El Milagro de tus Ojos

Capítulo 22

Scott se despertó y buscó a Jean a su lado en la cama. Desde que su relación había llegado a un punto más íntimo en el plano sentimental, sentía que no podría vivir más sin ella. ¿Por qué se había comportado durante tanto tiempo con ella como un imbécil? La había alejado de numerosas y sutiles formas sólo para proteger su corazón, cuando este, ya le pertenecía en su totalidad desde hacía un largo tiempo. Una amplia sonrisa se dibujó en sus labios mientras reconocía que no supo en qué momento ella se había inmiscuido en su vida y en su rutina de una forma que no creía posible. De una manera que lo volvía completa y absolutamente loco por ella.

Sintió el espacio vacío a su lado donde las sábanas estaban completamente frías y arrugadas. ¿Por qué Jean tardaría tanto? Era usualmente él quien se despertaba primero. ¿Por qué razón no regresaba con él?

Resignado a abandonar la placentera comodidad, se levantó y se calzó una camiseta junto a unos pantalones para ir a buscarla. Pasó primero por la cocina, imaginando hallarla allí, pero no la encontró así que siguió investigando. Las dudas se intensificaban en su interior a medida que recorría la casa por completo hasta que se dirigió a su habitación de niño. El movimiento que oyó desde el interior no le agradó para nada. Se dirigió a pasos lentos y se recargó sobre la puerta.

—¿Qué haces, Jean? —le preguntó, pero indudablemente intuía lo que pasaba. Uno de sus miedos más profundos amenazaba con petrificar su alma.

—Estoy empacando... —dijo ella soltando un pequeño sollozo—. Una maleta.

—¿Me dejas? —habló lo más neutral posible escondiendo las manos en los bolsillos.

—Ese día, el del hospital... He descubierto donde están mis padres, en realidad, he descubierto una parte de mi misma. Un fragmento de mi vida que creía muerto y que he recuperado gracias a ti.

Scott se mantuvo en silencio procesando la información. Era cierto que todavía había partes que desconocía de la vida de Jean, pero comprendía que ella necesitaba tiempo y que algún día ambos confiarían plenamente en el otro para saberlo todo. Así que esa era la verdadera razón de su comportamiento tan errático e imprevisible... Ella no confiaba en él. Había expuesto su corazón y lo había vuelto vulnerable a una mujer, de nuevo.

—No sé cómo vayas a tomarlo... pero la cuestión es que quiero ir a verlos —añadió ella acercándose y buscando su mano para sostenerla. La calidez del contacto rodeó a Scott y deseó intensamente aferrarse a ella y llenarla de besos, pero se abstuvo—. Sólo que nosotros vamos a distanciarnos por un tiempo.

Scott retiró su mano de ella lentamente. No supo por qué mientras lo hacía, sentía que parte de su vida se desprendía de la de ella dolorosamente. Su rostro se endureció y temió que el impacto de la noticia tan devastadora fuera demasiado visible en sus expresiones. Pero sin dudas era lo mejor. Cortar con aquello definitivamente.

Scott le dirigió un asentimiento de cabeza firme y sostenido.

—¿No vas a decirme nada? —preguntó ella a la espera.

Scott se sintió un completo iluso. Siempre se le habían dado mal las relaciones de pareja, y tampoco era que hubiera tenido muchas, pero parecía que no lograba escarmentarse. Se había dejado llevar por los sentimientos y por la pasión de una forma que nunca había creído antes y este era el resultado. Ella había tomado una decisión precipitada sin consultarlo antes. Quizás él no formaba parte de su vida tanto como había creído. Una relación sólida no podía basarse solamente en besos, caricias y encuentros apasionados cuando había información oculta de por medio. Con esto, la vida sólo le volvía a demostrar que nadie podía elegirlo.

Por otra parte, esto sólo servía para resguardarla y para que Logan se mantuviera alejado de ella de una vez por todas. Con ella, fuera de la ecuación, podría perseguir a ese rufián por los confines más ocultos de la ciudad y darle el escarmiento que finalmente se merecía.

—Nunca seré yo alguien que te impida buscar a tus padres. Tienes la libertad para hacer lo que quieras —sentenció Scott dándose la vuelta.

—¡No, Scott! Por favor... No es lo que crees.

—La puerta de la casa está abierta. Puedes salir cuando gustes.

Scott caminó abatido y a paso lento hasta su habitación. Se encerró y luego se sentó sobre la cama. Las lágrimas descendieron por sus mejillas mientras era consciente de cada uno de los ruidos de movimientos en la casa y, cuando la puerta de la entrada finalmente se cerró, se tumbó de espaldas cubriéndose los ojos con el brazo. Lloró desconsoladamente como si reviviera de nuevo la muerte de alguno de sus seres queridos, aunque este caso era un poco diferente. Lamentaba con toda su alma haber permitido que Jean Grey entrara en su vida.

Tenía profundas esperanzas de que ella, a último instante, se arrepentiría y desistiría de sus acciones. Pero no lo hizo. Ella siguió su camino. ¿Cómo pudo ser tan tonto como para pensar que lo elegiría? Nadie escogería a alguien como él para compartir su vida, pensó con desdicha. No existían finales felices en la vida para Scott Summers. 




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