Ámame otra vez

64. Estación de policía.

Aunque su recuperación fue mucho para ella durante esos meses en la clínica, fue bastante buena en ciertos puntos, ya que al saber que no tenía nada de que preocuparse, solo se dedicó a su tratamiento sin medicamentos por causas de su embarazo, que era de riesgo. Fue bueno regresar, ver que en ese país no estaba en peligro y que cuando salió a la calle, nadie la molestaba. 

Estaba en su octavo mes de embarazo, por lo que en poco tiempo podría estar con su bebé en brazos. Jadiel ya se llevaba un poco mejor con su padre, hasta le pedía que lo llevara a trabajar con él a la empresa. En ese preciso día, decidió que era mejor irse a pasear por la ciudad, ya que Jedward se estaba haciendo cargo de los niños y como era invierno, esperaba que su hijo naciera con sangre fría…

Porque si tenía a otro engendro como Jasha, iba a morir. 

La empresa de Jedward estaba creciendo, y más con la ayuda de su tía Grace, porque ella al ser la reina actual, con solo su nombre o el de la realeza, todos querían que su futuro esposo diseñara las construcciones y ella lo ayudaba con las decoraciones, hacían un buen equipo…

Dasha se mordió el dedo pulgar cuando tuvo antojos de las gomitas dulces que estaban en la máquina en el pasillo. Esas jodidas gomas dulces, de figuras de animales, eran su perdición y cuando se terminaron, quiso llorar, porque tardaron más de un mes en llevárselas nuevamente.

— Vengan con mamá —presionó el botón y sacó tres fundas de más de cien gomas—. Mamá tiene antojo de estas deliciosas cositas pequeñas y sabrosas.

— ¿Con quién estás hablando? —preguntó alguien a su lado—. Te acabas de comprar todas las gomas, no es justo.

— No es mi problema que hayas llegado tarde por ellas —bufó, encogiéndose de hombros—. Que pase un bonito día.

— Quiero una de esas, venía a comprarlas para mí también —el hombre la tomó del brazo—. No puede irse…

— Oigan, ¿no ven que soy una mujer embarazada? —Dasha le golpeó la mano—. Solo vine por esto. Vaya a quejarse a la administración del lugar y déjeme en paz.

— Señora, mire —el hombre apuntó sobre su hombro—. No sé quién sea, pero ando con mis hijos y esposa también…

— Vine por una receta médica y sus problemas familiares son mi problema —gruñó hacia el hombre—. Que tenga un bonito. Porque no le daré de mis gomitas por más cosas que diga…

El hombre abrió y cerró la boca como si fuera un pez debajo del agua, a ella le daba igual lo que dijera. Solo fue por una receta médica a ese hospital, ya que Jedward no pudo ir con ella a la revisión mensual de su embarazo.

Caminó con pasos decididos hasta el consultorio, con sus gomitas en las manos y con la frente en alto, nadie le iba a quitar su comida por nada del mundo y menos si su bebé tenía antojos de eso.

— Buenos días, señora Richter —la doctora se levantó de su asiento para saludarla—. ¿Cómo está?

— Con muchos antojos de gomitas —le correspondió el saludo de mano—. Un hombre me las quiso quitar hace un momento, porque supuestamente eran de sus hijos. Que falta de respeto hacia mi persona.

— Descuida, preciosa —la doctora no pudo evitar reírse—. Los antojos son de ese modo —la calmó un poco—. ¿Te has sentido mal en estos días que no has estado por aquí?

— Solo lo normal —tomó asiento, y dejó las gomitas dentro de su bolso—. Vine por la revisión mensual. Mi esposo no pudo venir por cuestiones de trabajo y por los niños.

— Solo lo vi en una revisión…

— Bueno, digamos que como ya leyó mi expediente clínico, no pudo estar en todos.

La mujer asintió, como era la última antes del parte. No había mucho que revisar, solo la receta médica que necesitaba y que el bebé estuviera sano. En la cita, le hizo las preguntas correspondientes, las respondió todas con facilidad y sin omitir nada.

Durante todos esos meses en los cuales ella aprendió a que no tenía más personas en su vida que le quisieran hacer daño, hasta tuvo una que otra discusión o pelea en la clínica por cosas sin sentido.

Cuando terminó la cita, la mujer le indicó que debía estar muy atenta a cualquier cosa del apto, ya que estaba en su última etapa y al ser un bebé un poco pasado del peso normal, podía nacer en cualquier momento. Le envió un mensaje a Jedward, indicándole que iría a la farmacia por la medicina del bebé y que le compraría algún dulce de coco a los niños. En el momento que llegó al estacionamiento, le indicó al chofer que la llevara a una farmacia completa, puesto que había algunos medicamentos que no estaban disponibles en farmacias pequeñas.

— Buenos días —saludó a la cajera—. ¿Cómo está?

La mujer le respondió con un saludo ensayado antes de tomar la receta.

— Eres la que se quedó con todos los dulces —dijo una mujer, a su lado—. ¡Mi esposo solo quería dárselos a nuestros hijos!

— ¿Qué me está diciendo, señora? ¿Qué yo hice qué cosa? —jadeó sorprendida—. No sé…

— Las gomitas que sacó de la máquina y no se animó siquiera a vernos a la cara —la mujer farfulló—. Se supone que entre mujeres se deben apoyar, pero…

— No le hagas eso —el hombre se paró junto a su esposa, con una receta en manos—. Hasta se le ve que tiene problemas para comer…

— ¿Qué tengo problemas para comer? —jadeó Dasha—. ¡No me faltes al respeto! —golpeó el mostrador—. Yo estaba esperando durante mucho tiempo poder comer de eso, ¡esperé una semana!

— Es porque usted habitualmente va al hospital a comérselas y no le deja nadie —le apuntó el hombre—. Se nota que es una mujer divorciada, sola y gruñona…

— ¿Cómo me llamó?

— Gruñona y…

Dasha infló las mejillas sintiéndose ofendida y caminó hacia otro lado. Sin embargo, por más que trató de no hacer una locura, no pudo por el cuchicheo que tenían la pareja de casados detrás de ella.

— Mírala, ni su esposo va con ella a las citas y se dice que estuvo en un psiquiátrico…




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