Al Otro Lado - Aol 1

50. Un Sueño

Lunes.

Su último día con sus hijas en los próximos tres meses.

Se reunió con su equipo de gira para ultimar detalles, considerando que él partiría dos semanas antes que ellos y no volverían a reunirse hasta que llegaran todos a México, a dos días de la primera fecha.

Stu sabía que todos, hasta Sophie, que era como Dios en su círculo de actividad porque era omnisapiente y omnipresente, se preguntaban lo mismo: ¿por qué Latinoamérica? Su separación había ocupado los meses tradicionales de sus giras solista, abril y mayo, de modo que era comprensible que saliera en agosto y septiembre. Pero, ¿Latinoamérica?

Como nadie se atrevía a preguntar, Stu no se molestó por responder.

Repasaron itinerario, personal, equipo. Trataron de pensar y prever cualquier contingencia que pudiera surgir. Hasta tuvieron una breve conferencia por Skype con Mariano, a quien Stu había solicitado como enlace de Vector con su equipo.

La semana anterior el argentino se había tomado el atrevimiento de llamarlo a su número privado para pedirle abiertamente instrucciones, porque C lo perseguía con insistencia para que la ayudara a conseguir una buena entrada en preventa para la presentación de Stu en Buenos Aires. El argentino no era tonto, y ya conocía a C lo suficiente para darse cuenta de un par de cosas que lo tenían tan sorprendido como intrigado, aunque era demasiado educado para preguntar al respecto:

* De alguna forma, ella no tenía la menor idea de que era amiga de Stewie Masterson.

* Él prefería que así fuera.

* Mariano no podía hacer ni decir nada que revelara que estaba al tanto de la amistad entre ellos.

Stu no se molestó por afirmar ni desmentir nada. Le sugirió que encarara lo de la entrada como lo haría con cualquier otra persona y le dijo que volviera a llamarlo el miércoles por la tarde, porque quería discutir con él una idea que tenía para la gira.

 

Ese lunes por la tarde, apenas puso a Elizabeth y Melody Star a hacer su escasa tarea escolar, se fijó si tenía algún mensaje de C. Nada en su bandeja de entrada, aunque vio una foto que ella publicara sólo una hora antes. Al pie había escrito “Mi Tesssoro”, y tenía docenas de likes y comentarios en inglés y español. Stu sonrió de costado al abrirla: era una entrada para su cierre de gira en Buenos Aires, en octubre.

Cenó con las niñas en la cocina, en la mesa de madera oscura junto a las ventanas abiertas a la tarde cálida, apacible, que declinaba. Jugó con ellas hasta que se hizo hora de que se fueran a la cama, las acompañó a acostarse, se demoró con ellas hasta que se durmieron.

De vuelta en la cocina ahora silenciosa, acomodó vino, cigarrillos y computadora en la isla, apuntó la pantalla hacia afuera, y llamó a C mientras enjuagaba las cosas de la cena para ponerlas en el lavavajillas.

Ella era un manojo de excitación por haber obtenido una entrada para ver a su ídolo-absoluto-futuro-marido. Su agente había hecho la magia de siempre y le había conseguido un asiento en segunda fila, directamente frente al lugar de Masterson en el escenario.

Stu la escuchaba sonriendo, dejándola desplegar toda su alegría. Era como una ráfaga de energía y risa, cálida, imparable, contagiosa, que llenaba y hacía vibrar todo a su alrededor, él incluido.

Hacía tiempo que había aprendido a escucharla hablar de sí mismo como si se tratara de otra persona, con la actitud entre cómplice y burlona que adoptaría si realmente se tratara de un tercero. Así que esa noche se obligó a tomar la postura de siempre, procurando que la ironía de la situación no lo ganara, y tampoco ceder a las ganas de decirle que cuando llegara ese concierto, seguramente estaría en una posición mucho más cercana a él.

De modo que se obligó a decir: —Bien, segunda fila no está mal, ¿verdad?

—No. No tan bueno como primera fila, ni el sueño de un pase al backstage, si es que Masterson los da alguna vez, lo cual no creo que haga. Pero tampoco está mal. Segunda fila, igual que con Slot Coin el año pasado. Al parecer, es lo más cerca que jamás llegaré a tenerlo.

Stu tuvo que morderse la lengua para no responder.

Entonces C le contó riendo que esperar la respuesta de su agente la había tenido tan en ascuas, que había pasado la noche anterior soñando con Stewie Masterson.

—Oh, con todo el alboroto por mi viaje, ya echaba de menos a la psico-groupie.

—¡Ni que lo digas! Lo siento, cariño, pero hay cosas que pueden sobrepasar hasta mi ansiedad por conocerte. Como sea, soy siempre la misma tonta en lo que respecta a Masterson. ¡Hasta en sueños!

Stu encendió el lavavajilla y se sentó a la isla, con su vino y sus cigarrillos.

—Estoy lavando los platos, así que ignora el ruido. ¿Por qué tonta? ¿Qué soñaste?

—Olvídalo. No quieres que te cuente mi sueño.

—Claro que sí. Siempre te niegas a contarme tus sueños, de modo que por supuesto que quiero saber qué sueñas.




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