Al terminar el otoño

Capítulo |36|

Veo rebotar a Daen dos veces del agarre de Aless con tal dejo que acaban derrumbándose en el suelo con golpes fieros y aprensivos. Los gritos de Catalina y los míos colmaron el estudio de pánico hasta hacer que tres hombres encargados de la recepción entraran a separarlos con dificultad, ambos estaban aprehendidos el uno del otro.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto a Aless revisando la moratura de su labio.

—Sabía que tenías la prueba hoy, tenía que decirte que sea cual sea tu decisión la voy a apoyar —hace una mueca de dolor cuando paso mi mano en su mentón.

—Me iré a Arias.

Abre los ojos sorpresivamente, y yo logro sonreír con los míos entrecerrados arrastrando el estorboso vestido para que salgamos de ahí.

—Primero deberías asegurarte que Snyder no sea uno de esos amores esporádicos, aunque está bien tener miles de esos antes de llegar al real.

—No voy por Max, quiero ir a la playa, ver la luminiscencia, caminar en las calles de piedra, comer un plato enorme de mariscos, ver la lluvia caer sobre el mar, tomarme un café en ese lugar que marcan como punto turístico, vivir mi duelo…

—Odias los mariscos y el café te altera.

—Omitiendo eso queda lo demás.

—Y de todos los sitios costeros irás a Arias —vacila como si no le doliera cada movimiento.

—Deberías conocerlo, si tiene una temperatura como a dos grados para el infierno, pero es acogedor, las vistas son impresionantes, las personas amables y… y el mar es fosforescente en la noche. Su gastronomía es única y…

—No tienes que convencerme, solo hazlo.

—¿Ya te dije que el mar es luminiscente? —replico ansiosa.

Aless se ríe antes de besar mi frente.

—Te amo mucho, siento que me haya tocado dar la cara por los tres siempre, ser el injusto, el hermano malo, el ausente y solo he querido lo mejor para ustedes dos… y si has decidido que en ese pueblo polvoriento estarás feliz "sola" —me sonrojo—. Estoy de acuerdo.

Pronto vemos a Daen discutir con su madre que intenta evitar que nos siga por lo que hago que Aless avance más rápido. Lo último que quiero es escuchar más insultos u otra pelea sin sentido.

—Vete ya, yo me encargo de ellos hermanita.

—Mi bolso se quedó en el perchero del estudio. Solo mi celular está en la guantera.

De su cartera saca una tarjeta negra, conozco bien ese límite del fondo por lo que una mirada sombría se forja en mí.

—Ve con esto, te envío el pin.

La tomo sin pensarlo, debo verme sumamente desequilibrada corriendo al estacionamiento con un vestido prácticamente robado. Tengo tantas ideas para con el que quemarlo conmigo debajo es lo menos descabellado.

Cerca de la llanta delantera encuentro el repuesto de la llave, lo enciendo y tomo camino. Cuando paso cerca de la acera veo a Daen retener a Aless, no se si de forma pacífica o con intenciones de cambiar nuestra versión, así que reprimo las ganas de arrollarlo y avanzo.

En la autopista subo todo el volumen, tendré ocho horas para pensar una buena excusa para presentarme ahí vestida así. En su defecto tener fe para encontrar un hostal por la nula anticipación.

El aire me acarició frío hasta llegar a la cercanías que fue cuando se tornó caliente y suave, pero aún así quemándome las mejillas para anunciarme que estoy en casa.

Tras siete horas pude observar el majestuoso mar turquesa, la arena blanca, las personas a la espera de la noche para surfear en una diminuta lluvia de estrellas.

Los recuerdos volvieron.

Mi primer amanecer con Max en la playa, lo que ocurrió en la ducha, en su cama con la familia Iverson en el cuarto continúo.

Nuestra primera vez, mi primera vez en el cuarto de mamá. Ese detalle no me importó en ese momento. Recuerdo que comencé a hablar sin parar como ninfómana trabajando en una película para adultos y apenas se quitó el camisón grité aterrada cuando vi que era en serio.

Suelto una carcajada contra el volante.

Pero él sabía que lo mío solo eran parloteos derivados de cientos de libros juveniles. Se encargó de darme una tarde linda sin herir mi ego. Una tarea muy difícil.

Nuestra cita interrumpida que culminamos en su habitación. Con más seguridad, más amor y…

Se acabó.

Se marchó.

Mis manos guiaron contra mi mente el volante, me vi en la entrada del residencial donde vive Hannah. Sin la excusa que debía formular.

El policía habló y en el interfon reconocí la voz de Emil.

Me abrieron el portón y me detuve en la segunda cuadra.

Estaba planeando romper la segunda capa de encajes del vestido para caminar más natural, pero no lo conseguí.

La puerta de la casa se abre, se asoma ese tétrico hombre con la diminuta cicatriz en el lagrimal derecho y me mira cauteloso antes de cerrarme la puerta en la cara sin chistar por lo que cruzo los brazos para evitar el golpe que no llega.

—No soy tan rencoroso como para vengarme —me da paso quedándose a la lateral.

—Lo lamento, más bien lamento todo lo que pasó en mi casa por mi culpa.

Tira un bufido similar a su risa, debe matarle de alegría verme toda nerviosa.

—¿Qué haces aquí vestida de muppet?

—Se supone que es un vestido de novia.

—Sí tú lo dices.

Ladea avanzando y yo detrás de él.  Lo sigo a la cocina y veo una pila de sándwiches a la mitad donde apila dos más.

—Te veo fatal y no sé si quiero saber —murmura con esa errática voz profunda y valemadrismo. Claramente no quiere saber porque, eso implicaría escucharme y tener que aconsejarme y fingir que mi vida le importa—. Dime que la boda es en una semana, eso le dije a Hannah. Y me odiara si vi la fecha mal. ¿No moriste y viniste por nuestras almas para vengarte por no asistir, verdad?

—No, pero lo pensaré.

—Además ella se compró un vestido para ese evento, odiara no ponérselo.

—Los invito a mi funeral —Sonrío aterrada—. Será de etiqueta.

—No me desagrada la idea. Con que al final yo pueda quitárselo, no importa el motivo del evento.



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En el texto hay: romance, comedia humor, diferenciaedad

Editado: 01.08.2023

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