Almas destinadas

9.

Cher los interrumpió en ese momento.

Entró por la puerta y los miró con grandes ojos.

Philipe se levantó para recibirla. Cher miró todo el lugar con curiosidad. 

Copas con vino, cena romántica, en la cama, en el cuarto privado. 

Por supuesto que malinterpretó todo.

—¿Podemos hablar unos minutos en privado? —preguntó la joven, cortés y con una sonrisa amable miró a Camille.

Ella quiso levantarse y salir del cuarto, pero Philipe no la dejó.

—Hablemos afuera —dijo Philipe y cogió a su hermana por el brazo para sacarla de su propio cuarto.

Camille se puso nerviosa, pero estaba tan agotada por todas las horas que había trabajado que, apenas pudo levantarse de la cama. Además, la fatiga era uno de los síntomas, ella lo sabía y no estaba siendo consiente sobre ello. 

La conversación entre hermanos se alargó y la joven se quedó sentada en la cama y, cuando menos se lo esperó, se quedó profundamente dormida.

Cuando Philipe cerró la puerta tras él, Cher le miró con mueca horrorizada.

—Soy soltero —se excusó él.

Cher se rio con sarcasmo.

—Lo sé, no tienes que decírmelo. Y creo que tienes todo el derecho de hacer tus “cosas”, pero... —Cher no ocultó su preocupación—. Has acosado a esa pobre chica durante todo el viaje... —Se percibía su desconfianza, pero no se atrevió a insinuar nada que ofendiera a su hermano. 

Philipe apretó el ceño. Los hermanos Martin se conocían muy bien como para guardar secretos. 

—¿Qué insinúas? —Él fue directo.

—¿La trajiste aquí contra su voluntad o...? 

—¡Por favor! —protestó él—. ¿Quién crees que soy? ¿Un maldito secuestrador? —peleó firme. Cher le miró con una ceja enarcada. Tras eso, carraspeó y dijo—: Bueno, sí la traje contra su voluntad, pero...

Se calló cuando su hermana se cruzó de brazos sobre el pecho. 

—Tiene que ser una broma, Philipe... —Se lamentó—. ¿Julia te traumó? —preguntó confundida, refiriéndose a su exprometida.

No entendía el actuar impetuoso de su hermano. Siempre lo había sido, pero últimamente y cuando se trataba de la trabajadora del crucero, era como si esa impetuosidad no tuviera correa. 

Estaba suelta y salvaje. 

Philipe bufó. 

—No es lo que estás pensando. Y Julia no me traumó, por Dios...

—¿No? —bromeó ella—. ¿Y qué te hace creer que esa chica no está llamando a la seguridad del crucero para pedir ayuda? —insistió—. Socorro, un loco me secuestró —se burló. 

—¡No fue así! —Philipe protestó furioso. 

Los dos se rieron, atrapados en sus locuras de hermanos, pero se pusieron serios de golpe y se miraron con espanto.  

Con timidez los hermanos abrieron la puerta para mirar qué estaba haciendo Camille. Por supuesto que se la imaginaron enviando señales de auxilio. 

La encontraron profundamente dormida en la mitad de la cama. 

Philipe se enterneció y entró rápido para quitarle los zapatos y envolverla con una manta.

Cher no pudo cuestionarlo. Philipe siempre había sido el compasivo, el que veía el corazón de las personas por encima de sus corazas y trajes elegantes.

Philipe aprovechó de que Camille dormía profundamente para revisarle los ganglios inflamados del cuello. No era médico y no necesitaba serlo para entrever que algo muy malo estaba ocurriendo con ella.

—¿Y ahora qué? —preguntó Cher con un susurro. 

No quería despertar a Camille.

Parecía tan cansada, con ojeras negras bajo sus ojos y esas muecas entristecidas que le hacían vislumbrar que no vivía una vida fácil.

Philipe no supo qué decir. No había planeado tanto. Ni siquiera se había imaginado que ella se aquietaría con comida y una cama tibia. Verla dormir le resultó más placentero que verla comer.

Se rio como un bobo. Cher se le quedó mirando con más lio y ante su rotundo silencio, le dijo:

—Voy a dejarlos solos. —Hizo una pausa antes de continuar—. Volveré a las siete. Iré a apostar tu dinero en el casino. Considéralo un pago por adelantado por este favor.

Philipe se rio y le regaló una traviesa mirada.

—Por favor, derróchalo —bromeó él y Cher se marchó sin mirar atrás.

Apenas su hermana se marchó, ofreciéndoles intimidad, Philipe cerró las cortinas y apagó las luces altas. Lo único que le preocupaba era que ella descansara.

Que se recuperara después de tan intensa noche. 

Se conectó al wifi del crucero y leyó un poco sobre los ganglios inflamados. Le costó llegar al término: “ganglios”. Leyó un largo rato en diversos sitios especializados, pero mientras leía y aprendía, se quedó profundamente dormido.

Fueron apenas unos minutos en los que los ojos se le cerraron. Se despertó agitado y asustado, atormentado por esos repetitivos sueños en los que veía a Camille lanzándose al vacío negro, desolador. 




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