A Primera Vista

20. ¿Quién tuvo la culpa?

Nos estamos moviendo en dirección a la zona VIP y me siento un poco apesadumbrada porque creo que se me está pasando un poco el efecto de lo que fumamos antes con los chicos.

—Oye, Sebas, ¿tienes algo para fumar?—le pregunto entre la música.

—¡¿Qué?!
—Yo no fumo, es decir, probé una cosa hoy que me invitaron ¡y me sentó espectacular!

—¡Claro que no, Valentina, jamás te daría drogas!

—¡Ay, qué aburrido! 

—Dime dónde está Luc. Ese me va a escuchar, hablaré también con Oscar, las cosas no pueden quedar así.

—¿Qué? Él no hizo nada.

—¡Te drogó!

—No. Sus amigos me compartieron algo que yo también decidí tomar. De hecho, no se toma, solo me ahogué con el humo, nada más. ¡Oh! ¿Ese es Martín?

No veo muy bien por las luces parpadeantes, el humo y porque está en alto la zona VIP, pero puede que sea el amigo de Luc. Como puede que no lo sea.

—Permiso, ¿puedo pasar?—Le digo al hombre calvo de camiseta negra apretada a los brazos que parece que en cualquier momento se le puede llegar a rasgar—. Pero qué brazotes.

—¿Tienes pase VIP?

—Ajá—le enseño el sello en mi mano—. También viene un amigo, es de mi confianza.

—Oh, sí, claro que puede pasar si es de tu confianza, florecilla.

—Ay, gracias, eres un amor.

—Nadie que no tenga sello o ticket VIP puede entrar aquí—me contesta con determinación. ¡Otro aguafiestas más!

—¿Qué sucede?

—Señor Vélez.

La voz del guardia es firme en el momento que se da cuenta de que “mi amigo” es nada menos que Sebastián Vélez. No sé qué significa eso, pero es probable que toda la calaña de ricachones se conozcan entre ellos en esta playita.

No necesita ni sello ni ticket y aún así le permiten el paso. 

Como sea, me alegra que así suceda. Sebastián se encuentra con algunas personas conocidas mientras nos adentramos en la fiesta, muchos que antes estaban bebiendo alcohol tienen ahora botellitas con agua fresca y se ven bailando con sonidos mucho más profundos de música ¿tecno? Los retumbos laten dentro de mi cabeza y es como si mi corazón pudiese acompañar el ritmo. Es magnífico. Además el juego de luces y efectos de videos en pantallas que hay alrededor lo vuelven aún más envolvente.

—¡Ahí están!—digo al notar a Martin, a quien pude discernir antes desde la parte de abajo. Me agrada ver por fin un rostro conocido. Se ha puesto gafas oscuras y está masticando chicle, se ha quitado la camiseta y está sudado aferrado a la cintura de su novia, Laura, quien tiene un chupetín en la boca y se mueve como si estuviese sincronizados por la música, por sus corazones y por las luces. 

—¡Holaaa, chicos!

Ellos siguen bailando. ¿Mmm?

—¡¿Holaaaa?!—insisto.

Toco a Laura, pero, también con sus gafas oscuras, no logro discernir si me está prestando o no atención.

—¡¿Vieron a Luc?!

Su novio también me presta atención, esta vez intento con él.

—¡A Luc! ¡¿Lo vieron?!

Me sonríe con la boca muy grande y hasta puedo verle el chicle blanco que está masticando. Intento insistir, pero Sebastián me detiene, sujetándome de un brazo y hablándome al oído para que le pueda escuchar (no sin cierta dificultad).

—Olvídalo, están en una.

—¿En qué?

—¡En una!

—¡¿Qué significa estar “en una”?!

—¡Solo vámonos, Valentina!

—¡¿Por qué?!

—¡No me gusta este ambiente!

—¡El qué!

Acto seguido parece dar un resoplido y poner los ojos en blanco a la vez. Termina por tomarme de la cintura y me quiere llevar hasta la salida, pero me desvío y escapo de sus manos.

—¡Valentina!—le escucho que me llama.

Termino por meterme en una barra y pido un gin tonic. Me lo sirven más rápido de lo que creo ya que despachan a la gente con botellas de agua y Sebastián se aparece justo mientras me dan mi bebida.

—¡¿Qué haces?!

—¿Un traguito?

—¡Quiero que nos vamos!

—¡Vete! ¡Disfruta la música!—le digo mientras bebo y siento que mi cabeza se mueve al ritmo de la música intensa.

—¡Valen!

—¡¿Quéeee?!

—¡Vámonos!
—¡Cuando termine este traguito!

—¡¿Luego nos iremos?!

—¡Creo que sí! ¡¿Me compras otro?! ¡¿El último?!

—¡¿Cuánto bebiste?!

—¡No lo sé!

—¡Nos vamos!

—¡Sebastián!

Ahora sí.

La voz me suena familiar desde atrás. Viene acompañada de unas manos que me sujetan por las caderas y su perfume me hipnotiza.

Caigo en la cuenta de que se ha quitado la camiseta y también está sudado, con una brillante cadena cayendo en su cuello y un tatuaje que dice “BLESSED” en toda la zona baja de su abdomen.

—¡Luc!—le digo, con alegría—. ¡¿Dónde estabas?!

—¡Quítale las manos de encima!—Sebastián le da un empujón y eso enciende mis señales de alarma. Casi tiro la copa que tengo en manos.

—¡Oye!—le grito.

—¡¿Qué te sucede, hermano?!—le pregunta Luc.

—¡No me llames “hermano”! ¡¿Y por qué carajos la drogaste?!

—¿Qué? ¡Yo no he drogado a nadie!

—¡Tú y tus jodidos amigos!—lo vuelve a empujar. Esta vez se alertan las personas alrededor.

—¡Detente!

—¡¿Cómo se atreven a andar drogando chicas?! ¡Encima a Valentina!—otro empujón.

Luc le contesta empujándolo también.

—¡Basta!—me meto en el medio.

Quedo encima de Sebastián. Se deshace de mí y voy a parar contra una chica que me observa con disgusto al verme.

Cuando quiero acordarme de dónde estoy, vuelvo la mirada donde todos están alarmados ahora y los de seguridad se están abriendo paso, encontrando a Luc y a Sebastián trenzados en el suelo.

—¡Bast…!—intento decir, arrojándome encima de ellos.

Pero mi voz queda a medio camino al igual que la copa en el momento que no me aguanto y suelto la vomitona de mi vida encima de los dos.

 




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