De la ilusión al adiós

Dejarte ir

Tomar la decisión de dejarte ir fue como arrancar una parte de mi propio ser. Fue un acto de amor propio, un acto de supervivencia, pero eso no lo hizo menos doloroso.

Dejarte ir fue como arrancar una parte de mi alma. Fue un dolor tan profundo, tan abrumador, que parecía que el mundo entero se había detenido. Cada latido de mi corazón era un recordatorio de lo que había perdido, cada respiración un eco de tu ausencia.

Los días no eran mucho mejores. Cada lugar que visitaba, cada canción que escuchaba, todo me recordaba a ti. Era como si te hubieras llevado un pedazo de mi mundo contigo, dejándome a la deriva en un mar de recuerdos y añoranzas.

Dejarte ir fue un proceso lento y doloroso. Había días en los que pensaba que no podría soportarlo, días en los que el dolor era tan intenso que me costaba respirar. Pero con cada día que pasaba, con cada lágrima que derramaba, un poco de ese dolor comenzaba a desvanecerse.

Aprendí a vivir sin ti, a encontrar la felicidad en las pequeñas cosas. Aprendí a apreciar los recuerdos que compartimos, no como un recordatorio de lo que perdimos, sino como un testimonio de lo que una vez tuvimos.

Dejarte ir fue la decisión más difícil que he tomado, pero también fue la más necesaria. Porque al final del día, el amor no se trata solo de aferrarse, sino también de saber cuándo dejar ir.

Y aunque mi corazón todavía duele, aunque todavía hay días en los que te extraño más de lo que puedo expresar, sé que hice lo correcto. Porque dejarte ir no fue el final de nuestro amor, sino el comienzo de mi viaje hacia la curación.

Cada día a tu lado era una montaña rusa de emociones. Había momentos de alegría, sí, pero también había momentos de dolor, momentos en los que sentía que me estabas desgarrando por dentro. Y aunque te amaba, sabía en mi corazón que no podía seguir así.

Así que tomé la decisión más difícil de mi vida. Decidí alejarme y dejarte ir, decidí poner fin a nuestro amor. No porque no te amara, sino porque me amaba a mí misma.

Cada paso que daba lejos de ti era un golpe en mi corazón. Cada recuerdo, cada momento compartido, se convirtió en una espina que se clavaba en mi alma. Pero seguí adelante, porque sabía que era lo mejor para mí.

Las noches eran las más difíciles. Me acostaba en la cama, abrazando la soledad, llorando lágrimas que solo la luna podía ver. Pero con cada lágrima que derramaba, sentía que un poco de ese dolor se iba.

Los días no eran mucho mejores. Cada lugar que visitaba, cada canción que escuchaba, todo me recordaba a ti. Pero en lugar de dejarme consumir por la tristeza, decidí usar esos recuerdos como un recordatorio de lo fuerte que era.

Porque sí, alejarme de ti fue doloroso. Fue, sin duda, el acto más doloroso que he tenido que hacer. Pero también fue el acto más valiente. Porque elegí a mí misma, elegí mi felicidad, elegí mi paz.

Y aunque todavía hay días en los que te extraño, días en los que desearía poder volver atrás en el tiempo, sé que hice lo correcto. Porque al final del día, no importa cuánto duela, sé que merezco algo mejor. Merezco a alguien que me ame, que me respete, que me valore. Y aunque ese alguien no seas tú, estoy dispuesta a esperar.

Porque al final del día, alejarme de ti no fue un acto de rendición, sino un acto de resistencia. Fue mi forma de decirle al mundo, y a mí misma, que merezco más. Y aunque el camino hacia la curación sea largo y esté lleno de baches, estoy lista para recorrerlo. Porque sé que, al final del camino, me espera una versión de mí misma que es más fuerte, más valiente y más feliz.




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