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CAPÍTULO 18 | La culpabilidad de matar

MAIA

No sentía que mi mente estaba a punto de colapsar, sino todo lo contrario. De hecho, ni siquiera sentía que seguía ahí. Me veía a mí misma como una persona completamente diferente que ya no era ni de cerca lo que había sido antes. Leí muchos libros en los que el protagonista sufre algo que lo hace cambiar, pero no creía en ese tipo de cosas. Hasta ese momento, hasta esa noche en la que me acosté con la luz encendida sólo porque seguía sintiendo que todo se movía en la oscuridad.

Había matado a alguien. Y no me sentía culpable. Eso me atormentaba.

Terminé por sentarme, tuve que masajearme la sien. Comenzaba a oír susurros, por más que la luz estuviese encendida sentía que no podía ver qué me rodeaba. Me decía a mí misma que no tenía de qué preocuparme, que sólo tenía que dejar de pensar en ello. Tapé mis ojos, vi otra vez todo como si estuviese volviendo a ocurrir. Mis dedos se aferraron al cuchillo, la sangre me manchó, y la ira me dio la fuerza para bajarlo y clavarlo en el pecho de una figura humana echa de oscuridad.

No tenía cabeza, no gritó, simplemente se desvaneció.

Las lágrimas empapaban mi rostro, recordé algo. Fue cuando era pequeña, pero era una de esas memorias que siempre te acompañan si las buscas. Mi padre era policía, me había llevado a su trabajo quién sabe por qué, y yo por primera vez en mi vida me había interesado en lo que él hacía, intenté buscarle una razón al hecho de que todo estaba tranquilo hasta que el teléfono vibró y recibieron una llamada de emergencia a la que tuvieron que responder con rapidez. Papá me llevó a una habitación pequeña y me dejó ahí con otro hombre, al que él llamó "su mejor amigo". Dijo que iba a cuidarme hasta que él pueda volver. Lo prometió.

Yo no entendía qué ocurría. No entendía por qué hizo falta que me lo prometa.

Así que en cuanto se fue y me quedé a solas con un completo desconocido, me puse nerviosa. Y cuando lo hacía, sólo podía hacer preguntas sin parar.

—¿Quién eres?

El hombre me ignoraba, observaba con el ceño fruncido un par de imágenes que yo tenía prohibido mirar.

—¿Cómo te llamas?—insistí.

—Sullivan.

—¿Como el monstruo de la película?

No respondió, se limitó a hacer una mueca.

Tenía barba, una cara larguirucha y un par de ojos verdes que me resultaron extraños. No sé por qué mis preguntas tomaron un rumbo diferente.

—¿Alguna vez mataste a alguien?—él alzó la mirada al oírme, clavó sus ojos en mí y frunció el ceño. Yo vacilé—. Hay algo extraño en ti. Es como...

—¿Es como qué?—me interrumpió de manera brusca.

No pude seguir hablando, junté mis manos y comencé a jugar con mis dedos. Esperaba, tenía la esperanza de que, como ya había hecho, Sullivan tomase la decisión de volver a pasar de mí. Pero no lo hizo. Sentía su mirada aunque me negaba a devolvérsela. En algún momento, chasqueó los dedos, y atrajo mi atención.

—¿Como qué?—insistió, ladeando la cabeza.

Fruncí el ceño, no recuerdo cómo o por qué, sentí que tenía que mentirle. No recordaba qué iba decirle así que simplemente solté lo primero que se me vino a la cabeza.

—Como oscuridad—farfullé.

—¿Le tienes miedo a la oscuridad, Maia?

Negué con la cabeza. Sullivan hizo a un lado las imágenes y echó su silla hacia atrás, antes de incorporarse. Se acercó a mí, terminó por sentarse a mi lado. Su cuerpo entraba a la perfección en la gran silla, apoyó los antebrazos sobre sus piernas y volteó para observarme.

—La palabra matar es demasiado fuerte—musitó, asintiendo—. ¿Tú alguna vez mataste a alguien?

Sacudí mi cabeza, hasta que recordé algo.

—Sí—admití—. Una vez maté a mi hermano en su videojuego favorito.

Sullivan sonrió, y dejó de observarme.

—La muerte es algunas veces la única forma de liberar a las personas del sufrimiento o de impedir que algún inocente sufra en manos de alguien que ama hacer que la sangre corra—dijo, bajando la voz—. No es la única solución, matar nunca es bueno, pero a veces las circunstancias nos obligan a actuar rápido. Y cuando no puedes tomar una decisión lo peor que puedes hacer es actuar sin pensártelo dos veces.

Estaba escuchando las palabras de un policía. Quería tenerlo en cuenta.

—Matar a alguien también te mata a ti mismo. No tiene justificación, pero...—Sullivan tomó aire, y luego lo dejó salir en un prolongado suspiro—, a veces es lo único que podemos hacer. Aunque, si puedes evitarlo, si hay algo más que hacer...

—¿Pero y si no?—lo interrumpí—. ¿Y si es lo único que nos queda?



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En el texto hay: misterio, amor, terror

Editado: 07.02.2019

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