El Milagro de tus Ojos

Capítulo 28

Scott estaba tan nervioso sentado adentro del local, como si fuera la primera de sus citas, pero, en realidad, se trataba de Jean. Miró el reloj en su muñeca y contempló cómo se pasaban diez minutos más de la hora acordada. A su alrededor, algunos grupos de comensales degustaban la comida en sus platos mientras el eco de cubiertos se extendía por la amplia sala del restaurante. Él estaba hambriento, aunque el aroma a salsas, hierbas y carne asada le encogían aún más el estómago.

¿Y si ella no acudía? ¿Y si cambiaba de opinión respecto a él? Por una vez en su vida, apartó esos pensamientos de su mente y se concentró en imaginar cómo luciría Jean. Un vaso con agua se ubicaba en el centro de la mesa, así que Scott se lo bebió de un solo trago a la vez que una mezcla de dudas y expectación crecían dentro de él.

—Te va a deslumbrar, amigo. Prepárate.

Una sonrisa nació en la comisura de sus labios mientras recordaba las palabras de Patterson. Luego de otros varios minutos, su mandíbula yacía apoyada en la palma de su mano al tiempo que dirigía su mirada hacia la calle. De pronto, sus cejas se arquearon y observó con atención los movimientos en el exterior a través del cristal. Un taxi se había detenido justo al frente. Sintió en ese mismo instante los movimientos de su corazón incrementarse al máximo. Una mujer joven descendió del vehículo y cruzó la calle directo hacia...

Scott dejó prácticamente de respirar. A pesar de que el sombrero ocultara gran parte de su rostro, una cascada de cabello pelirrojo descendía hacia más allá de sus hombros. Un vestido elegante, delicado y estampado en flores cubría su armonioso cuerpo, en el cual se apreciaban unas ligeras curvas que se ocultaban con finura y discreción. Scott se quedó paralizado y bajo la influencia de un poderoso hechizo, su corazón se detuvo en cuanto ella entró al local, pero luego la desilusión lo invadió por completo. No podía tratarse de Jean... Ella siguió recto y no lo reconoció ni por un momento.

Cierta desazón se agolpó en lo más profundo de su interior. Revisó una vez más su reloj. Las 12:29 pm acaparaban su atención sin clemencia mientras reconocía la derrota y el sinsabor amargo de la decepción. Hasta que de pronto, unas manos le cubrieron los ojos y lo vio todo negro.

—Así que es verdad... —oyó la voz de Jean—. ¿Cuándo ibas a planear decírmelo?

Scott soltó un pesado suspiro y le acarició las manos.

—A partir de ahora, todas las veces que haga falta.

Él sintió cómo el agarre cedía y entonces depositó un beso sobre el dorso de una de ellas. A continuación, Jean se separó, tomó asiento al frente suyo y Scott sólo pudo contemplarla como un completo enamorado. Tenía los ojos claros y la mirada serena, el rostro con forma de corazón y una sonrisa genuina, pero a la vez traviesa.

—No puedo creerlo... —negó Jean con la cabeza ajustándose el sombrero—. ¿Realmente puedes verme?

—Soy yo quien no puede creerlo —dijo Scott—. Debo ser el hombre más afortunado del mundo entero.

Jean emitió una corta risa y luego tomó el menú de platillos entre sus manos.

—Pues créelo —murmuró desviándose del mismo sólo por un segundo y dedicándole un guiño.

Scott sonrió mientras la observaba embelesado.

—Tenemos tanto de qué hablar...

—Sí, pero no puedo resistirme más a una jugosa porción de pizza con mucho queso y peperoni. El tráfico está fatal y muero de hambre.

Scott asintió entusiasmado ante la idea.

—En eso tienes razón. Ordenaremos lo mismo.

Después de un breve silencio, él le dijo:

—He sido tan tonto por haber perdido tanto tiempo sin... si me permites decirlo...

Jean apartó sus ojos del menú y lo examinó con detenimiento.

—Estar a tu lado.

Ella sonrió y Scott no pudo recordar cuántas veces en su soledad extrañaba el ruido de sus pasos, su risa y sus palabras, es decir, su presencia misma. Él podría deleitarse horas escuchándola reír, pero había algo más acuciante y necesario que declarar en ese momento antes de que fuera demasiado tarde.

—Jean... yo te amo —declaró tomando una de sus manos entre las suyas.

—Yo también te amo, mi adorable hombre gruñón.

Ambos se sonrieron cómplices y Jean abandonó el menú sobre la mesa. Entonces se aproximaron para besarse como si quisieran sellar aquellas profundas palabras de amor con aquel acto, hasta que alguien carraspeó interrumpiéndolos justo a tiempo. La camarera había llegado hasta su lado, así que se separaron.

—¿Viene por el pedido? —preguntó Jean visiblemente sonrojada.

La camarera asintió con un bloc de notas y un lápiz en sus manos. Mientras tanto, Scott veía a Jean complacido. Tenían tanto que aclarar que creían que no saldrían nunca más de aquel restaurante. Pero, cada cierto tiempo, volvían a expresarse lo mucho que se querían y que no pararían de repetirlo por el resto de sus días.




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