A Primera Vista

4. Sexy secuestrador

—Por favor, ponte el cinturón, Valentina.

Lo hago a duras tientas hasta que caigo en la cuenta de algo.

—¿Cómo sabe mi nombre?

—Lo vi en tu identificación. En la mochila.

—¿En qué momento? ¿Me faltan mis pertenencias?

—Te aseguro que nadie te ha sacado nada. 

—¿Es usted policía? —le pregunto, dándole vueltas a si un policía estaría manejando un Mercedes descapotable por la costa uruguaya, ¿cuánto ganan aquí los polis? ¿Era real eso de emigrar?

—No, no soy policía.

—¿Comisario?

—No.

—¿Y por qué lo reconoció el policía?

—Porque me suelen conocer…

—¿Y si está mintiendo?—le lanzo una mirada desconfiada—. Tal vez es usted el líder de una banda de secuestradores y solo está actuando para ganarse mi confianza.

Caramba, en tal caso no tendría que haberlo dicho en voz alta, ahora cómo rayos haré para escapar de él que no sea aventándome del auto.

Sebastián suelta una risa tan fuerte que casi pierde el control del volante o esa es la sensación que me genera.

—¿Secuestradores? ¿En serio? Eso suena a la trama de una película de comedia mala. No, gracias, tengo mejores planes para mi vida.

—Quizá a la mafia rusa, ¿hay mafia rusa aquí?—le respondo, sin caer en la risa que está intentando fingir para generar confianza conmigo. Es una táctica vieja esa, hermoso criminal que busca secuestrarme—. Por favor, no me lleve, déjeme aquí mismo y no diré nada a nadie.

—Valentina, tienes una imaginación bastante... creativa. Pero en serio, no soy parte de ninguna conspiración rusa ni nada parecido. Solo soy un tipo normal intentando disfrutar de un día en la playa.

—Uno que maneja un Mercedes.

—¿Y?

—Y que tiene negocios oscuros con la policía.

—¿Qué? No tengo ningún negociado con la policía, ¿en qué momento te dije eso?

Lo supuse.

Mientras tanto, pasamos por la rambla y veo a un grupo de flamencos rosados en la laguna. Esta es la oportunidad, debo huir.

—Ni lo pienses—me detiene.

Trago grueso antes de sopesar con mis dedos el broche del cinturón.

—¿Y esos flamencos? ¿Son tuyos también?

—Con mi trabajo me basta, descuida. Trabajo que no tiene que ver con secuestros.

—¿Entonces?

Terminan de pasar los animales y seguimos el rumbo.

—Invierto en bolsa, bonos, acciones, tengo una agencia que lo toma a cargo.

A veces escucho hablar de eso y la verdad que es como si me hablasen en japonés.

—Entonces eres criptoestafador—llego a la conclusión de que efectivamente eso era una actividad criminal.

—Claro y atropello chicas para llevarlas al hospital sin dañarle ningún órgano vital así nos sirve completa con toda la banda que la cortará en pedacitos.

Creo que el pulso se me detiene y me sudan las manos.

—Era broma, Valentina.

—Es que…

—¿Estás de vacaciones por Uruguay?

—No precisamente.

—Pero eres turista.

—Argentina.

—¿En serio? No pensé en eso, por tu acento.

—La gente cree que los argentinos tenemos todo el acento porteño.

—¿Toda la gente que vive en la costa habla igual?

—Depende la zona, nosotros no decimos “boludo” y “che pibe” todo el tiempo. Yo soy de Provincia de Buenos Aires y prácticamente huí de Argentina.

—¿Huyendo de tu país? ¿Y luego el criminal soy yo?

—No hice nada malo, huí por la crisis.

—Mira. Ahí está.

Me señala un centro médico en el que se detiene y estaciona el coche para que entremos.

—Sígueme, no hay carniceros, solo una clínica decente—me propone y ya comienzo a sopesar la idea de que el tal Sebastián Vélez sea un hombre de bien.

Pero no me dejaré engañar tan fácil, siempre me lo decía mi abuelita “mejor desconfía, antes que confiar”, pero también ella me decía “nena, ¿para cuándo el novio?”. “No tengo novio, abuela.” “¿Y una novia?” “¿Qué?” “Cuando tenía tu edad también había chicas que salían con chicas, pero nadie decía nada. También chicos con chicos, qué bueno ahora esté todo más liberado.” “Sí, nona, es genial que el amor sea más libre aunque nos falta mucho como sociedad, pero creo que soy heterosexual, me gustan los varones, solo que no tengo novio.” 

Bonita.

Murió sin conocerme ningún novio formal, pero estoy segura de que el día que tenga uno no será como los malandras que tenía por compañeros en la facultad, sino que será uno decente y trabajador.

—¿Vamos?—irrumpe Sebastián mis pensamientos y accedo a entrar con él al centro de salud.

Aunque pensándolo bien, los cirujanos de los hospitales también son algo así como carniceros de personas. ¡Ay, no!

 




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