Entre ceja y ceja

Capítulo 10

Ese fin de semana, después de salir con Sebastián por la mañana, Farah le tomó la palabra a Rhett; seleccionó unos cuantos de sus atuendos favoritos y visitó a una de las fotógrafas más famosas de Chicago, a quien contrató para una sesión. Si incursionaría en el modelaje de Instagram, lo haría a lo grande, porque en el fondo, algo dentro, muy dentro de ella, una vocecita con el tono de voz de su madre, le decía que no era suficiente ni bonita. Mas ya estaba harta de escucharla, de creerle, y prefería abrazar la mentira que dijo Rhett sobre su belleza antes que seguir sintiendo miedo.

 

 

A su vez, Max tenía una misión ese fin de semana, conocer a Erin e indagar sobre el pasado de Farah. Empezó a seguir a la entusiasta asistente, mas para su mala fortuna y aburrimiento, la chica no salió durante toda la mañana. Por la tarde, vio llegar a Farah y juntas partieron.

No tardó en comunicarse con Rhett desde su celular.

—Hermano… Tu chica anda en algo de nuevo. Lo que dijiste sobre ella es cierto, esa mujer no para. Vino a buscar a la tal Erin y están llegando al estudio de fotografía de Sarah Crowley.

—¿Fue a un estudio de fotografía? Farah… Farah… Ya sé por qué está allí —Rhett sonrió al otro lado del teléfono, pues ella creyó en lo que le dijo. Después de todo, si lo escuchaba—. Te aseguro que me mostrará esas fotos. ¿Y su amiga…?

—Está saliendo del estudio. Debo apresurarme, intentaré abordarla… —Colgó la llamada.

Erin entró a una cafetería. La espera por las fotos sería larga entre cambios de ropa y poses. Decidió que sería mejor tomar algo, comprar un eclair que lucía fresco y delicioso, un café y se sentó en una de las pequeñas mesas del lugar.

Sin aviso, un atractivo y alto caballero se acercó a su mesa.

—Hola… ¿Te importa si me siento contigo? —indagó, Max, y esbozó una hermosa sonrisa.

Al alzar los ojos, Erin quedó perpleja por unos segundos, deleitada en esa mirada triste, de cabello alborotado, pero perfecto. Miró a un lado, luego al otro, preguntándose si hablaba con ella o con alguien más. No quería quedar como la tonta que respondía cuando nadie le hablaba.

Luego, frunció el ceño y miró mesas vacías a su alrededor. Tuvo la impresión de comprender lo que pasaba, ya había tenido momentos como este. Los tipos atractivos y altos como él no la miraban, tampoco se le acercaban para hablar, y menos pedían sentarse con ella, por lo que intuyó que algo raro pasaba, y sintió enojo.

—Hay otras mesas vacías —respondió sin titubeos y serenidad, aunque tuviera el corazón acelerado, y regresó a su café.

—Wow, pero qué odiosa. Toda una rosa, bonita, pero con espinas.

—¿Una rosa? —volvió a mirarlo—. No, no, no soy ninguna rosa. Soy un fregado cactus. Así que, si vienes a estarte burlando, y a decirme que es más fácil pasarme por encima, que rodearme, ya está pasado de moda el chiste. Por favor, déjame tomar mi café en paz.

Max quedó boquiabierto, no se esperó esa respuesta y menos ese carácter.

—Eh… —No supo qué contestar. Las chicas no solían tratarlo de esa forma—. No sé de qué burla hablas, es que… nada más… —balbuceó, descolocado. Hasta que admitió—: No quiero tomar solo mi café.

Erin permaneció ceñuda y asintió con lentitud.

—Mira… Haz lo que quieras —Regresó a su bebida y a su celular.

Max trató de pensar en cómo comenzar una conversación con ese huracán que parecía harto de que le hicieran daño. Pudo percibirlo y no se imaginó qué habrían vivido Farah y ella. Texteó un mensaje a Rhett.

¡La amiga es un bulldog rabioso!

No sé ni cómo empezar a hablar.

En los aprietos que me metes.

Ja, ja, ja.

Entonces, Erin me impresiona.

Tú siempre sabes qué decirle a una mujer.

 

Pues esta me dijo que era un cactus, y sí que lo es.

Ja, ja, ja.

Usa la técnica de los siete segundos —aconsejó.

Será… —culminó la conversación.

 

Max miró a Erin, fijamente. No se mostró enojado, sino curioso.

Ella lo sintió y alzó la vista. Algo tenía ese hombre en la expresión, parecía que cargara un profundo dolor en esos ojos caídos.

El tiempo que permanecieron así, viéndose, a Erin le pareció eterno.

Siete segundos exactos, contó Max. Un Misisipi, dos Misisipi…, enumeró en pensamientos. Y luego, como si nada, regresó a su celular. Mas consiguió lo que deseaba, porque dejó a Erin extrañada.

—¿Eres un acosador o algo así? —preguntó siendo directa.

Max siguió la técnica de los siete segundos como indicaba el manual. Ahora debía decir algo gracioso, y luego cambiar el tema. Para Rhett y para él, las mujeres eran como niñas que variaban de estado de ánimo con rapidez.

—Estaba tratando de verte como un cactus. Ya sabes, con las espinas y todo eso —Ladeó una pícara sonrisa que desarmaría a cualquiera y volvió a su celular.




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