Azul Profundo

Capítulo 8 El hombre de azul

Al día siguiente viajaron hasta Illinois. Raúl no se sentía tan cómodo de viajar con quien consideraba su enemigo, pero deseaba encontrar un fin a toda esa situación, la noche anterior había tenido pesadillas sobre Alyssa que lo tenían estresado.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Amairany a Raúl

—No lo sé —contestó el muchacho

—¡Es una locura, Raúl!, no sabemos lo que estamos haciendo, deberías llamar a Salomé o a Marisa, quien sabe y quizás tengan alguna noticia sobre Alyssa.

—¿Crees que no lo he intentado?, Salomé bloqueó mis llamadas y los mensajes, incluso en su casa nadie me contesta —dijo el muchacho con pesar

—Veamos que es ese lugar —dijo Leonardo al sentarse cerca de los chicos—. Si es un museo o un centro social, podemos hacernos pasar por clientes y preguntar si Alyssa estuvo ahí.

Raúl se quedó callado, sin querer admitir que el hombre tenía razón, mientras Amairany apoyó su moción.

 

Tras cuatro horas de vuelo, llegaron al aeropuerto de Chicago, y rentaron un auto para dirigirse hasta Lakewood-Balmoral.

Aquel lugar era hermoso y lujoso, con casas enormes y jardines monumentales, cuando no dieron con la ubicación se detuvieron a preguntar, un hombre les señaló el camino y al girar por una calle, encontraron la dirección que buscaban.

Aquella mansión era la más grande de la zona, tenía un enorme portal dorado.

Amairany admiraba el paisaje, adulando los árboles de tilo, cerezo y las flores de violeta que decoraban el fastuoso jardín.

Una vez que abandonaron el auto caminaron hasta la puerta principal. La fachada era tan elegante como antigua, aquel lugar parecía detenido en los años veinte.

—¡Bienvenidos! —exclamó una mujer de algunos sesenta años que se acercó a ellos

—Buenas tardes —dijo Leonardo saludando a la mujer

—¿Vienen a agendar alguna fecha para evento?

—Así es, esta bella pareja de enamorados va a casarse —dijo Leonardo

Raúl le lanzó una mirada asesina, y Amairany aprovechó para tomar la mano del joven incómodo.

—Muy bien, por favor, pasen —dijo la mujer y los tres la siguieron.

 

La mansión era más bella de lo que imaginaron, al entrar tenía elegantes estatuas y pinturas que decoraban las paredes, los muebles presumían de ser antiguos, incluso algunos hasta de oro.

—¡Qué lugar tan lujoso y hermoso!, debe disculpar mi ignorancia, no conozco la historia de esta mansión, ¿Usted podría contarnos un poco?

—Claro —dijo la empleada—. Casi todos conocen un poco de la historia, pero me encanta contarla, sobre todo porque yo trabaje aquí.

—¿De verdad?

—Bueno, trabaje para el último dueño, el señor Collins.

—Entonces debe conocer mucho.

—Así es, la mansión siempre ha sido símbolo de riqueza y estatus social, se dice que un jardinero enamoró y embarazó a la hija del dueño de la mansión. El padre al saberlo mandó a matar al pobre jardinero, pero salvó la vida. La hija dio a luz a un varón que después el propio abuelo asesino.

—¡Qué horror! —exclamó Amairany

—Muchos años después, ese jardinero se volvió muy rico y compró la mansión, se volvió a casar, su hijo Martin Collins heredó la casa, se casó y tuvo un hijo, pero su mujer falleció, años después se volvió a casar con una viuda que tenía una hija.

—¿Y se aparecen los fantasmas? —preguntó Raúl ansioso de terminar la plática

Leonardo y Amairany le dirigieron gestos de fastidio para que no volviera a interrumpir.

—Pues, resulta que el señor Collins tenía dos niños: Lilly y Derek, eran muy raros, lo sé porque yo los conocí, decían hablar con marcianos o algo así —dijo la mujer confundida—. Pero un día, el niño Derek desapareció sin dejar rastro, nadie lo encontró. Para no hacerles el cuento largo, se dice que siete años después Derek regresó y se llevó consigo a su hermana Lilly y jamás aparecieron.

Los tres miraban a la mujer con incredulidad. Aquella historia ya los estaba aburriendo, Leonardo intentaba ser cordial para obtener información, entonces la mujer les mostró uno de los salones. Cuando los ojos de Raúl se posaron sobre un cuadro, se quedó perplejo

—¡¿Quiénes son ellos?! —exclamó sobresaltado

—Son los niños sobre los que hable, Lilly y Derek Collins.

Raúl miraba perplejo

—¿A qué edad desaparecieron? —preguntó intrigado

—Lilly tendría unos diez años y Derek doce.

—¿En qué año ocurrió?

—Fue a inicios del año setenta, ¿Por qué pregunta con insistencia?

Raúl se quedó mudo

—Es que a Raúl le encanta la historia —dijo Leonardo

—Señora, tengo una amiga que me dijo que también haría su boda aquí, pero, no le creo —dijo Amairany y luego sacando su teléfono móvil, le mostró una fotografía de Alyssa—. ¿Es ella?, ¿La recuerda?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.