El verano que nos separó

1. Bienvenidos.

Se puso en puntillas cuando pasó el enorme hombre con la olla cargada de una sopa que olía tan bien que la hizo cerrar los ojos. Tuvo las intenciones de seguirlo, de darle quizás la probadita que sabía bien, nadie en el equipo que estaba agitado le ha dado, pero cuando miró las manos agitadas de su madre en el patio, suspiró buscando cómo acelerar sus pasos para entregarle el rastrillo que cargaba.

Todos los años era lo mismo, el desorden, la mala organización y luego la carrera para poder tener la casa a tiempo y en las condiciones que a la familia le gustaba. Lo bueno es que ellos eran muchos y los Slate, la poderosa familia estadounidense para la que trabajaban, no eran tantos, además de que quizás se hacían los de la vista gorda cuando encontraban algo que no estaba bien.

—Ve a ver si los baños de sus habitaciones tienen toallas limpias y acomoda en las camas las almohadas como te enseñé —le ordenó su madre, por lo que se dispuso a cumplir.

El sol apenas estaba acomodándose en el cielo y esa casa tenía actividad como si no hubieran dormido, pero en sus miles de metros de construcción más esos otros miles de terreno, había tanto que hacer, sobre todo con la llegada tan pronta de la familia, aunque si habían llegado más tarde que lo acostumbrado, quienes el día anterior indicaron que habían arribado al país.

—¡Cuidado que quemo! —el grito la hizo moverse con brusquedad hasta pegar en la pared, pero no dudó en lanzarle una patada a uno de sus primos cuando lo vio cargando unas bolsas grandes de hielo.

Se dispuso a subir al segundo piso donde yacían las habitaciones principales. Primero revisó la del hijo menor, luego la de la princesa mimada, sonrió delicadamente cuando se encontró con la que era la habitación de su mejor amigo, y por último la del hijo mayor de los Slate, quien quizás sí llegaría o quizás no, no se ha confirmado.

En la amplia habitación principal, suspiró cuando abrió esas preciosas puertas de madera que daban al balcón y no dudó en asomarse en ese balcón que la hacía sentir como suspendida del acantilado por lo alto que estaba y el diseño del mismo. Miró la costa preciosa, el pueblo vivo a lo lejos y solo se acomodó, sintiéndose quizás como parte de esa familia poderosa y millonaria que tiene su propia casa de playa en un espacio que no solo es privado, también se siente como parte de un cuento de hadas.

Si verificó lo que su madre le dijo, todo estaba bien y es que sabe que su madre lo había hecho, pero no perdió el tiempo cuando se vio ante el espejo, soltando al fin la trenza. Las hebras rojizas como un sol de atardecer se fueron liberando, cargadas de una onda apretada que no era común en ella, pero mal no le quedaba.

Revisó su mejilla y luego su nariz, donde estaba segura de que habían nacido nuevas pecas, y se quedó como profundizando en sí misma y todo lo que ha escuchado de su peculiar aspecto. En San Juan del Sur, una famosa zona costera de Nicaragua, ver extranjeros no era nada extraño, rubios, ojos azules, altos, bronceados casi siempre y con grandes mochilas que apenas parecen pesar para ellos, pero los pelirrojos, esos parecen tan escasos que muchos aún los consideran criaturas místicas o bien demoniacas.

No ha sido fácil crecer con la idea de que no se parece a nadie, muchos le dicen que tiene los ojos de su madre y también la nariz, pero ¿y lo demás? ¿De dónde vino el cabello cobrizo? ¿Las pecas acumuladas en su rostro, hombros y espalda o mejor dicho todo su cuerpo? ¿Su piel pálida y de un tono como frío que la hacía parecer como un fantasma?

—¡Catalina!

Cuando su nombre se escuchó en el aire, no dudó en tomar la liga de su cabello y buscar cómo salir de la habitación, pero al ver el balcón aún abierto, buscó cómo ir a cerrarlo, sintiendo las mariposas en su panza cuando vio las camionetas ingresar por los portones principales.

Bajó corriendo las escaleras, acomodó su blusa blanca de botones y se llevó el ahora suelto cabello hacia atrás, solo sonriendo a uno de sus tíos que de manera amorosa le puso una preciosa flor de avispa rosada en el mismo, pero cuando llegó a la fila que su madre había mandado a formar con otros empleados, esta se la quitó.

—Mamá —pidió la jovencita, recibiendo la flor en sus manos.

—Mi amor, están llegando, ya luego puedes jugar a las princesas —le dijo su madre, pero ante el gesto de desagrado de Catalina, se corrigió—. No me hagas ese gesto que sabes que no me gusta. Recuerda lo que hemos hablado, sé educada, responde con tranquilidad y no te metas donde no te llaman —la jovencita solo asintió, pero la mano de su madre en su mentón la hizo sonreír—. Ojalá queden satisfechos y podamos hablar de lo de tu universidad como lo prometieron.

—No te sofoques por eso, mamá, si no se puede con ellos, tenemos un plan B.

—Lo tenemos, mi Catalina, lo tenemos.

Le dio un besito en la frente, tan solo viéndola moverse hacia uno de los jardineros a quien le quitó una rama del cabello y luego tomó lugar a su lado. Concepción, la madre de Catalina, suspiró de manera pesada, tan solo persignándose cuando las camionetas se vieron subiendo esa alta rampa hasta que se estacionaron ante ellos.

Notaron que de una bajó el hijo mayor de los Slate con una chica que miraba todo con sorpresa, y de la otra camioneta, la familia. Catalina pudo notar cómo hubo cierta sombra que parecía estar discutiendo con alguien atrás, pero su sonrisa se dibujó delicada cuando su mejor amigo, a quien al fin volvía a ver, bajó de la camioneta, pero el azote que dio en su puerta la hizo dar un brinco.




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