A Primera Vista

1. En el presente

“¡¿Cómo pudiste haberme ocultado algo así?!”

Me quito una lágrima mientras los gritos resuenan en mi cabeza.

La oscuridad de la noche envuelve la playa, y las olas rompen en susurros a lo largo de la orilla. La luna, testigo silencioso, ilumina con su luz plateada un rincón solitario de la playa donde me encuentro, perdida en mis pensamientos con la imagen de Sebastián Vélez dando vueltas en mi mente mientras me abrazo las rodillas.

En el rincón de mis recuerdos, él emerge en su encanto como la encarnación de la elegancia y la atracción magnética. Su pelo, un revoltijo de tonos castaños y dorados, ondea ligeramente al viento, como si cada hebra llevara consigo un secreto que solo yo pudiera desentrañar, una imagen producto de mi imaginación porque él no está aquí.

La profundidad de su mirada podría hipnotizar hasta al más escéptico, un par de espejos que reflejan la pasión y la ternura que guarda en su interior, la cual es difícil de poder sonsacar. A través de esos ojos, se percibe la chispa de su alma, siempre lista para iluminar los momentos más oscuros, al menos eso hizo conmigo y ahora vuelvo a estar sumergida en la oscuridad.

“Lo siento, lo siento tanto, simplemente no podía decirte la verdad.”

“¡Y por ello decidiste mentirme a mí, Valentina! ¡A mí! Luego de todo lo que he hecho por ti.”

“Sácamelo en cara, hazlo, te aseguro que he soportado cosas peores que esta.”

No lo sé.

No estoy segura.

Probablemente las haya soportado, pero el dolor de esta instancia es tan rudo que siento que una parte de mi interior se desangra.

En cuanto a su altura, Sebastián se alza con una estatura que despierta admiración. Sus hombros anchos y su porte erguido lo hacen destacar en cualquier multitud. Un hombre cuya presencia comanda respeto y cuya figura es la envidia de las olas que intentan alcanzar su altura. La de la imagen mental que me figuro de él como si estuviese a mi lado, como si se pusiera de pie y mirase el mar.

Mis ojos, fijos en el horizonte, se llenan de lágrimas que se deslizan silenciosamente por mis mejillas. El sonido constante de las olas parece mezclarse con mi lamento, creando una sinfonía melancólica que solo la noche puede comprender.

El mar, normalmente mi refugio, parece infinito y desolado. Cada ola que besa la orilla me recuerda a la fugacidad de los momentos felices que compartimos, ahora distantes como estrellas lejanas en la inmensidad del cielo.

“Realmente apostaba por ti, Valentina.”

“Lamento que sea cosa del pasado, Sebastián…”

“Por favor… Vete.”

“¿Qué?”

“Valentina. Por favor, hazlo.”

No es solo la apariencia física lo que me cautivó de él desde el primer minuto sino también su encanto como una melodía que resuena en el aire, suave pero persistente. Cada gesto suyo, desde una sonrisa pícara hasta el modo en que inclina la cabeza al escuchar, es una invitación a enamorarse un poco más cada día. Y que ahora no estaría dispuesto a escucharme porque he faltado a su palabra, porque no me cree, porque lo he perdido definitivamente.

Su risa es un eco melódico que llena cualquier espacio con alegría. Incluso sus gritos son mejor compañía que este tenebroso silencio que me deja de cara con mis pensamientos más dañinos. Su voz, un tono profundo que resuena con autoridad, pero que se suaviza cuando susurra palabras de amor, sus jadeos, su gutural tono, nuestras respiraciones agitadas cuando entre abrazos, el contacto sensible de piel con piel, su barba contra mi cuerpo, todo en él haciendo que la intimidad se convierta en un incendio con llamaradas intensas ardiendo con furia.

Así es Sebastián, un caleidoscopio de detalles que hacen que mi corazón palpite con cada pensamiento suyo. En sus recuerdos, encuentro la dicha de haber cruzado caminos con alguien cuyo amor es la más hermosa de las historias.

Pero en mis recuerdos solo persiste las peores palabra que jamás hubiese querido de su parte:

“Lamento haberte dejado entrar en mi vida, Valentina.” 

La noche se convierte en mi confidente, y el sonido del mar se transforma en un susurro compasivo, acompañándome en mi soledad, contrastando con mi llanto que irrumpe sin más y cierro los ojos, tratando de atrapar en mi mente los recuerdos felices.

Dejando fluir mi propia vulnerabilidad, hago un repaso mental de cada uno de mis recuerdos como si este verano, que prometía ser el mejor de mi vida, no quisiera escapar de mis manos, pero ahí va.

Lo hace.

Todo empezó luego de año nuevo, cuando llegué a esta playa, en este mismo lugar y mi intuición me advertía que algo importante iba a suceder.

Lo que no me advirtió era de cuánto realmente dolería.

 




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