Una Oportunidad Para Amar (lady Esperpento) Ar1

XXXVII

Kendrick

«Tío.

Solicito encarecidamente su ayuda.

Sé que me indicó que lo cavilara, y si le soy sincera fue algo que hice a consciencia, sin embargo, al ser humana no estoy exenta de cometer errores, por eso es por lo que ya no puedo continuar.

Necesito poner distancia cuanto antes entre Duncan y mi persona.

Suena cobarde ahora que lo escribo, pero necesito que nos alejemos.

Es indispensable para cuando de mi boca todo salga a la luz, y sé que no me entiende, pero con el tiempo lo hará dándome la razón.

Solo me queda decir, que acepte o no proporcionarme su ayuda, le estaré eternamente agradecida por el mero detalle de considerarme su hija.

Me marchare lo más pronto posible con o sin su auxilio.

No olvide que le estimo,

...

Para ese momento Kendrick Stewart, Duque de Montrose había releído la misiva por lo menos unas veinte veces después de que alguien del servicio se la entregó, alegando que era de suma importancia.

No sabía que pensar, y estaba seguro de que, si no tomaba cartas en el asunto, Ángeles haría todo por su propia cuenta.

Si es que cada letra se apreciaba el sufrimiento que sentía.

Un remordimiento que no la deja respirar.

Como si hubiese cometido una falta imperdonable, y que auto condenarse fuese la mejor opción.

Y quizás resultase grave, pero todo menos la muerte tenía solución, y una de esas no era precisamente huir.

Porque bien era cierto que Duncan resultaba ser una de las personas más correctas que había tenido el placer de conocer, pero no dejaba de constar como un humano y cometía errores al igual que los perdonaba, ya que profesaba el no ser acto para juzgar.

Por su parte a Ángeles la catalogaba por ser una muchacha dulce y delicada, no obstante, que cuando se le metía algo en la cabeza no había poder humano que la hiciese cambiar de parecer.

En eso se parecía a las mujeres de su familia.

Tenía arraigado en su sangre el temple de las Burke, y eso era algo admirable.

Aunque en ella se destacaba algo que ninguna otra poseía.

Su poder de decisión y persuasión.

Si bien era cierto que su esposa Catalina podía conseguir cuanto quisiera con su carácter indómito, al igual que Aine con su rostro angelical que podría engañar a cualquier mortal, Ángeles tenía eso que sin siquiera proponérselo hacía que todo el mundo cayera rendido a sus pies.

No de una manera exagerada, pero si se denotaba el hecho de que en cualquier momento podía convencer al más terco, si de sus ideales se trataba.

Su sonrisa y mirada encantadora, ponías hasta un Dios a hacer lo que ella quisiese sin replicar.

Se imponía de una manera que no parecía orden, y doblegaba la voluntad del más temerario.

Por eso intuía que a Duncan también sucumbiría a sus deseos, excusándole si se pusiera a la tarea de querer solucionar el inconveniente.

No tomando como primera opción el desaparecer.

En eso estaba errando, pero era tan inexperta que no escuchaba de razones, por eso no quiso ahondar en su descabellada petición hasta poder conocer todo al respecto, encontrando el malentendido que los tenia en ese aprieto. No obstante, había algo que ignoraba y esperaba averiguar antes de que esa niña cometiese una locura guiada por la ingenuidad desesperada.

Suspiró recordando porque le pareció una mala idea al principio, cuando esa imposición llegó a sus manos, sin tener las armas para revocarle.

En Duncan existía un carácter huraño justificado a raíz de acontecimientos que marcaron su vida, y por eso daba por sentado que se llevaría mal con su sobrina en primera estancia, haciéndose a la idea que no eran tal para cual, porque vivir en una disputa constante no resultaba existencia placida para nadie. Sin embargo, como todo tenía un, pero, llegando con el tiempo a una conclusión.

La misma que explicaba la razón por la cual no se habían matado.

Los dos habían sido educados con las mismas bases.

Tan leales, que podían simplemente congeniar solo sentándose a escuchar el pensar del otro.

Disfrutaban de los mismos aires, su cavilar resultaba similar, aunque discordante.

Simples peculiaridades que no parecían nada del otro mundo, más que dos personas congeniando hasta que se reparaba la manera en cómo se miraban.

Como con provocaciones, desde el primer momento se buscaron.

La forma en como la defendió y la prefirió en el enlace, pudiendo por su carácter simplemente pasarse las imposiciones mandándolas al carajo, porque comprendían de la parte de la que realmente venia.

La forma en como sacó a relucir su orgullo para que no se la llevase su hijo, y ella se aferraba a él pareciendo la única fuente de su vitalidad.

Rematando la manera en cómo la calmó, en medio de una pesadilla tan vivida, que nadie conseguía cuando llegaban los episodios que la dejaban sin alientos de continuar.

Con lo poco presenciado, entendió que raramente había mucha razón para enlazarlos.

Se convenian, se llamaban y hasta sin verse, se presupuestaba que se adoraran.

Estaban destinados, y aunque sonara ridículo, él lo comprendía porque eso mismo había vivido con su amada Catalina.




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