A Primera Vista

26. ¿Alguien vio mi dignidad?

La mañana de hoy está más nublada que mi conciencia y la brisa marina ha provocado que la mañana de hoy refresque bastante, cambia mucho Punta con sol y sin sol.

Una vez que estoy cerca del edificio, siento que las personas que están entrando son capaces de saber lo que hice este fin de semana, desde poner mi consciencia en situaciones dudosas hasta irme a un hotel con dos hombres, terminando el domingo en la cama con el amigo de mi jefe quien me consiguió este trabajo luego de que también hayamos tenido un encuentro anterior de intimidad en una ducha. Todo estuvo divertido, lo admito, me gusta esta versión de mí que está saliendo a la luz, pero no está bien considerando lo que hay detrás que provocaría que hasta la mirada más intrépida me juzgue.

Anoche Sebastián tuvo la noche libre de su hijo y, si bien me gustó la cena que compartimos en que abrió su corazón para hablarme acerca de Pascal y de lo fascinado que está con ese chiquito, me sigo juzgando a mí misma sabiendo que hay algo más profundo que no me puedo perdonar.

—Buenos días, Valentina.

—Buenos días—saludo a la chica de recepción.

Al entrar al vestíbulo, siento que las lámparas de araña me miran con desaprobación, como si supieran todos los detalles extravagantes de lo que no puede ser contado. La risa compartida con Sebastián y la escena familiar en su casa ahora parecen más un guion de telenovela que un recuerdo divertido.

Camino por los pasillos hacia mi nuevo trabajo con la ligereza de alguien que lleva una pila de libros sobre la culpa. Cada mirada de mis colegas parece decir: "Sabemos lo que hiciste anoche", como si fuera una película de comedia romántica en la que la protagonista tiene un oscuro secreto.

Hasta que me acerco a mi oficina y ahí está él en el escritorio continuo. Luc. Parece enfrascado en su computadora mientras un café frío reposa a su lado en el escritorio. Sabía que tarde o temprano sucedería esto; si no me han echado hasta ahora es porque él pretendía entonces hacerlo en persona.

Ya, enfréntalo de una vez.

Me armo de valor e intento cruzar la puerta de vidrio, pero me choco de frente con él quien me sujeta de los hombros para que su porte físico fortísimo no termine por aventarme lejos de donde estoy ahora.

Parpadeo, asombrada, mirándolo a los ojos.

Esos ojos que…

—Luc—murmuro—. Lo siento, no quería que las cosas sucedieran así, yo solo.

—¿Qué?

Lo mismo digo yo: ¿qué?

—Es decir… no quería que me choques de frente con tu cuerpo.

—¿Y qué es lo que quieres con mi cuerpo?—parpadeo, atónita. Debo morderme la lengua antes de dejar que mi versión más impulsiva de rienda suelta a mis deseos y pensamientos.

Sus manos me sueltan y una vez que se asegura de que he pisado suelo firme y se aleja de mí dejando palabras detrás que me quedan resonando:

—Y deja de aventarte encima de las personas, en esta ciudad la gente no tiende a entablar vínculos de ese modo.

Parpadeo sin saber si sentirme ofendida o a gusto porque si está bromeando, puede significar que no está enojado conmigo. O no del todo aún.

Al entrar en la oficina, veo que mis cosas siguen en el mismo lugar, que nada ha cambiado y todo parece seguir su curso, nadie se prepara para decirme “adiós, fue un placer tenerte, pero lárgate porque tu conducta nos avergüenza”.

En su lugar, cuando Luc regresa, me decido a hablarle mientras reviso la planificación de hoy:

—Me dejaste preocupada el fin de semana—le digo.

—¿Tú preocupada por mí? Yo no fui el que anduvo pasado de copas.

—Yo tampoco.

—No he dado nombres propios.

Le arrojo una mirada asesina y voy al grano:

—¿Por qué te fuiste sin despedirte y luego no me contestaste los mensajes?

—¿Me escribiste? No lo había notado, tuve un fin de semana muy entretenido.

—¿Ah, sí? Creía que el “mujeriego” era Sebastián.

—¿Estás celosa? ¿Crees que no te contestaba porque andaba ocupado con mujeres?

—Tienes razón, pudo haber sido con hombres.

—¿Si es con hombres no te pones celosa?

—Descuida, no me pongo celosa de ninguna manera—creo que soy demasiado mala mintiendo—. Así como tú quisiste asegurarte de que yo estaba a salvo, lo mismo quería asegurarme de ti.

—Aquí me tienes, completo y sonriente. ¿Qué tal si nos ponemos a trabajar de una vez?

—Creo que es la mejor idea que podríamos haber tenido desde el viernes.

—Estoy de acuerdo.

Entonces no me han echado.

Se genera un breve silencio en lo que él escribe un mensaje por su celular y suena en el mío. Miro lo que acaba de enviarme:

“Cuando desperté les vi abrazados muy cariñosamente y no quería interrumpirles más. Me fui de ahí porque, a diferencia de otras personas, yo prefiero conservar la dignidad (;”

 




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