Al terminar el otoño

Capítulo |1|

Holi, su opinión en muy importante para mí. 
 

—Como ya te dije es un error que yo esté aquí —explica despacio mirando para todos lados sin soltarme.

—¡Largo!

Retrocedo cuando logro zafarme de su agarre, ¿de qué área del psiquiátrico será? Debería mantener un perfil bajo con él antes de que me mate a sangre fría y use mi sangre para dejar un mensaje homicida en las paredes. Vamos, respira y siguele el juego al esquizofrénico para que no te mate.

»¿Co-cómo entraste aquí?

—No te puedo decir mucho —responde fatigado.

—¿Por qué te han traído?

—Tengo problemas enormes allá afuera.

¿Problemas enormes? ¿Cómo meterse a las habitaciones de señoritas aprovecharse de ellas en cadena dejando un rastro homicida de violencia?

—¿Matas a sangre fría y luego lo olvidas? ¿Juegas a la cuerda con los intestinos de tus víctimas o te comes sus vísceras?

—¿Qué?

—¿Te dan electrochoques para volver a la normalidad? ¿Cada cuanto tienes episodios?

—Vaya que estás aterrada de este lugar o demente. Sospecho que la peligrosa eres tú. Sabes mucho del asunto.

Intenta acercarse, pero continuo apuntando con la pantufla que aún sostengo. Puedo estar ante mi último día.

Sí, tiene cara de loco.

—Será mejor que mantengamos nuestra distancia hasta que el enfermero de turno vuelva —sentencio.

—¿De turno? O sea que los rotan.

—S-sí, eso le escuché a la psicóloga.

Y que le den a la amargada.

—¡Maldición! —centra su mirada castaña en mí, en cada movimiento que hago y aún más espeluznante, sonríe apacible súbitamente—. Soy un producto de tu imaginación así que no puedes hablarle de mí a nad...—le doy una bofetada que hace su cara girar—. ¿Qué te pasa demente?

—¡No me gusta estar imaginando estupideces, borrate!

—Joder —Talla su mejilla susurrando—. ¿Donde demonios vine a caer?

Sin dirigirme la mirada se agacha y debajo de la cama tira de una maleta, pero la puerta se abre justo cuando está inclinado así que termina por esconderse por completo bajo la cama demasiado rápido, tanto que si llego a cuestionarme si de verdad solo lo imagine.

Es un enfermero, deja una charola con alimentos sin darme tiempo para pedirle que lo saque y cierra nuevamente. Observo con hastío la asquerosidad de comida que han traído.

Paso más de media hora mirando la comida,  pensando como exigir que lo saquen, afortunadamente sé que viene una revisión en tres horas, según sé la última del día con la doctora Hoffman acompañada de otro médico.

En silencio nos mantuvimos alejados durante otras dos horas, mirándonos de reojo, quiza planeando como deshacernos el uno del otro. No sé cual de los dos tendrá más miedo, pero no pienso expresar el mío.

La chapa se mueve de nueva cuenta mientras el fulano ese corre en dirección del baño causandome alivio.  Ambos médicos entran aún discutiendo sobre las dosis de los calmantes del paciente anterior.

—¿Cómo han sido tus primeras horas aquí Miranda?

Pregunta ella con una tablilla en mano dispuesta a anotar todo lo que diga como si yo fuese un animal extraño en investigación.

—¡¿Quién demonios es el hombre que está en mi habitación?!

El doctor Montes comparte una mirada preocupada con la Dra. Hoffman que ligeramente la entorpece. Con simpleza sonríe y procede a revisar mis ojos con una diminuta lámpara del tamaño de su pulgar haciéndome mirar en diferentes direcciones.

—Dime cómo es este hombre Miranda —Me pide ella—. ¿Se parece a alguno de tus hermanos o seres cercanos? ¿Lo estás viendo en este momento?

Mi rostro se enciende al igual que mi enojo. ¿Me está tratando de loca?

—¡Es un tipo castaño de no más de treinta años, está en mi habitación, todo el maldito día se ha estado paseando por aquí!

Ella permaneció pensativa y abrió enormes los ojos cuando lo describí fisicamente.

—Entendible, esa edad deben tener sus hermanos, los conocí esta mañana —le dice al doctor en confidencia—. Su mente debe haber creado a "este hombre" como método de protección.

—¡Mi hermano es rubio y ambos tienen los ojos tan claros como yo! ¡Este hombre es moreno, de ojos castaños y mayor que ambos! No estoy loca, aquí está.

—Tranquila, debes estar cansada, tus ojos están muy dilatados —Explica él y por alguna razón las mejillas me arden—. Deben ser alucinaciones ambientales, tienen lugar en situaciones de aislamiento, sobrecarga sensorial o aislamiento social. Son muy comunes en este tipo de cambios. Pediré que te traigan un calmante y por la mañana estarás mucho mejor.

—¡Aquí está! ¡Bajo la cama está su maleta, él viste de jeans y...

—¿Y una polera marrón? —pregunta distraída ella a lo que asiento—. Ay no...

—¡Exacto! ¿Cómo lo sabe? ¿También lo vio? —indago alerta.

—He... no —balbucea al notar toda la atención sobre ella—. Eso vestía tu hermano Isaí esta mañana, cuando ambos te trajeron.

—¡Claro que no, mi hermano llevaba un abrigo gris y Aless una chaqueta roja!

Ella ladea como si yo fuese un caso de demencia perdido. Le pide al doctor que salga para darle su opinión a solas en el pasillo antes de dejar sus observaciones en la puerta sin cerrarla a totalidad. Cuando él se aleja la psicóloga regresa siendo cuidadosa.

—¡Max te dije que no causaras problemas! ¿Qué haces aquí?

La puerta del baño se abre y ese individuo despreocupado aparece implotandome el hígado.

—¿Max? ¿O sea que conoce a este chiflado? ¿Por qué mintió frente al médico? ¿Quiere alargar mi condena en este sitio acusándome de esquizofrenia?

—Para ser una alucinación te estoy dilatando los ojos —presume orgulloso.

—Te voy a dilatar tu microcerebro.

—Ya Miranda, creo que mi compañía ha sido lo mejor de tu día —se burla cínico virando los ojos—, o de tu vida.

Me aviento contra él con los puños cerrados cuando la doctora nos separa con su sermón pacifista que deseo arrojar por la ventana que ni siquiera tengo.



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En el texto hay: romance, comedia humor, diferenciaedad

Editado: 01.08.2023

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