Sus ojos azules brillaron con miedo y reproche hacia sí mismo. David sabía que a la distancia que se encontraban las flechas ya iba a ser imposible evitarlas; así que en un acto entre desesperado y arriesgado, hizo desaparecer sus alas. Al instante en que estas se fueron, su cuerpo perdió el soporte que le ayudaba a mantenerse en el aire, y la fuerza de gravedad hizo su trabajo. David se fue en picada hacia el suelo, evitando por milésimas de segundo el daño que estaba por recibir.
Una sonrisa torcida apareció en los labios de Leo, no se esperaba esa jugada viéndolo tan distraído; sin embargo, este era apenas el comienzo. Otras tres flechas aparecieron tras de sí, y rápidamente tomó una para apuntar. Esta salió disparada hacia su destino; pero gracias a las ventiscas, lo único que logro fue rozar el objetivo.
Una sensación de vértigo se adueño del ángel; era extraño tomando en cuenta que no era la primera vez que caía de esta forma. Sin embargo, esta ocasión había algo diferente, un ligero y casi imperceptible cambio, que se empezaba a formar como una chispa que muy pronto se convertiría en una gran llamarada. David lo sabía; ese cambio venía de su propio deseo de caer; atravesar las barreras celestiales, romper las cadenas de su fe, deslindar el vínculo sagrado… y simplemente caer.
No importaba cuanto se lo hubiese repetido Gabriel, para el ángel cada día, es más, cada segundo era más difícil apartar de su mente la idea de abandonar sus alas; las tentaciones llegaban con fuerza, y resistirlas se estaba volviendo no solo complicado, sino imposible y enloquecedor; prácticamente estaban adquiriendo personalidad propia. Entendía muy bien que todo esto venía como parte del paquete de beneficios de un “caído”; pero no por eso resultaba menos agobiante lidiar con esas sensaciones.
Se sentía tan libre cuando se manifestaban, justo como en ese momento… como en esa caída. ¿Qué pasaría si justo ahora renunciara a extender sus alas? Una punzada de dolor en su pierna derecha le hizo salir de sus cavilaciones; quizás la flecha solo lo hubiera rozado, pero el dolor era fuerte. Faltando solo un par de metros para tocar el suelo, muy a su pesar, David liberó sus alas, al tiempo que su arco y unas flechas hacían acto de presencia.
Como el tiempo corría sin perdonar a nadie, David no tuvo oportunidad de utilizar el arco, por lo que se limitó a utilizar la flecha que tomó para poder desviar las otras dos que estaban por atravesarle el pecho y el ala; para después tomar impulso contra el suelo y volver a elevarse por el cielo tan rápido como le fuera posible. Si en ese momento él abandonaba su calidad de ángel, quien saldría perjudicada de todo esto sería Violeta, y él no era capaz. Además, si en algún punto de su eternidad en realidad decidiera renunciar a ser un ángel, la única forma en que se permitiría a si mismo abandonar esta condición, sería a través de los labios de Violeta.
Ambos ángeles se encontraban evitando flechas y edificios, era curioso como una batalla tan épica no podía ser presenciada por humanos, aun frente a sus ojos. Ese derecho divino se les había negado concediéndoles a cambio libertad; la misma que estos seres eran incapaces de disfrutar.
La desesperación estaba llegando a un punto incontrolable; David observaba a Leo, y aun seguía sin comprender que estaba motivándolo para hacer las cosas de la manera en que las estaba haciendo, ¿Qué podía haberle hecho Violeta para que la torturara de esa forma? ¿Para qué la marcara así ante cielo e infierno?. Pero había algo aun peor, la forma en que lo miraba simplemente delataba que aunque estuvieran luchando a la par, uno de los tantos secretos que guardaba y que quizás nunca le revelaría… lo ridiculizaba.
Ante cada ataque, bloqueo, ó choque; los ojos de Leo eran burlones y sínicos. Y de pronto todo el conjunto de cicatrices pasadas y presentes como secretos, engaños, la traición y la ira, hicieron un eco estridente en el interior de David, provocando que de forma irracional asestara tres flechas en el ala izquierda de Leo.
El ángel aterrizo de lleno contra el techo de un edificio, y David lo observo colisionar con cierto deleite oculto.
-Muy bien hecho…-. Leo se puso de pie con dificultad y una mueca de dolor. –Para serte sincero no esperaba que te pusieras tan rudo…-. Una flecha salió dejando un agujero en donde estuvo, mientras que la sangre opacaba el brillo dorado de sus plumas. –Has cambiado mucho…
-Es evidente que no tanto como tú…-. David descendió lentamente hasta quedar frente a su hermano.
-Esta noche te equivocaste en muchas cosas David…-. La segunda flecha cayó al suelo. –Pero la peor fue en evitar que mi flecha atravesara a Daniel. Si te dijera que lo hacía por su bien ¿Me creerías?...-. De nuevo la sonrisa burlona se instalo en su rostro.