Cisne Negro

"El detonante"

Entre todas las trabas que se habían presentado en su relación nunca llegó a pasar por su mente, que a solo un paso de detenerla se la arrebatarían en sus narices, esa noche Jasiek soportó por horas las humillaciones de su padre. 

Luego, ahogó sus penas entre bebidas y pasiones, buscando un respiro en el tumulto de emociones que le atormentaban. Sabía que los días siguientes serían largos, pero en esa noche en particular, solo ansiaba comprender cómo alguien que había causado tanta tristeza a Alana y, que se había marchado de su vida por años, ahora tenía la oportunidad de estar a su lado en todo momento, mientras él apenas podía ganarse algo más que gritos y amenazas por parte de su propia familia.

El ruido de la cabina del avión lo sacó de sus pensamientos. El zumbido de los motores, el ligero temblor al tocar tierra, todo parecía distante y ajeno a su tormento interior. Mientras el avión se detenía en la pista de aterrizaje, las peores escenas de Alana y su amigo Izan se reproducen en su mente como un tormentoso espectáculo. Apretó los puños con fuerza, sintiendo la ira bullir en su pecho como lava ardiente, cuando su teléfono vibró, interrumpiendo sus pensamientos.

Era su padre, Jasiek respiró hondo antes de contestar, preparándose para lo que podría ser otro embate de críticas y desdén.

—Padre…

—Jasiek, escúchame bien. He estado tolerando tus caprichos durante demasiado tiempo. Necesito que entiendas la seriedad de la situación y me des buenas noticias lo antes posible.  

— No te preocupes, que regresaré con ella, así me dejaras la vida en paz.

— Ese es mi hijo, espero que no te hayas encariñado luego de tantos años, tu prometida verdadera te espera en Catar. Asegúrate que siga pura.

Jasiek, cierra sus ojos con fuerza. No manda en su corazón y una parte de él no desea dañarla.

La discusión telefónica con su padre aún resonaba en sus oídos cuando desembarcó. Se sentía como un volcán a punto de estallar, y la sola idea de enfrentarse a Alana y a Izan en medio de la tensión que había entre ellos lo hacía hervir de ira y celos.

En un escenario completamente distinto, Izan pasó la noche en vela. Daba vueltas en su lujosa cama y colocaba su almohada sobre su rostro gritando de frustración, no podía creer que estuvieran juntos bajo el mismo techo. A pesar de sus mejores esfuerzos, la atracción era irresistible, y terminó por acercarse sigilosamente para observarla dormir. 

Detallaba meticulosamente los rasgos dulces de su rostro, deslizándose luego por su figura delicada que se formaba bajo la manta. Su mascota, una bola de pelos con ojos curiosos, lo observaba fijamente. Cuando extendió la mano para apartar la manta, el animal saltó sobre Alana, provocando un caos repentino que lo obligó a salir de la habitación casi gateando.

Maldijo mil veces y, lamentó haber traído a ese animal.

Alana paseaba por el jardín del castillo, acompañada por Marta, la amable jefa de servicio que le mostraba los alrededores con una sonrisa. Sin embargo, en la tranquilidad del lugar, una sombra de misterio se deslizaba entre sus palabras.

 

— Debes tener mucho cuidado con ese ruso — advirtió Marta, mirando nerviosa a su alrededor —, ese hombre es una bestia.

— No temo a Pavel, solo es un títere de Izan —respondió Alana con despreocupación.

— No, querida, me refiero al Sr. Ribeiro— explicó la mujer con seriedad.

Alana frunció el ceño, confundida. «Entonces ese fue el idioma que me habló» piensa, apretando el brazo de Marta. Algo que siempre le ha gustado es el chisme desde niña.

— ¿Cuéntame más? — la anima, tratando de disipar el misterio con una risa nerviosa.

— Señorita, cuando era joven, el Sr. Ribeiro solía destruir el castillo él solo y había noches en las que escuchaba sus gritos desde aquí, como si estuviera luchando contra demonios internos —comenzó Marta, con un tono sombrío—, y, un atractivo doctor, le daba medicamentos.

Alana sabe que se refiere a su tío Fabián, que fue quien se hizo cargo de Izan al irse el país, aunque ahora cae en cuenta que regresó algunas veces.

— ¿Con qué frecuencia venía?

— Venía demasiado a menudo. A veces se quedaban aquí durante meses, y luego él venía solo, cuando se convirtió en el monstruo que es.

— No entiendo, ¿por qué le llaman así? Puede que Izan haya cambiado, pero no es una mala persona.

— Siempre fue de ese modo. No sé qué Izan conoce usted, señoría. Las últimas veces, quise llamar a la policía porque…

Alana sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal mientras Marta dejaba sus palabras flotando en el aire al ser interrumpida por un grito de la persona que no esperaba. 

― ¡Amira! 

Alana quedó petrificada en ese momento mientras Jasiek se acercaba con rapidez. 

Sus ojos azules brillaban con una mezcla de sorpresa y ansiedad que la abrumaba, y ella miraba su ropa rápidamente, recordando el atuendo que lleva puesto. Marta dio un paso atrás, alerta ante la situación, y entre los pliegues de su delantal, empuñó un tenedor, lo único que tenía a la mano. 




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