El Juego Maldito (Ñahui)

Los Murmullos Escondidos

 

 ǁ 

Jeanine entró a su departamento y su quijada casi cae al suelo al ver todo destrozado en aquel lugar, la mesa del centro de la sala estaba despedazada, los muebles volcados, había ciertas manchas extrañas en la pared cercana a la puerta. El corazón de Jeanine seguía latiendo, dio un paso y se escuchó un suave sonido. Miró y notó como pedazos de cristal estaban bajo su zapato. El miedo seguía ahí, tan cerca de ella que en cualquier momento sentiría que alguien le iba a tomar la mano.

— ¿Qué ha pasado aquí?

—No lo sé...

Contesto Jeanine cuando el guardia abrió más la puerta. Aquel hombre caminaba despacio y su boca estaba igual de abierta que la de Jeanine.

—Señorita, ¿usted dejó a alguien aquí anoche?

—No. Nadie quedó aquí, las únicas personas que estábamos eran mis amigas y yo —Jean dio unos pasos más esperando que nada salga de las esquinas—. Mi amiga salió mucho más temprano que nosotros, luego, como en unos veinte minutos, mi otra amiga y yo dejamos el departamento. Nadie quedó aquí.

El hombre al escuchar lo dicho por la muchacha, sacó un aparato para comunicarse con otros guardias y con el encargado del edificio. Del cinturón que estaba aferrada a su cintura sacó un tolete. Jeanine no lo pensó y se colocó detrás del guardia mientras él comenzó a caminar por todo el apartamento sin encontrar a nadie. Dos guardias más llegaron y revisaron el lugar; tampoco encontraron nada, ni en las habitaciones, ni en los lugares más pequeños.

—No hay nada, señorita —suspiro uno de los guardias—. ¿Está usted segura que no se quedó nadie en el lugar cuando salió?

—Ya se lo dije —la chica se tocó el brazo con su mano izquierda—. No había más que tres personas aquí anoche. Una se marchó y luego salimos de aquí las otras dos.

— ¿Qué hay de la primera chica? —el hombre dio un paso hacia ella—. ¿Usted vio que ella saliera del edificio?

—Sí... Bueno, no —ella nunca supo qué sucedió con Mirla la noche anterior, solo la vio salir del lugar con la rabia envuelta en sí, con el temor subido hasta el último cabello de su cabeza y con el horror que se sentía como el viento que entraba por una ventana—. Solo vi como salió de mí apartamento. Pero estoy segura que no pudo quedarse aquí.

Aquel hombre torció la boca, se giró hacia el resto de hombres que lo acompañaban y mandó:

—Quiero que manden a revisar las grabaciones del edificio —aquellas personas afirmaron con la cabeza y el hombre se acercó a la puerta abierta—. La de este pasillo y la de las escaleras —entró de nuevo a la sala—. Vamos a tratar de averiguar que sucedió aquí.

—De acuerdo.

—Permiso, señorita.

—Propio —Jeanine se acercó a la puerta y despidió a aquellos hombres, cerró la puerta, su espalda reposo en la madera, su mano aún estaba sobre el pomo, un suspiro que casi muere ahogado escapo de su boca buscando una manera de aminorar toda esa esfera de misterio que se había formado en estos días, pero no podía, nada en estos momentos servía para calmar el movimiento acelerado en su corazón, no podía calmar los múltiples sacudones que daban sus piernas, no podía respirar con normalidad aunque lo intentara y habían más daños colaterales que la arrastraban a los más profundos miedos que cualquiera pudiera tener—. ¿Qué rayos pasó aquí? —caminaba por el lugar y trato de dejar varios objetos en su sitio, de repente sintió un hedor asqueroso, un olor muy fuerte fue percibido por sus fosas nasales, entró en su cuerpo y le empezó a provocar unas ganas de votar todo lo que tenía en su interior con ayuda de su boca. Llevó la mano a su boca; trató de calmarse. El olor era muy fuerte, era el típico olor a carne podrida. Empezó a mover varias cosas de la cocina con la finalidad de encontrar de dónde provenía el olor; no pudo encontrar nada. Jeanine se encargó de limpiar todo el lugar. Aún sujetaba con su mano la escoba y escuchó un extraño sonido. Su mano se aferró a la escoba, una fuerza extraña la invadió por completo, sus piernas habían perdido el vigor. Se armó de todo el valor que había en su ser para tomar la escoba y comenzar a revisar el lugar. A cada paso que daba podía sentir claramente como el olor se hacía más y más fuerte. El olor venía directamente de su recamara. Trago fuerte, sus manos comenzaron a temblar y la escoba parecía resbalar. En el pasillo que conectaba a la sala y su dormitorio pudo sentir claramente como una sombra se formaba atrás de ella, sentía como algo en la pared cobraba forma. Su labio inferior temblaba con tanta fuerza que por un momento iba a perder la cordura. Era una presencia que ella ya conocía y la había venido siguiendo. La luz del pasillo estalló, cientos de fragmentos volaron por el lugar—. ¡Qué demonios fue eso!

Nunca en su vida había estado tan cerca de entrar a la locura.

 

ǁǁ

 

Mirla estaba sentada en la pequeña silla, en sus manos estaba una taza de café caliente que su madre le había dado. Su madre estaba lavando los trastes mientras ella pensaba en todo lo que pasó anoche. No había estado demente, no había nada malo en su cabeza como para haber imaginado aquel horripilante momento que vivió anoche. Su miedo seguía atorado en lo más profundo de sus entrañas, podía sentir como a cada instante los nervios la comían por dentro y no había nada que la logre calmar.

—Tía Mirla...

Una pequeña niña de cabello marrón, de ojos ámbar y sonrisa coqueta se acercó a ella. En su bracito tenía un pequeño osito de peluche. A aquel osito de peluche lo llevaba a todo lugar.

—Dime, bebé.

— ¿Qué te pasó en la cara? —con su dedito apuntó ese horrible moretón que tenía en su pómulo.

—Anoche resbalé por las escaleras y me golpee —la respuesta fue acompañada por una sonrisa. Mirla acercó su cara a su pequeña sobrina. La niña con su fino dedito presionó el horrible moretón.




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