Enseñar a Mamá a Quererme

Capítulo 12

 

Aime se detuvo en la recepción y se dirigió a la mujer que estaba detrás del computador. Saludó y con mucha educación le preguntó en qué piso se encontraba el número del departamento que tenía anotado en la hoja. 

—En el sexto piso —le respondió sin mirarla, por lo que no se percató de que era una niña de ocho años quién le preguntaba.

Aime le agradeció y corrió hacia el ascensor. Ya estando adentro, pulsó el botón que marcaba el numero de piso y respiró profundo al ver que las puertas se cerraban. 

Estaba muerta de nervios. Intentó pensar en cosas positivas y bonitas, como ese sueño que tuvo con su mamá. 

"Todo va a estar bien" se dijo a si misma para darse valor.

—Debería arreglarme un poco para estar bonita cuando la vea —pensó en voz alta. 

Dejó a su conejito en el piso y sacó el cepillo de pelo para peinarse, también usó un poquito de colonia y se puso un broche de mariposita en el pelo. 

Quería verse bonita para su mamá.

El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Tomó a Whiskers junto a sus cosas y salió al pasillo en busca de la puerta con el numero 302. 

Merida se miró en el espejo, mientras las palabras del psicólogo resonaban en su mente. "Debes encontrar una forma de liberar toda esa rabia y dolor. No dejes que esta oscuridad te consuma, todavía estás a tiempo, puedes tener una vida maravillosa si lo intentas", había dicho él en su última consulta.

Intentar...

¿Así como lo intentó con su esposo?

Aquel maldito que solo se aprovechó de su vulnerabilidad para enamorarla y luego desfalcó a su empresa.

Después de años ella quiso confiar, darle una oportunidad a la vida, al amor, pero él solo la usó y se fue con su asistente. 

Otra vez fue usada por un hombre.

Tal vez fue su culpa por volver a confiar en alguien cuando era obvio que nadie iba a amarla realmente después de conocer su tormentoso pasado. Estaba sucia y manchada.

Salió al balcón de su departamento y se colocó frente al saco de boxeo, comenzó a golpearlo incansablemente imaginando que era su ex. Cada golpe que lanzaba estaba cargado de furia, cada puñetazo era una forma de desahogar el tormento que llevaba dentro.

¿Por qué su vida era un asco?

¿Qué mal hizo para pasar por todo eso?

¿Cuándo iba a parar?

¿Cuándo iba a dejar de sentir esa ansiedad, esa angustia en el pecho que la atosigaba todo el tiempo y no la dejaba respirar?

¿Cuándo iba a desprenderse de esos recuerdos dolorosos que no le permitían ser feliz?

Cambió la imagen al saco, imaginando ahora que era el infeliz que le robó su inocencia, el rostro del monstruo que la persiguió en sus peores pesadillas se proyectó en su mente, aunque nunca pudo saber quién era ya que se escondía detrás de una mascara. Cada golpe al saco era un intento de recuperar el control sobre su vida, de defenderse contra el recuerdo de aquel terrible día y maldecir cada cosa mala que Dios, el destino o el universo le había obligado a padecer. 

El sudor perlaba su frente y sus músculos se tensaban con cada impacto. Cada golpe era un grito de dolor y de liberación. Pero justo cuando estaba en el punto álgido de su furia, un golpeteo en la puerta la sacó de su trance.

Merida se detuvo en seco, respirando agitadamente mientras el sudor frío le recorría la espalda.

Dio otro golpe furioso al saco de boxeo y se quitó los guantes para ir a ver quien tocaba. Mientras se acercaba a la puerta iba limpiándose el sudor de la frente con una toalla.

Apoyó la mano sobre la manija de la puerta y se deshizo de la toalla, arrojándola sobre un mueble cercano. 

Aime sintió que sus piernitas le temblaban, estaba entre nerviosa y emocionada. La puerta se abrió de golpe y sus ojitos se encontraron con los de ella.

Apretó a su conejito contra su pecho, sintiendo que su corazón se aceleraba. 

Ahí estaba finalmente frente a la mujer de cabello bonito, su mamá. Esa mamá que la había abandonado en un orfanato hace ocho años, pero que a pesar de eso la quería por el simple hecho de ser su madre, aún si ella no sentía lo mismo. 

Merida la miró perpleja.

"Yo la conozco", pensó y recordó a la niña que conoció hace unos días en ese mirador.

¿Por qué estaba ahí?

¿Cómo la había encontrado?

—H-hola —dijo Aime con nerviosismo. 

Merida frunció el ceño.

—¿Qué significa todo esto? ¿Cómo me encontraste? ¿Por qué estás aquí? —asomó la cabeza al pasillo para ver si había alguien más con la niña—. ¿No dirás nada?  ¿Por qué me miras así? —cuestionó al ver que la pequeña la observaba detenidamente, como si la analizara.

—Me pareciste una mujer muy bonita aquella vez en el mirador, pero ahora que te veo eres incluso más hermosa —sus ojos brillaban y una sonrisita tierna se formó en sus labios.

"No hay duda, esta señora bonita es mi mamá, pensó Aime sin dejar de admirar la belleza de Merida" 




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