscar con la mirada ese toque en el lugar, que lo hacía tan propio.

Que le decía agritos que era de él.

No solo su olor impregnado en el ambiente.

Con lo primero que se topó fue que, en unos de los rincones como en su habitación en Escocia al igual que en la de la casa donde pasaron varias semanas, portaba unas estanterías atiborradas de libros, los cuales había ojeado leyendo algunos al ser tan fascinantes y alimenticios para las entendederas, lo mejor de todo es que en su mayoría resultaban de autores poco conocidos que su léxico resaltaba de forma exquisita, que parar antes de terminarlo resultaba un sacrilegio.




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