Bebé por Correspondencia

Capítulo 2

— Te he traído algo. —la asistente colocó la carta sobre la mesa. — No tienes que leerla ahora, SeoJoon. Vine solo a entregártela antes de que vayas al funeral de tu abuelo.

 

El coreano mostró el collar que su abuelo le había dado la noche anterior a su partida. No quería llevarlo consigo al funeral.

 

— ¿Te sientes bien, SeoJoon?

— Sí… Gracias por estar al tanta de todo, Lizzie.

— Siempre puedes contar conmigo, como lo hacía tu familia.

— Eso es cierto, Lizzie. Has trabajado con la familia durante años, es un honor trabajar contigo.

— Una cosa más, SeoJoon. Sé que has firmado un acuerdo con un poderoso empresario estadounidense.

— Sí, ¿por qué me lo preguntas?

— Supongo que tienes planes de viajar a Estados Unidos para conocer la empresa.

— Quizá no vaya y deje que el joven Daniel lo haga por mí.

— ¿Y confías en él? —preguntó Lizzie antes de salir de la oficina.

 

SeoJoon se pasó las manos por la cabeza, decidió que sería mejor asistir al funeral de su abuelo antes de resolver algunas cuestiones y considerar lo que su secretaria le había dicho. Al llegar a la mansión, se dirigió a la sala donde se encontraba su abuelo.

 

Para la familia Lee, era una tradición colocar comida y crisantemos blancos en los altares funerarios, así como coronas de flores en la entrada que amigos y familiares enviaban en señal de condolencia. Pero para SeoJoon, él era el último de la dinastía y, aunque aún no tenía hijos, no le importaba quedarse solo y adoptar a un pequeño.

 

SeoJoon se sentó en un sofá cercano al altar, donde se habían reunido algunos amigos de la familia y otros conocidos de su abuelo. Recordando a su abuelo en sus últimos años, lo que había sufrido con su enfermedad, la artritis en las manos, desde entonces no pudo escribir más.

 

— Hola SeoJoon… —dijo una mujer a su lado.

— Hola… —fueron sus únicas palabras.

— Vine a darte mis condolencias por la muerte de tu abuelo.

— Gracias, pero no debiste dejar el hospital.

— Sabes que tu abuelo y yo compartimos mucho en la vida.

— Sí, lo sé Eun-ji, mi abuelo te quiso mucho en sus últimos momentos.

— Mi pobre Lee, era un guerrero.

— Eun-ji, extraño mucho a mi abuelo. —con lágrimas en los ojos.

— Vamos SeoJoon, tu abuelo no quería verte así.

— Lo sé… Eun-ji.

— Hablemos de otra cosa, ¿qué vas a hacer ahora? Sabes que eres su única descendencia y es hora de hacer herederos.

— No lo sé Eun-ji, tal vez lo adopte.

— ¿Qué pasa SeoJoon? —el hombre respiró profundamente.

— Eun-ji, creo que mi descendencia muere conmigo.

— No digas eso, encontrarás a una buena mujer que te dé un hijo.

— No creo Eun-ji, después del accidente, sabes que…

— Nada SeoJoon, tú puedes tener un hijo, olvida ese accidente y ya.

— Sabes que no puedo…

— Ya…

 

Eun-ji se mantuvo en silencio antes de alejarse de SeoJoon. Sabía que el accidente que había matado a su abuelo había afectado profundamente a ambos, pero SeoJoon no quería hablar del tema. Por lo tanto, era mejor mantener todo en secreto como cualquier otro secreto de familia. Después de un tiempo, SeoJoon se retiró de la sala y se fue a su habitación. Fue entonces cuando se acordó de la carta que había dejado en el escritorio después de salir de la oficina para ir al funeral.

 

— Lizzie, ¿puedes hacerme un favor?. —murmuró SeoJoon cuando recibió una llamada de ella en casa.

— ¿Qué pasa?, —preguntó Lizzie.

— Dejé una carta en mi escritorio y no estaré en la oficina por varios días. ¿Podrías hacer que llegue a mí?

— Claro, te la enviaré con el mensajero mañana. — respondió Lizzie.

 

 

Pero resultó que ese día había llegado otra carta y la otra secretaria la había puesto en el escritorio, pensando que era para Daniel Calzonci. Cuando Lizzie envió la correspondencia con el mensajero al día siguiente, la carta también fue incluida. La otra secretaria le preguntó a Lizzie sobre eso.

 

— El señor Daniel Calzonci aún trabaja en la compañía.

— Esta mañana tomó el vuelo hacia los Estados Unidos. —la joven se sorprendió y le dijo a Lizzie.

— Entonces no tiene sentido entregarle la carta. —Lizzie se extrañó.

— ¿Qué carta, muchacha?

— La que dejé en su escritorio ayer, para que la leyera hoy en la mañana.




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