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CAPÍTULO 35 | Victoria

MAIA

Era el día de Esther, lo sabía porque en mi muñeca, justo en el mismo lugar de siempre, estaba su nombre, y no entendía si tenía que alegrarme por ello o frustrarme. Si no había ningún problema, como estaba sucediendo hacía cuatro noches, ella iba a estar... a salvo. Un poco más. Por otro lado, podíamos equivocarnos y eso significaría su muerte. Mierda, pensar en perder a una amiga me hacía sentir extraña, como cuando mi papá me dijo que Sullivan había muerto como lo había hecho. Era raro, casi irreal. Tenía diecisiete, lo último en lo que quería pensar era en la muerte, en el descanso eterno, ¿por qué estaba ahí? ¿Quién demonios le dijo al destino que me lleve hasta ese lugar?

Creo que comenzaba a perderme.

Yo estaba lejos de ser la chica más vacía del mundo cuando todo caía sobre, cuando comenzaba a pensar en verdad en lo que me ocurría. Había estado sintiendo que poco a poco las cosas se escapaban de mis manos, que poco a poco todo se volvía un poco más loco y que yo estaba cambiando. Podía incluso escuchar mi propia voz, lejana y suave, preguntándose "¿vas a rendirte? ¿Podrías resistir un poco más?" y después escuchaba mi nueva voz, cercana y fuerte, respondiendo "no lo sé, pero creo que puedo resistir". Era mentira, no lo veía de esa forma, pero prefería vivir de esa manera.

Estaba estancada en un punto del que no iba a ser sencillo escapar...

Estaba otra vez encerrada en mi habitación sin tener la mínima intención de salir. No se trataba de una idea loca que tenía en mente de preocupar a todo el mundo o de aislarme y fingir ser la que estaba perdiendo la cabeza, claro que no. Sólo estaba ahí porque era lo que yo quería hacer, estar sola sin tener la necesidad de ver a Heather observándome como si supiese algo o a Victoria diciéndome de manera indirecta que me odiaba y esperaba mi muerte con ansias. No exageraba, porque ambas suelen decir más con sus expresiones que con sus bocas.

Creo que era la única que lo notaba.

Creo que sabía qué era lo que iba a suceder por ese sexto sentido que algunos piensan que tenemos las mujeres, aunque en realidad yo diría que es más bien un presentimiento que todo el mundo alguna vez en toda su vida tiene. Yo pasaba de él la mayoría de las veces, pero había entendido a base de cuchilladas y pesadillas que eso no era lo mejor que podía hacer. Algo me decía que Heather iba a ir a buscarme al no verme rondando por la casa, y así pasó. No intentó llamar, no intentó golpear la puerta, sólo la abrió y pasó.

Yo estaba sentada a los pies de la cama y ambas nos observamos en silencio al descubrir que habíamos estado así antes. El día de la fiesta, ese asqueroso día, cuando llegó me encontró sentada también en la cama observando la nada. Entró de la misma forma y se detuvo ahí, en la puerta, para observarme, pero finalmente esbozó una sonrisa y comenzó a contarme de algo que ya ni siquiera importa. Pero en esa oportunidad la situación era diferente porque Heather no iba a sonreír y tampoco iba a contarme nada. Estaba ahí para hacer lo que sabía hacer: meterse en los asuntos que nunca la incumben.

No le dije que se fuera porque era ridículo, la conocía tan bien como para saber que no iba a hacerlo. Dejé de mirarla porque de repente sentí que el ambiente se volvía incómodo. Lucíamos como ese tipo de tías que se odian y están a punto de hacerse rabiar la una a la otra sólo para atraer la atención.

Como era de esperarse, ella fue la primera en hablar.

—Lo siento—murmuró, tomándome por sorpresa.

En toda nuestra amistad, que básicamente era una vida entera para mí, esa podría clasificarse como la primera vez en la que ella hacía lo que sabía hacer y luego se disculpaba. Me puse de pie y tuve que observarla porque no podía creérmelo, no podía ni siquiera ver hasta dónde nos había cambiado la casa, todo lo de 00:00, como para llegar a esa solución.

—Lamento lo del otro día—prosiguió con firmeza, pero yo me desinflé—, lamento ser una perra contigo.

—No eres una perra—intenté decirle, pero me interrumpió.

—Lo soy cuando se trata de ti y no te lo mereces.

Estuve a punto de decirle que en realidad era yo la que tenía que disculparse, pero no lo hice. Creo que escucharla hablando de eso, aceptando algo que yo no creía pero al parecer ella sí, de alguna forma me golpeó con fuerza. Era muy difícil que Heather de su brazo a torcer o acepte haber metido la pata, es como un eclipse, como algo que quizás ocurra sólo una vez en la vida y quise valorarlo.

—¿Te acuerdas de cuando me llamaste y estabas llorando y yo estaba demasiado borracha como para hablar contigo?

Asentí. Me había enviado a la mierda esa vez. Heather cerró los ojos e hizo una mueca.

—Lo siento. Lo siento por eso—agregó a la lista, y yo sonreí pero ella no pudo verme—. Y también lamento todas esas veces en las que no te escuché y pasé de ti, en las que creí que no te necesitaba. ¿Sabes por qué no abro los ojos? Porque sé que si los abro no podré mirarte directamente, maldita sea. Creo que acabo de darme cuenta de lo especial que es tenerte como amiga, y me gustaría poder ser especial, tanto como lo eres para mí, pero soy un desastre, un bicho raro que no sabe quién es y no sé qué demonios hacías conmigo si no deberías haberme conocido nunca. No deberías haber permitido que te hiera como lo hice, que tome el control sobre ti e intente cambiarte sacándote a fiestas y haciéndote beber. No tendrías que haberme dejado entrar a tu vida jamás.



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En el texto hay: misterio, amor, terror

Editado: 07.02.2019

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