A Primera Vista

33. ¡Dando batalla!

No… No está pensando coherentemente, está dejado a llevar por la irracionalidad del momento.

No tiene ni la menor idea de la gravedad que esto implica y ya tiene suficiente con su hijo, además ¿cómo podría vivir yo misma sabiendo que Sebastián se hizo cargo? Sintiéndome la peor persona del mundo sin poder hacerme responsable y arruinado cualquier esperanza de vinculación con él mismo, sumando que esto podría perjudicarme en el trabajo.

—Jodido Luc—farfullo mientras las lágrimas se deslizan por mi rostro.

—Gracias a él es que yo puedo tener la verdad. Siempre hubo una competitividad entre nosotros por temas de trabajo entre inversiones y acciones en las que ambos hemos salido ganando hasta el momento, pero esto va más allá.

—Claro porque los ricos compiten con personas, ¿verdad?

—Tú estás completamente por fuera, si algo bueno hizo Luc al decírmelo fue ayudarte a que no debas seguir lidiando sola con tamaña decisión.

—Es que debo llevarlo sola, ¿entiendes? Porque la decisión es mía, Sebastián.

—No es solo tuya. Es del padre.

—Esa palabra le queda grande, es imposible, es un imbécil y lo último que deseo es quedar ligada a él de ningún modo. Cielo santo.

—¿Él abusó de ti?

—¿Qué?

—Tu embarazo. ¿Fue producto de un abuso y por eso quieres terminar con él?

—No lo creo. El tipo con el que estuve me juré a mí misma que jamás volvería a verlo, solo quería que terminara rápido y salí huyendo de ese idiota. ¡No tendría que haber permitido siquiera que me toque un pelo! No puedo quedar cercana a él a menos que quisiera condenarme.

—Entonces el padre soy yo.

—¡Que no tiene padre, por todos los cielos, Sebastián!

—Te propongo que quiero serlo, Valentina.

—¡Pero no hay padre porque no hay hijo, porque es mi cuerpo y porque no tienes el mínimo derecho tú o Luc de seguir avanzando sobre mí con una decisión que es mía y punto!

Tras negarme rotundamente me siento agitada, la angustia raspa en mi garganta y al hablar me siento devastada, moribunda, furiosa.

—Realmente apostaba por ti, Valentina—murmura él dirgiéndome una mirada de decepción y me siento pésimo porque realmente es alguien a quien no quería decepcionar y lo hice de todos modos.

—Lamento que sea cosa del pasado, Sebastián…—murmuro asumiendo que tengo mi decisión en ciernes.

—Por favor… Vete.

—¿Qué?

—Valentina. Por favor, hazlo.

¡No puedo creerlo!

¿Es que el mundo está mal por no poder entender mis motivos o qué? Frustrada a más no poder termino accediendo a marcharme, andando y andando con la vista en túnel, pero esta vez tratando de prestar atención a las calles porque sospecho que si un coche vuelve a levantarme por los aires no volveré a tener la misma suerte que antes. O puede que mi propio karma eche a perder todo si algo sale bien.

Me sigo quitando las lágrimas mientras los gritos y las voces siguen resonando en mi cabeza. Afuera ya ha anochecido.

La oscuridad de la noche envuelve la playa y las olas rompen en susurros a lo largo de la orilla. La luna, testigo silencioso, ilumina con su luz plateada un rincón solitario de la playa donde me encuentro, perdida en mis pensamientos con la imagen de Sebastián dando vueltas en mi mente mientras me abrazo las rodillas.

Mis ojos, fijos en el horizonte, se llenan de lágrimas que se deslizan silenciosamente por mis mejillas. El sonido constante de las olas parece mezclarse con mi lamento, creando una sinfonía melancólica que solo la noche puede comprender.

El mar, normalmente mi refugio desde que llegué aquí, testigo de horas de felicidad que ojalá nunca hubiesen terminado, parece infinito y desolado. 

La noche se convierte en mi confidente y el sonido del mar se transforma en un susurro compasivo, acompañándome en mi soledad, contrastando con mi llanto que irrumpe sin más y cierro los ojos, tratando de atrapar en mi mente los recuerdos felices.

Dejando fluir mi propia vulnerabilidad, hago un repaso mental de cada uno de mis recuerdos como si este verano, que prometía ser el mejor de mi vida, no quisiera escapar de mis manos, pero ahí va.

Lo hace.

Todo empezó aquí y ahora parece erigirse amenazante para terminar en el mismo punto.

Pero no.

No lo voy a permitir.

No puedo darme por derrotada así de fácil.

Tras sentir que he dejado brotar todo el dolor que puedo haber estado guardando en mi interior me pongo de pie y deduzco que no estoy lejos del lugar donde debería estar él ahora… Debo encontrarlo y si me arruina todo, yo le arruinaré todo a él, o bien me ayuda a arreglarlo.

Mis pies se arrastran por la arena que permanece tibia guardando la calidez del día y me muevo hasta la parte superior para andar más rápido, siento que nada puede detenerme, nada debería hacerlo.

No me importa que sea mi mentor, me usó como conejillo de experimentos en su batalla secuencial con Sebastián y es hora de que entienda que eso no se debe hacer bajo ningún término.

Me echo a andar por la playa, segura de dónde está el restaurante de Luc Dupont y sus socios. El primero que visité para comer cuando llegué a Punta.

En efecto, al entrar lo veo hablando con una chica en la barra me voy hasta él como un tornado embravecido.

 




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