El Milagro de tus Ojos

Capítulo 27

Una preciosa mañana tenía lugar en la ciudad. Jean junto a su madre se hallaban ubicadas a las afueras de una reconocida cafetería que ofrecía las masas dulces más deliciosas del lugar. Debajo de una sombrilla que les proporcionaba abundante sombra, ambas bebían un exquisito té acompañado de la especialidad de la casa.

—Qué delicia... —murmuró su madre al depositar la taza sobre el delicado plato de porcelana. Entonces reparó en su hija.

Jean bebía su té mirando hacia un punto fijo de la calle, pero en realidad, observaba hacia la nada misma.

—¿Y ya te has decidido a buscarle? —preguntó Gloria de repente ocultando una sonrisa.

Jean entonces parpadeó regresando su vista hacia su madre.

—Yo no... No sé si querrá verme... —negó meneando la cabeza hacia ambos lados.

—La pregunta real aquí sería si tú tienes ganas de verle.

—¿Yo? Por supuesto —aseguró Jean con convicción.

—¿Y qué esperas, hija? Estas oportunidades no se dan siempre.

—¿Cómo? ¿Ahora mismo? —se impacientó.

—Tienes que buscarle lo más pronto posible. Tal vez él también espera una señal de parte de ti. Si es amor de verdad, él no te rechazará. Cree en lo que digo.

Jean se incorporó como un resorte de la silla.

—¿Pero... y las bolsas de compra?

—Es sólo ropa, querida. No pesa casi nada —Gloria le restó importancia con una mano—. Puedo regresar perfectamente por mí misma sola a casa como ya le dije a Richard. Ahora, vete y búscalo —le exigió.

Jean asintió sonriente y con entusiasmo y, a continuación, caminó presurosa hasta un puesto de alquiler de bicis. Pagó al dueño y entonces se subió a una bicicleta común y corriente. Luego se marchó pedaleando con el corazón palpitante y feliz, ante la atenta mirada de su madre, quien contemplaba cómo el amor cambiaba a las personas, hacía relucir su mejor versión y hasta las alentaba a hacer locuras. ¿Jean Grey tomando una bici y andando por la calle a plena luz del día? Si no la viera con sus propios ojos, no lo creería. Su joven y tímida hija ya era toda una adulta, y estaba totalmente enamorada.

Jean maniobró la bici y frenó justo enfrente de la comisaría. La acomodó lo mejor que pudo y se aventuró al interior del edificio mientras calmaba su agitada respiración. Una vez dentro, se dirigió a recepción encontrándose con el oficial Patterson, quien se hallaba a punto de colapsar a causa del trabajo.

Ella esperó pacientemente mientras los timbres de llamadas no dejaban de ingresar y de atosigar al oficial. Por suerte, él la reconoció en algún momento y le pidió con un susurro que aguardara sólo un momento. Los minutos se le hacían eternos a la vez que tamborileaba con sus dedos sobre el mostrador.

—¿Buscas a Scott?

Jean levantó la cabeza y se encontró con el oficial.

—Sí.

—Pensé que vivían juntos...

—Es... una larga historia.

—Bueno. Él no está ahora. Le tocaban un par de días libres. Pero cuando lo vea, se lo haré saber —dijo Charlie regresando su atención al teléfono, pero Jean se lo impidió de inmediato sujetándolo del brazo.

—Es urgente —suplicó ella.

El oficial expulsó el aire que contenía en sus pulmones y se apiadó de ella.

—Bueno... está bien —murmuró a regañadientes—. ¿Qué puedo hacer por ti?

Jean se tomó entonces el atrevimiento de escribir a un costado del cuaderno de quejas su número de teléfono. Luego se lo señaló con el dedo índice.

—Llámalo en cuanto puedas y bríndale mi número de teléfono.

—No tengo otra alternativa, ¿verdad? —contestó el oficial con una mueca. Jean negó con la cabeza y él sonrió divertido—. Él habla de ti. Casi todo el tiempo.

—¡Charlie Patterson! ¡El maldito teléfono! —el grito resonó desde el interior de un despacho.

—Lo llamaré. Ahora déjame trabajar o el jefe va a matarme.

Jean asintió y luego comenzó a marcharse de allí.

—¡Se ha operado de la vista! —la voz de Charlie apenas alcanzó a llegar hasta ella. Sin embargo, Jean consiguió oírlo claramente quedándose de piedra.

*****

—Scott, ella... ¡Te busca! ¡Te está buscando! —dijo Charlie a través del teléfono—. Tengo su número aquí mismo. No te encierres justo en tu caparazón precisamente ahora.

—Y si no soy bueno para ella...

—Creo que deberías dejarte de juegos porque esto va en serio. ¡No dejes que esta oportunidad se escape!

*****

A la mañana siguiente, Jean se sentía un poco desanimada. Había esperado, aunque fuera una de sus llamadas, pero el teléfono no sonó durante toda la tarde ni durante toda la noche. Los pensamientos no la dejaban tranquila. ¿Y si el oficial no cumplió con su palabra? ¿Y si Scott ya no la quería en su vida?

Jean untó su tostada con abundante mermelada y luego la masticó con absoluta lentitud.

—Cariño, ¿estás bien? —le preguntó su madre—. Hoy te noto más hambrienta de lo normal.

—Estoy bien, no es nada —musitó Jean con la voz apagada—. Sólo... esperaba sus llamadas.

Gloria puso la mano sobre el hombro de su hija con gesto comprensivo. Y entonces, el teléfono sonó. Ambas se miraron con los ojos abiertos de par en par. Jean tragó saliva.

—Creo que deberías contestar —dijo su madre brindándole unos empujoncitos.

Jean se incorporó y fue a contestar. Su mano se volvió temblorosa al tomar contacto con el auricular y entonces se lo llevó a la oreja.

—Jean, soy Scott.

Al reconocer la voz, Jean fue consciente de cómo su corazón se estremecía de felicidad. La sonrisa se iluminó en su rostro y las palabras no lograron salir de su boca.

—Jean...

—Sí, aquí estoy —contestó ella casi riendo y atenuando las lágrimas que querían formarse en sus ojos.

—Perdón. Sé que te he ocultado cosas y que no he sido lo suficientemente sincero contigo. Pero quiero enmendar mis errores y quisiera que me brindes una nueva oportunidad...




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