Dicotómico

XI. Primero

Michael estaría en el cuadro de honor, pero lo de autodidacta se reducía a un promedio mediocre frecuentando más la sala de detención que las clases. En cambio, las calificaciones de Alexia decaían, no porque fuese aletargada, sino por ser hiperactiva para el desastre y repelente para los maestros.

¡Concéntrate!

La Santa Inquisición y el despotismo de la Iglesia martirizaban a Alexia. Ese examen definía su ascenso o muerte súbita. En equivalencia, con su empirismo predominante, ponderaba que ahí se regía un sistema sociocultural medieval: el alto clero eran los profesores; la nobleza, los populares; los plebeyos, los marginados; y los herejes eran rebeldes, es decir, ella y uno que otro idealista.

Aprendido.

—¿Alexia Jaqueline Peacocke o Alexia Jaqueline Cooper? —indagaron, y era Katheleen oteando erguida a Alexia que estaba recostada en la grama con una fotocopia de 200 páginas; a la rubia no le quedó más que bajarla para hacerle frente.

—¿En serio?

—Están saliendo, ¿no? —insistió de brazos cruzados, pronunciado sus voluptuosos senos de silicona… o un brasier de esponja.

No son de silicona y usa su talla de sostén, acentuó su subconsciente.

Contraproducentemente, ¿por qué interceptarla? Katheleen era del estrato popular por sus méritos académicos y deportivos, Alexia estaba a años luz de ella. Además, en lo cutre, una cotejando precios entre aquella gabardina de Dolce & Gabbana con aquella de Prada; la otra, asustándose con la desaceleración económica y sus implicaciones en el statu quo.

—No, bueno, eso parece, ¡aahh! No jodas, no ahora.

Su día no se remediaba, o las fuerzas extraordinarias confabulaban en que no estudiara.

—Es obvio que él te usa.

—¿Por qué no se lo preguntas a Brad?

—Porque quiero que lo dejes en paz.

—¿Y si no?

—Sino te…

—¿Te está molestando? —intervino esa silueta inconfundible. Alexia tomó la mano que le ofreció Michael y se puso de pie, colisionando con ese verde que últimamente le henchía de serotonina el interior.

—El friki y la comunista —desdeñó Katheleen enredando un mechón de su sedoso cabello negro entre sus dedos—. ¿La vengadora no puede defenderse? Eres tú quien defiende al indefenso —afrentó empujándola débilmente—. Espero que te quedes con este perdedor, cara de marciana.

Bueno, el peyorativo hacia ella no le aquejó, mas nadie se metía con sus amigos, y Michael no era ningún perdedor…

—Perdedora tú, comadreja acicalada. —Le devolvió el empujón potenciado y Katheleen se desequilibró cayendo de trasero sobre un charquito de agua y tierra.

—¡Flaca insípida! —gimoteó.

—Tú y Brad me resbalan —aseguró sujetando la muñeca de Michael para echarse en fuga. Otro castigo arruinaría la oportunidad de vencer el curso, mismo que le pendía de un hilo.

¡Y qué bendecido fue Michael, eh! Esas yemas adheridas a él le infundieron una complacencia por el tacto físico que abominaba, siendo ese empalme un instante que nunca desterraría.

—Eso fue... —Michael respiraba con dificultad.

—¿Malévolo? —completó Alexia que no parecía haber corrido. Gimnasia sería su veintiúnica materia con un sobresaliente, pero la flojera era su superpoder.

—Cómico.

—Gracias por aparecerte.

Alexia rodeó el cuello traspirado de Michael por inercia y él se petrificó por unos segundos hasta trastrabillar con la realidad.

—¡Aguarda! —Frenó los pasos de Michael que se aceleraron en dirección a su casa para procesar aquella sensación que ya lo había abrumado anteriormente—. Ayúdame a... a estudiar. —Se le ocurrió esa sosería sin un porqué.

—Soy pésimo en historia —mintió releyendo el título del libro pirata.

—Falso. —Tocó su hombro reanimando otra vez esos escalofríos—. Eres una rata de biblioteca —añadió viéndolo tal y como él lo hacía, encandilada en un punto de esos belfos.

Quiero besarlo.

Michael idealizaba a qué podría saber esa boca que siempre olía a mentas y chicles de sandía, dos de sus sabores favoritos.

Hasta ese entonces.

¿Debería besarla?

Y varados por esos conceptos descentralizados, lucían dramáticos y lo divino vendría justo. Sin embargo, todo estaba en su momento y lugar; esa lava que los enardecía los consumiría rápido si no procedían.

Por eso Alexia afrontó lo encasquetado.

Por eso Alexia se precipitó sin un paracaídas.

Por eso Alexia lo besó.

Besó la mejilla de Michael que hervía por la fiebre de un nuevo amor.

El primero para él. El más inestable y poderoso para ella.




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