Almas destinadas

1.

Tres años de noviazgo se reducían a ese momento, el que se suponía que debía ser el día más feliz de su vida. 

Estaba seguro de que había escogido bien. Julia era perfecta. Amiga, compañera, amante. Había salido con muchas mujeres, pero ninguna le había mostrado tanta fidelidad como ella. 

Él la había convertido en su todo.

Miró la hora por tercera vez y se dispuso a terminar de arreglarse. Quería lucir perfecto para esperarla en el altar.

Las voces y risas de los primeros invitados ya se escuchaban a la lejanía en el jardín en el que se llevaría a cabo la ceremonia. Podía oír las escandalosas risas de su madre, quien ya estaba impaciente porque sus primeros nietos la acompañaran.  

Se empapó el rostro con las manos y de forma cuidadosa se afeitó. Rozó la navaja con cuidado, lento y minucioso, pero una risotada de su madre lo sobresaltó y se cortó la barbilla por el brusco movimiento.

—Maldición —reclamó y se agarró la herida sangrante con la mano.  

Rápido salió del cuarto de baño para buscar ayuda, tal vez la de su padre, pero apenas apareció por la puerta descubrió que lo habían dejado solo.

Entre dientes reclamó y agarró una pequeña toalla que rápido se empapó con su sangre. 

No podía esperar a Julia así en el altar. Quería darle lo mejor de él, así que salió del cuarto, dispuesto a buscar un botiquín con el que curarse. 

No tuvo que andar mucho para llegar hasta el fondo del pasillo. Encontró un armario amplio y escarbó en su interior totalmente concentrado, hasta que escuchó la voz de Julia.

La reconocería incluso en la oscuridad.

Arrugó el ceño y, aunque sabía que no era correcto, se acercó a la puerta para escuchar mejor.

No estuvo muy seguro de lo que oyó, pero el corazón empezó a dolerle.

—¿A que jugamos? —le preguntó su hermana menor, quien se plantó a su lado de forma sorpresiva y lo imitó.

Puso su oreja en la puerta y también escuchó.

Las muecas nauseabundas dijeron todo. Claro, al principio no supo de quién se trataba, pero con cada risa, gemido y exhalación inmoderada, Cher empezó a entender lo hechos.

Philipe estuvo desconcertado. Fue Cher, su hermanita, la que tuvo que ir al grano:

—¿Esa es Julia?

Philipe no tenía dudas. Asintió. 

La lengua se le había entumecido. Las palabras no le salían.

Philipe gruñó cuando la oyó gemir más fuerte y agarró la empuñadura de la puerta para enfrentarse a la realidad, pero su hermana lo detuvo antes de que todo se fuera al demonio.

—Philipe... —sollozó asustada—. Es la boda... los invitados están esperando y...

El hombre jadeó y se armó de valor para entrar, pero la puerta estaba asegurada. 

No dejó que una estúpida cerradura lo detuviera. Empujó la puerta con todo su cuerpo y, entró con violencia.

Julia y Aren, su mejor amigo desde la universidad.

Se rio con ironía cuando los vio sorprendidos por su presencia y, aunque trató de asimilar lo que acababa de ver, fue tanta la conmoción que, hasta dejó de respirar. El pecho se le apretó y pensó que se ahogaba. 

Cher se quedó en la puerta, mirando la grotesca imagen con horror.

Para más inri, Julia mantenía relaciones con el mejor amigo de su hermano usando el vestido de novia con el que se casaría en dos horas. 

—Cuánto descaro —susurró Cher al ver que, incluso la muy condenada llevaba la liga en el muslo.

Julia se recompuso con muecas de espanto y trató de acercarse a él, pero estaba avergonzada. 

—Podemos explicarlo... —Julia balbuceó y se levantó de la cama tiritando. 

Aren se vistió rápido. 

—¿Sí? —se rio Philipe—. ¿Hay explicación para esto? Porque acabo de verte montada sobre mi mejor amigo...

—Hermano, no es lo que parece —refutó Aren y trató de proteger a Julia.

Philipe mantuvo la calma, también contuvo las lágrimas. 

—¿Cuánto tiempo llevan acostándose? —preguntó con la voz tiritona. 

Desde la puerta, Cher lo miró con congoja. Pensó en la decepción de su madre. Decirles a los invitados que no habría boda ni recepción. La vergüenza, la decepción. 

—Es reciente —mintió Julia y tuvo que esconder la mirada cuando Aren la contempló con enojo. 

Philipe supo que todo era una maldita mentira. Supo también que Aren no pensaba detenerse. 

Rendido se miró las manos. Las tenía llenas de su propia sangre. Los ojos se le nublaron y sacudió la cabeza, de lado a lado, queriendo quitarse las ganas de llorar que lo sometían.

—Esta era nuestra última vez, lo prometo —susurró Julia.

Philipe se rio y Cher lo acompañó.

—Claro, la despedida —dijo Philipe con claro sarcasmo.




Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.