Hermandad de Sangre

Capítulo cinco II

Parte 2

 

                                               *                                 *                                  *

 

Su sonrisa le iluminaba el corazón y le daba una tonada alegre a su casa, la cual no se habia atrevido a llamar hogar… hasta ahora. Esto le daba miedo, Sip, el rey Maldito, el mismísimo Destructor de Todo, tenía miedo. Porque por primera vez en su historia tenía algo que perder, por esta razón le observaba todo el tiempo posible. Le gustaba verla aprender, y la forma en que se sorprendía cuando lograba hacer o entender algo que le habían enseñado.

 

Cada vez que ella le descubría observándola, provocaba que su corazón se detuviera o se acelerara al punto de que le podría explotar. Ella siempre le respondía con una tierna sonrisa, aun que rara vez la veia reír, parecía que con él no dejaba de hacerlo. Él amaba cada segundo que pasaban juntos, más cuando era ella quien le buscaba con cualquier pretexto.

 

Lucían  trato de recordar las veces que estuvo con ella en el pasado, y se dio cuenta que habían sido momentos que habia compartido con El Oscuro. Recordó que lo que para ellos habia sido un juego, se habia convertido en la derrota de uno de los reinos más poderosos de la razas de sangre.

 

Siempre estuvo en contra de la decisión del Oscuro de unirse a una Furia, pero en su interior lo envidiaba por tener a alguien en su corazón. A diferencia del Oscuro, él siempre habia sido frio y calculador, perverso, Oscuro y peligroso en realidad. Nunca tuvo nada que le preocupara, o que siquiera le interesara un poco, hasta la petición del Oscuro, ese fue el principio del fin de su mundo perfecto.

 

Podía recordarlo como si eso estuviera pasando en ese momento.

 

                                               ——                           ——                           ——

 

La noche era tranquila, la luna brillaba en lo alto del cielo. Habían tenido demasiado tiempo libre desde que habían hecho esa tregua, una tregua temporal con El Oscuro. De modo que se marcharía con su gente de las tierras oscuras, regresaría al lugar donde pertenecía. Su ejército no habia sido creado por la gran magia, que en ese momento dictaba las leyes de su mundo.

 

Cada esbirro, engendro, maldito o espectro que habia entre su gente, habia sido creado por el mismo, con barros y huesos. “Su receta especial” sabía que nadie tenía el poder que el tenia, para crear y controlar a estos seres.

 

Por ellos todo el mundo le temía, por ellos todos tambien le odiaban. Pero el decia que era parte de la fama, de todo ello lo que más valoraba era la extraña amistad con El Oscuro.

 

En ese momento estaba recostado en un extraño diván de colores oscuros, dentro de una de las carpas de su campamento, donde se encontraban cobertores y tapetes de pieles, de animales ya extintos. Estaba en la compañía de un joven sombra, a quien le habia salvado la vida una vez, y este le habia jurado lealtad.

 

Ettard hijo de Boren era su tercero al mando, pero en ausencia de su mano derecha, él se quedaba a cargo. Estaban conversando sobre tomarse un tiempo para relajarse y quiza liberar al ejército para que hiciera lo que mejor sabían hacer: devastar y matar.

 

Uno de sus sirvientes interrumpió su conversación, cuando entro abruptamente en la tienda. Estaba visiblemente alterado, se veia más pálido que de costumbre. Ettard se puso de pie, con velocidad preternatural se movió al sirviente, arrojándolo al suelo por la falta.

 

—¡Insolente!

 

El grito de Ettard hizo que el sirviente se tensara, la sombra desenvaino la espada que llevaba atada a su cintura.

 

—Mi amo y señor, el miedo me ha hecho cometer una insolencia… pero debo advertirlo de la presencia que se dirige a esta tienda.

—¿Presencia?

 

Lucían  le hizo una señal a Ettard para que dejase que el sirviente hablara, este se dio cuenta de la diversión del rey en ese momento con esa situación.

 

—Si mi señor, viaja en la forma de un Lobo.

 

La sonrisa de Lucían  desapareció.

 

—¡Largo!

—Sss.. Si mi señor.

 

El Joven sirviente salio tan rapido como entro, el Maldito se puso de pie. No le temía al Oscuro, pero queria saber cuan era la razón que lo traía esa noche, queria escucharle.

 

—Mantén a las tropas al tanto, que nadie se atreva a atacarlo o siquiera a detenerlo.

—Como ordene—. Respondió Ettard.

 




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