El Milagro de tus Ojos

Capítulo 23

Algunos días después...

Scott terminaba de abotonar el cuello de su camisa y de arreglarse con bastante esmero, pues se trataba de un día particularmente importante. Era cierto que la decepción y la amargura que había experimentado desde la partida de Jean lo habían alejado un poco del trabajo, de su rutina diaria y de sus colegas. También no mentiría si dijera que había estado a punto de perder la cordura y de recurrir a sus vicios de antaño, tales como esconder y beberse bebidas con alcohol ocultas en los lugares más impensados de su casa. Pero una luz al final del camino le advirtió de que debía desistir de eso y seguir con su vida, y que una decepción amorosa, quizá la más fuerte que le había tocado vivir, no cambiaba el hecho de que el doctor Park aún confiaba y esperaba por él. Y no podía fallarle de nuevo.

Por tal motivo, Scott salió de su casa acompañado de su bastón y emprendió su rumbo hacia el hospital. Hacía pocos días que había sacado unas vacaciones de la comisaría y que había vuelto a presentarse en las consultas del área de oftalmología. El doctor Park tenía para él noticias de lo más esperanzadoras, tal es así, que le notificó y le propuso la posibilidad de someterse a una cirugía mínimamente invasiva que, contra todos los pronósticos, podría devolverle la vista con una certeza del 65%. Scott, por aquel entonces, accedió sin pensárselo dos veces.

Y allí estaba él ahora. Dispuesto a someterse al tratamiento y a enfrentar sus miedos de una vez por todas. Una pequeña esperanza surgía dentro de sí mismo cada vez que rememoraba las palabras del doctor. Si no luchaba contra sus temores, nunca sabría si podría recuperar su vista.

—Aquí, señor Summers —indicó la secretaria con voz gentil—, su firma en el documento de consentimiento debe ir aquí. Con permiso —dijo aproximando la mano temblorosa de Scott al papel.

Scott firmó y pronto fue saludado por todo un equipo de profesionales que irían a acondicionar la sala de cirugía. Sin embargo, antes debía pasar estrictamente por un par de estudios más para la revisión adecuada de su caso. Según el doctor Park, aquel accidente no comprometió en su totalidad los tejidos circundantes y terminaciones nerviosas que le permitían ver, sino que estos estaban obstruidos por una serie de coágulos y malformaciones que se interponían en el camino.

Una vez que los estudios estuvieron minuciosamente revisados y corroborados para dar el paso siguiente, a Scott se le explicó una última vez y en detalle los pasos que se llevarían a cabo sobre sus ojos durante la intervención quirúrgica. Si todo salía bien, era probable que hasta saliera de allí en ese mismo día rumbo a su hogar. La confianza y las grandes expectativas de los especialistas acrecentaban su fe, así que Scott se dijo mentalmente que no tenía nada que perder en arriesgarse quizás a la única posibilidad de recuperar una parte fundamental de su vida.

Aún era gran parte de la mañana cuando Scott fue ingresado a la sala. Y finalmente, fue operado sin mayores complicaciones. Su postoperatorio duró un par de horas y, tiempo después, una gruesa venda cubría sus ojos mientras él aguardaba por noticias. Su bastón lo guio por una habitación donde lograba escuchar las noticias provenientes de un televisor. No podía permanecer sentado ante tal expectativa, él caminaba de aquí y para allá haciendo repiqueteos en el suelo y esperando impacientemente por novedades. Hasta que la puerta fue abierta.

Scott fue conducido nuevamente a la habitación de consultas del doctor Park, donde unas horas atrás por la mañana, había firmado su permiso. Se le pidió tomar asiento y él podía presentir que este era el momento definitivo.

—Ha llegado la hora de descubrir la verdad, señor Summers. Ruego al cielo, como hombre de fe, que mis manos hayan podido servir para sanar su condición.

—No se preocupe, señor Park. Yo entiendo que las probabilidades eran mínimas y que usted hizo cuanto estuvo a su alcance. Su éxito no disminuirá por un caso... casi imposible.

—Nunca diga imposible —le recriminó el doctor—. Soy médico, pero los milagros, créame, en medicina sí que existen. Ahora, con su permiso.

Scott sintió las manos del doctor desanudar la venda que rodeaba su cabeza. A medida que la tela era retirada, él mismo sentía que un peso de encima se desprendía desde lo más profundo de su conciencia. Luego la venda fue retirada por completo. El doctor Park se le acercó y con una luz alumbró a sus ojos buscando causar incomodidad.

Scott no veía realmente nada ni sentía ningún malestar. A su lado, el doctor se lamentaba y discutía con su ayudante acerca de cuál pudo haber sido su error. Entonces, sin pensarlo demasiado, Scott percibió una brisa fresca en la piel de su rostro a través de la ventana abierta del consultorio. Movió su cuello hacia esa dirección y un punto luminoso captó su atención en el horizonte. Luego este se volvió cada vez más y más intenso. Cuando descubrió de qué se trataba, lágrimas se desprendían y trazaban un recorrido húmedo por sus mejillas.

No recordaba haber llorado tan intensamente desde la muerte de su tío Dylan o desde la partida de Jean. El llanto se deslizaba silencioso y Scott elevó sus manos, a las cuales podía contemplar e inspeccionar desde distintos ángulos. Los médicos a su alrededor sonreían contagiados de emoción y, a alguno que otro, también se le humedecieron los ojos de sólo contemplar la escena.

Scott se paró y se dirigió lentamente hacia la ventana para visualizar ese maravilloso ocaso. Durante unos minutos, se perdió en ese regalo de la naturaleza hasta que la gran estrella se perdió descendiendo entre las montañas. Luego se giró y dobló su bastón.

—Supongo que ya no me será necesario... —añadió observando a los médicos congregados al frente suyo.

En ese momento, los médicos estallaron de felicidad saltando y gritando de alegría. La operación fue todo un éxito. El doctor Park le palmeó la espalda con entusiasmo.




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