Entre ceja y ceja

Capítulo 2

 

Al culminar la reunión de socios, Farah regresó a su oficina, conteniendo el enojo que arrastraba por la decisión de su padre.

—Farah… Desde hace metros se sienten tus pasos. ¿Por qué estás tan molesta? —indagó su asistente Erin.

—No sientes mis pasos por estar enojada, los sientes porque estoy gorda —replicó la abogada al pasar junto a ella.

—¡Pero qué mal humor! Bueno… Yo diría que por las dos.

Farah se detuvo y le entregó a su amiga una mirada resignada, ladeó una sonrisa y contestó:

—Sí, sí… supongo que por las dos cosas. Entra a la oficina, tengo mucho que contarte. Ni te imaginas lo que acaba de pasar —dijo Farah, en tanto abría la puerta.

Erin la siguió con apuro y curiosidad. ¿Qué tenía a su amiga así? ¿Qué habría pasado en la reunión?

—¿Tomaste el caso del papacito bello? —preguntó ansiosa, Erin.

—El papacito bello es el nuevo socio del bufete. ¿Qué te parece? No lo vimos venir.

¿What? ¡Me muero! ¡Pero qué gran noticia, Farah!

—¿Qué tiene de grandiosa?

—Bueno… No se conoce un tipo así todos los días, y menos se trabaja con él. No sé… Quizá puedan conocerse

—Erin… A leguas se ve que es un prepotente. Debo saber de dónde viene y qué quiere aquí. Así que tu primera tarea es investigarlo; busca su perfil en Facebook o Instagram, y ve su estilo de vida. Ya imagino el tipo de mujer que frecuenta. Se llama Rhett Butler. Y te aseguro que no le interesa conocerme. —No le fascinó admitir esa última oración.

Farah se dejó caer en su sillón y añadió:

—Pero eso no es todo… —Erin se sentó atenta en el borde del escritorio junto a su jefa—. Papá me permitió trabajar en el caso que seleccioné…

—Siempre lo hace. ¿Qué tiene eso de trascendental?

—Que obligó a Rhett Butler, tu papacito bello, a trabajar conmigo.

Erin quedó boquiabierta y paralizada. Farah sonrió y añadió, conteniendo la risa:

—Boba…

—¡Esto no puede ser mejor, Farah! Uy, ¡qué envidia! Quién me manda a no estudiar derecho y a no ser hija de tu papá.

—Que envidia nada, Erin. El tipo es un creído, se nota a kilómetros de distancia. Sé lo que papá trata de hacer… Quiere controlarme. Quiere que el tal Rhett me proteja. Ya conoces a los hombres y su complejo de héroe. Creen que todas somos damiselas en apuros. Y no… No lo soy, al menos no en este momento, ni necesito un chaperón.

Erin dio saltitos de alegría y aplaudió con suavidad.

—Pues a mí me encanta ese complejo de héroe. No lo niegues. A todas nos gusta.

—Pues sí… ¿A quién engaño con mis aires de independencia? —admitió Farah, dejando caer su rostro sobre sus manos apoyadas en su escritorio—. Claro que quiero que me salven, rescaten, protejan, que me cuiden y hasta que me halen el pelo —Carcajeó y Erin por igual.

—Farah, Farah, Farah… Ya puedo anticipar las chispas. Quizá se encienda el amor.

—O quizá sea un incendio que ni papá podrá apagar.

—Sí, un incendio de pasión. Eso suena mejor —dijo Erin con picardía.

—No me refería a eso. Recordé a los novios de las noticias; esos que encendieron unos fuegos artificiales que dejaron en llamas al vestido de la novia. —Farah soltó unas risotadas—. A ese tipo de incendio me refiero. Yo soy una terca y el Espartaco se ve peor. Te lo aseguro… Esto no terminará bien. Pero eso sí, él no va a arruinar mi caso. No lo permitiré.

Un toque de la puerta sacó a las amigas de concentración. Cuando voltearon a mirar a través del vidrio, vieron a un serio Rhett Butler, esperando, con los ojos fijos en Farah.

Erin miró a su amiga y sonrió con disimulo, en tanto subía y bajaba las cejas sin que él lo notara. Farah se esmeró por controlar la risa y las emociones que sintió en el estómago, pues el Espartaco la veía con fijeza.

—¿Viste?… Cuando las cosas son verdad… Esto no terminará bien, Erin. Abre la puerta, por favor —solicitó Farah, mientras se sentaba detrás de su escritorio.




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