Ámame otra vez

8. Viejo tacaño.

Ella seguía siendo igual de hermosa que diez años atrás, solo que más madura y sus facciones se notaban a medida que pasaban los años. Dasha tenía la voz más ronca que antes, hasta su cuerpo cambió de una manera que él se lo encontró apetecible.

Miró a su hijo, mismo que sacó todo de él, pero su actitud tranquila era similar a la de su madre.

Recordó que las personas le decían que cuando tenga un hijo, este sin duda alguna sacaría todo lo malo que él tenía y era su amor al dinero.

— Deja de mirarme y ponle atención al niño que tienes a tu lado —masculló, entre dientes—. Hemos venido para que hables con él, conozcas sus gustos.

— Es que…

— Jedward —Dasha levantó la mano—. ¿Es que la inteligencia que tenías antes se te fue por el inodoro? —cruzó los brazos en su pecho—. Ya estás grandecito para estas cosas. Ten por seguro de que Jadiel ahora solo quiere pasar tiempo contigo —se puso de pie—. Vendré en unas horas, puedes llamarme si pasa algo.

— No te vayas, mamá…

— Tranquilo —besó su frente—. Estaré cerca, pasa tiempo con tu padre.

Jedward quiso detenerla, pero ella tenía razón.

— ¿Qué has estado haciendo en estos diez años? ¿Siempre han vivido en Moscú? —preguntó, antes de levantar la mano, y llamar a un mesero—. ¿Ibas todos los días a la escuela?

— Sí, siempre me levantaba temprano para llevarme o que el abuelo William lo hiciera —Jadiel se acomodó en la silla—. Allá hace mucho frío, no me gusta estar todo el tiempo…

— ¿Nunca has sentido curiosidad por conocerme a mí? ¿Siempre a tu madre?

— Mamá nos muestra fotos tuyas siempre de las redes sociales…

— ¿Nos muestra? —el mesero llegó en ese momento, y él pidió por ambos—. ¿Quién es la otra persona? ¿Algo que tengas que decirme?

— Bueno… —el niño pasó saliva en seco—. También al abuelo —susurró—. Dice que eras muy inteligente y que muchas personas creían que tenías el síndrome del sabio porque todo lo sabías.

— Supongo que me fío de lo que me acabas de decir —entrecerró los ojos—. ¿Desde cuándo tu madre está con ese sujeto?

— Desde siempre —Jadiel frunció los labios—. Mi mamá dijo que desde que era una bebé, ha estado de novia con Tahir. Es un hombre muy bueno, siempre la llena de regalos y le permite hacer muchas cosas.

— Vaya, se nota que te cae bien ese sujeto…

— Sí, cuando lo conozcas te caerá bien —Jadiel sonrió—. Mamá dijo que te casaste con una modelo superfamosa, pero que ella viaja mucho. Es hermosa, pero a mí no me gusta, ya que mi mamá es más hermosa.

— Sin duda alguna tú eres todo lo que anda bien en este mundo —apoyó la mejilla en la palma de su mano—. ¿No te sientes mal porque nunca me conociste?

— Sí, muchas veces le pedí a mamá que me dejara venir contigo —hizo un puchero—. Solo que cuando lo hizo, tú te ibas a casar y esa mujer le dijo muchas cosas feas y se fue.

— ¿Tu madre volvió…? —Jedward casi se cae de golpe—. ¿Cuándo fue eso?

— No puedo decirte, pero mi mamá se quedó sin voz la última vez que vino aquí para verte y dijo que sería feliz con otra persona —su hijo se notaba triste, y Jedward no entendía nada—. Tú ahora estás casado, te ves feliz y ahora quiero que ella lo sea.

— No quieres hablar de tu madre, y yo no te haré más preguntas —se enderezó en la silla—. Ten por seguro de que no haré nada malo en su contra, pero deseo pasar mucho tiempo contigo, estar todo el día de ser necesario para recuperar los años que no pudimos estar juntos.

— El abuelo Volkan dijo que tienes un barco enorme —abrió los brazos—. Y que la cadena que mi mamá tiene es la que él le dio…

— ¿Ella sigue teniendo esa cadena?

— ¿No la viste? —apuntó hacia su clavícula—. La tenía oculta, nunca se la quita porque dice que le da buena suerte.

Hizo una línea recta con los labios. Las cosas que le estaba diciendo su hijo eran oro puro. Sí que se había fijado en eso en cuanto la vio, pero al ver el resto de la cadena, supuso que ella no la usaría más. 

Ese regalo fue el primero que le hizo su padre cuando llegó a su vida a los tres años, mismo que nunca se había quitado, hasta que se lo dio a Dasha. Era un rompecabezas y él había utilizado la pulsera de barco. No obstante, el otro pedazo de ese rompecabezas nunca fue hecho…

El mesero llegó con sus respectivas comidas. Era chatarra, misma que no comía porque temía la reacción errónea de su esposa al verla.

— ¿Sabe bien? —le dio un mordisco a su comida—. No sé qué tipo de comida te gusta…

— Mamá nos deja comer todo lo que queramos cuando…

— Jadiel —Jedward dejó la comida a un lado—. Es la segunda vez que hablas en plural y eso es algo que no me gusta. ¿Quién es la otra persona? ¿Tu madre tuvo otro niño y no me quieres decir?

No tuvo a otro niño —arrugó la nariz—. Las relaciones de los adultos es complicada y no me gusta, ya no me hagas más preguntas. No quiero hablar sobre eso.

— Después entenderás todo —volvió con su comida.

Jadiel le habló de las cosas que le gustaban, de todo lo que podía hacer en sus tiempos libres y le hizo prometerle que lo llevaría a salir de vez en cuando en barco para que no se sintiera tan solo.

La escuela iniciará pronto, por lo que buscaría la manera más activa de poder tenerlo siempre con él para recuperar el tiempo perdido. Dasha tenía razón, su esposa no quería niños por el momento y él apenas había logrado descubrir que tenía uno de diez que se parecía en todo a él.

Cuando terminaron de comer, recorrieron algunas tiendas de ropa y de juguetes. Hasta le compró un collar de barco para que lo usara cuando quisiera sin problema alguno.

— Vaya, si qué se divirtieron mucho ustedes dos —Dasha llegó con un helado—. Es hora de irnos, tu padre debe regresar a la empresa.

— Puedo llevármelo…

— No, después puedes quedarte con él —levantó la mano—. Quedamos que a pasos lentos, debes hablar con tu esposa primero y presiento que la prensa ya debió de decirle que te vieron conmigo y con él.




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