Cuando te fuiste

Capítulo 6

Jueves 24 de octubre, 2013

 

El espejo era más cruel de lo que recordaba, pero agradecía poder ver su rostro trasnochado antes que cualquiera, así podía tratar de arreglarlo y evitarse otra humillación que se sumara a la de haber sido engañada durante tanto tiempo. Luego de tomar una rápida ducha, dedicó gran parte de la mañana a cubrir con maquillaje las ojeras bajo sus parpados abultados por el llanto. No podía quitarse de la cabeza la imagen de Sofía, su envidiable figura y su gesto alegre era algo que no soportaba. No la conocía ni quería hacerlo, suficiente era haber visto esa fotografía que la había perturbado al grado de quitarle el sueño, el hambre y las ganas de hacer cualquier otra cosa que no fuera llorar. Antes de eso había pensado que, si alguna vez su esposo le era infiel, la decepción la ayudaría a olvidarlo. Tristemente se daba cuenta de que no era tan fácil. Luca no era el hombre que pensaba, era un mentiroso y un ingrato, pero no podía dejar de amarlo con toda su alma. Por más que lo intentaba, no podía borrar de golpe tantos buenos momentos, las noches junto a él ni los planes y proyectos que habían trazado juntos, mucho menos lo que sentía su corazón.

Las pruebas de la infidelidad de su esposo eran irrefutables. Estaba devastada, se juzgó una y otra vez frente al espejo para comprobar que no podía rivalizar con la mujer de la fotografía. Aunque también era cierto que la excesiva carga de trabajo que asumió y las cada vez más pocas ganas de comer le habían valido perder algunos kilos de más. La ropa que usaba comúnmente le quedaba holgada por lo que tuvo que sacar prendas que no vestía desde hacía años. Todavía no recuperaba la silueta de la veinteañera que Luca había conocido en aquel centro comercial de la capital, pero su nuevo peso le sentaba realmente bien. A ella sin embargo le parecía ridículo vanagloriarse viendo su penosa situación.

Tardó una hora más de lo normal en estar lista, por primera vez la agobiaba tener que ir a la editorial, tampoco tenía apetito así que solo tomó una taza de café. Con un desanimo que la carcomía por dentro, se encaminó a la salida luego de pedir un taxi, pero entonces el teléfono sonó haciéndola volver a la cocina al tiempo que dedicaba pensamientos poco amables a la persona que fastidiaba su jornada con una llamada inoportuna.

—Diga —contestó enfadada.

—Minerva —la voz de su madre al otro lado bastó para tranquilizarla.

—Mamá, ¿cómo estás? —su tono se suavizó, extrañando a su interlocutora. Durante su última conversación, Minerva fue tan cortante que su madre no esperaba que recibiera su llamada con agrado.

—Bien. Justo ahora estoy en la central de autobuses. Lamento molestarte, iría yo misma a tu casa, pero no he venido a Guanajuato desde que vivías en aquel bonito departamento en el centro ¿Lo recuerdas?

El anuncio de su madre la tomó por sorpresa, aunque lejos de incomodarse, se sintió reconfortada. Pese a las diferencias entre las dos, había añorado su abrazo desde el abandono de Luca.

—No podría olvidarlo, mamá.

—Tienes razón, la que se olvidó de todo en esta ciudad soy yo y tampoco tengo la dirección de tu casa, si puedes dármela o la de tu trabajo.

—Mejor voy por ti.

—Pero debes estar por irte, no quiero que llegues tarde por mi culpa.

—Mamá, soy la jefa, de algo debe servir ¿no? Además, hoy no tengo ganas de llegar temprano.

Minerva se despidió afectuosamente, ese día necesitaba aferrarse a los buenos sentimientos en su vida, los malos se los dedicaba enteros a Luca y su traición. Firme en dar lo mejor de sí, abordó el taxi que la esperaba y fue a la editorial por su automóvil. Su madre esperaría un poco, era lo mejor considerando que necesitaba calmarse antes de verla. Mientras conducía a su encuentro, pensaba la manera de explicarle que Luca se había ido. No era algo que quisiera hacer, pero sí que necesitaba desesperadamente o estallaría. Su madre solía ser su confidente cuando niña, siendo las únicas mujeres en la familia, fue inevitable que se sintiera más cercana a ella que cualquiera de sus hermanos. Pero eso había cambiado apenas sintió la rebeldía que suele acompañar a la adolescencia. De la noche a la mañana, la confianza que le tenía fue menguando hasta casi desaparecer. El motivo eran las frecuentes críticas maternas y las comparaciones que hacía con sus hermanos. En ese momento, aquellas desavenencias le parecieron tan infantiles que lo único que deseaba era escuchar la cálida voz de su mamá como cuando era una niña pequeña.   

Al llegar a su destino, se tomó unos minutos antes de bajar del vehículo, respiró hondo y una vez que se sintió preparada fue en busca de su antigua aliada, la que jugaba con ella a las muñecas y a servir la comida, la que le leía cuentos y a la que admiraba. La encontró sentada en los ridículamente incómodos asientos de la sala de espera. Tenía tiempo sin verla y lo primero que notó fue que los años ya se notaban en las canas que no hacía el esfuerzo por ocultar. También miró enternecida como se esforzaba por mantener la postura erguida de glamurosa ama de casa que era su orgullo. El duro respaldo del asiento debía clavársele en la espalda, pero ella no se movía, firme en su empeño de lucir bien. Llevaba puesto un traje sastre pasado de moda y ya no usaba el excesivo maquillaje que Minerva vio mientras crecía. Toda ella parecía otra: más sosegada, menos engreída y muy agotada.  




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