El verano que nos separó

3. Miedosa.

Desde la ventana de su habitación, Asher observó a la pelirroja moverse de un lado a otro. No había hablado con ella desde aquel breve momento, y sí, ya se había comido aquel mango jugoso y dulce que ella le había llevado como postre. Deseaba salir de casa, tomar la cuadriciclo y quizás explorar la playa más cercana, que apenas estaba a unos cinco o seis kilómetros de distancia, pero quería hacerlo con ella.

Frunció el ceño al verla sonreír a uno de los empleados más jóvenes. No sabía si era primo de ella o no; sabía bien que los López eran una familia muy numerosa y unida, de ese tipo que se quedan viviendo con sus padres hasta la vejez, heredan las casas y luego repiten el mismo ciclo.

Conocía, confirmado por su padre, que todos vivían en un mismo terreno que sus bisabuelos tomaron cuando hubo una guerra civil en aquel país. Se instalaron allí y nunca los sacaron. Ahora la generación que ocupaba el lugar eran esos siete hermanos que al parecer habían sabido vivir en armonía, pues cada uno tenía bien delimitado su espacio y habían construido casas agradables y cómodas para sus respectivas familias.

En la zona, conocían el área como la colonia de los López, y había escuchado que muchos extranjeros habían venido a ofertarles mucho dinero porque la familia tenía a muy poca distancia una de las playas más bonitas de aquel lugar lleno de bahías y agua azulada. 

A él le gustaba la zona donde estaba su casa; el pueblo costero era bonito, agradable y tenía mucha variedad de cosas, pero para ese punto ya Asher había conocido demasiado, y San Juan del Sur no era exactamente el espacio más impresionante como antes pensaba.

Cuando tocaron la puerta, se dirigió a la cama y tomó un libro de manera casual, que dejó de inmediato cuando su padre pasó al interior de la habitación. Se reacomodó en el área, viendo a su padre observar la estancia y asomarse por la ventana, pero Catalina y el joven con el que conversaba ya se habían retirado.

—¿Comiste al fin? —preguntó su padre.

—Sí, hace como dos o tres horas —respondió Asher con seriedad—. Concepción me hizo un sándwich.

—Le dije a tu madre que la sopa de mariscos no es para ti.

El chico suspiró de forma pesada; en realidad, sí quería de la misma, pero el enojo que le causó ver que su familia había tomado un lugar en el comedor y ni siquiera lo pensaron para ir por él o dejar su espacio le cerró el apetito. Aun así, no pudo negar que la sopa sí se le antojó.

—¿Qué deseas? —preguntó a su padre.

—Nada, me mandaron —respondió Warner mirándolo de frente.

Warner, tras acomodarse en un sillón de alto respaldo, miró a su hijo.

—Mira, sé bien que las cosas para ti están cambiando, sientes que como ya saliste de secundaria eres dueño del mundo y de alguna manera nos debemos a ti, pero debes entender que mientras vivas bajo nuestro techo hay reglas que cumplir, Asher, y esas son las nuestras, las que tu madre y yo hicimos.

El jovencito apenas volteó los ojos, negando de manera clara.

—No quiero darte un sermón, ni mucho menos arruinarme las vacaciones por un descontento de jovencito malagradecido —continuó su padre—. ¿No te es suficiente lo que tienes?

—Solo te dije que si podía irme con mis amigos cuando vengan al país —recordó Asher de manera seria—. Vienen en un mes, me dijeron que podían quedarse en casa y lo harán alrededor de una semana, para luego partir a Estados Unidos. Lo único que te pedí en realidad fue regresarme con ellos. Tengo la edad para moverme solo, para no necesitar un permiso adicional o bien un auxiliar de vuelo que me cuide.

—Tienes la edad para muchas cosas, Asher, pero no para tomar decisiones que te pueden poner en peligro.

—¡Tengo diecinueve años! —le soltó firme—. Es la edad que tenía Roscoe cuando le pagaste completo un viaje de dos meses por Europa y Asia. ¿Lo recuerdas? Porque yo sí, ya que pasaron hablando de lo mismo y lo llamaban en cada momento —suspiró de forma pesada.

—Tu hermano es distinto.

En ese momento, Asher sentía que entraba en un bloqueo de ideas porque en realidad nada de lo que decía su padre parecía demasiado real, honesto o incluso dirigido a él.

—La personalidad de Roscoe es…

—Ya sé cómo es mi hermano, no es necesario que me lo presentes o describas. Es el hijo perfecto, siempre lo ha sido —respondió Asher esbozando una débil sonrisa.

—No deberías tener celos de Roscoe.

—No, no tengo celos de él, tengo celos de los padres que le tocaron a él.

Warner se quedó confundido ante las palabras de su hijo, quien buscó la salida de la habitación, pero no dudó en ir hacia donde él, tomándolo con seriedad del brazo. Sin embargo, Asher se zafó del agarre, viéndolo a los ojos.

—Voy a salir, empezaré mi verano en este lugar y trataré de disfrutar, de tener el mejor momento de mi vida porque es la última vez que me verán en el mismo —su padre frunció el ceño—. No tienes idea de cuánto ansío empezar la universidad para no solo salir de tu casa, sino empezar a hacer mis propias reglas.

—Eres un mocoso altanero.

—Sí, porque no soy Roscoe.

Salió de la habitación y bajó corriendo las escaleras. En la sala, se encontró con la mirada de sus hermanos que se habían montado una mesa de juegos. Sus pasos fueron grandes y Julianne solo elevó su mirada viendo a su esposo, pero en el patio trasero se escuchó el motor de la cuadriciclo que se encendió de manera profunda. Dejando una estela de polvo y arenilla, vieron la salida del alterado Asher de los terrenos de la casa. 




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