La Bestia |

Uno: ¿Y cómo se llama la película?

El murmullo de la gente le hizo doler los oídos, sacudiendo la cabeza con molestia mientras avanzaba fuera, sosteniendo en sus manos la ropa. ¿Cuánto tiempo había pasado? Por Dios, le dolía el cuerpo como no tenía una idea, estaba molida y todo por esa molesta cama de hospital en la que se había encontrado. Exhaló afuera, escuchando esta vez los sonidos de las bocinas de los autos, viendo el vaivén de las personas a su alrededor.

—¿Todo bien, Kira? —La voz la hizo girar un momento, negando para ver las pertenencias colgando de su brazo, sintiendo ese peso extraño en la boca del estómago.

—Voy a casa. —El muchacho intentó acercarse al verla irse, al tiempo que volvía a verlo —. A mi casa, con mi tía. No volveré nunca a ese lugar. —No regresó la mirada, avanzando a paso firme, llegando a la parada por un taxi.

Cerró los ojos un momento, aferrada a esa ropa vieja y manchada, regresando a ese momento que lo cambió todo. Qué irónica era la vida, tantos planes que lograron armar juntos, para que todo se terminara con ella yéndose por las escaleras, golpeando su cuerpo de la peor forma para casi no volver a ver la luz del sol nunca más.

Todavía tenía secuelas. Su cuerpo dolía en ciertos momentos, causando que no pudiese moverse, porque claro, haberse roto como mínimo una costilla y estar en coma por un periodo de tiempo para que su cabeza volviera a su estado normal, quizás no sería nada del otro mundo en cuanto lo viera, sin embargo, mucho le había costado esa caída, tanto que incluso deseaba devolver el tiempo para jamás haberle dejado en claro esa noticia.

¿Qué clase de monstruo era? Claro, el que siempre fue toda su vida, enamorarse de él fue la cosa más estúpida que hizo alguna vez en su vida, ahora estaba arrepintiéndose como nunca antes, deseando haber escuchado al menos las palabras de todos aquellos que le advirtieron sobre estar en una relación con ese… tonto. ¿Y para qué estaba pensándolo? Ni siquiera valía la pena darle tanto protagonismo, lo único que necesitaba en ese momento era llegar a lo que era su casa para descansar. Descansar mucho, ya que en el hospital ni siquiera pudo hacer algo como eso.

Fijó la vista en la vida de cada persona que pasaba frente a sus ojos, envidiándolos, pensando que se trataba de la cosa más perfecta en el mundo el poder verlos, anhelando sus movimientos monótonos que iban de salir a trabajar, comer, ir a la casa y luego levantarse a lo mismo, día con día, perdiéndose lo más importante, fijos entre las pantallas, recibiendo órdenes, muriendo lentamente, cosa que en el fondo no quería hacer, pero le encantaba verlos, desear un poco de eso hasta el punto de encontrar su ritmo, el punto donde trazar un camino, imaginándose mientras dejaba un tedioso trabajo de oficina.

Lo más cercano a eso era haber entrenado a personas en una cafetería donde servían café y ciertos desayunos que incluían sándwiches, jugos naturales o batidas, servicios sin gracia de los que estaba llena la ciudad.

—Señorita, son veinte dólares. —emitió el conductor en cuanto bajó del auto, empezando a rebuscar en su ropa vieja, encontrando solo dos de dieciocho que le faltaban, inclinando la mano hacia él mientras los doblaba con una sonrisa, cerrando la puerta para correr—. ¡Ey! ¡No corra! ¡Es una ladrona!—Siguió el camino, sin ver atrás, entrando en el edificio para cerrar la puerta tras de sí, mirando al portero observarla con el ceño fruncido.

—¿Está Maya? —Asintió, avanzando por las escaleras para detenerse de forma brusca, recordando al tiempo que su cabeza comenzó a punzarle con fuerza, llevando las manos allí.

—Wow, wow, ¿estás bien?—Inquirió al ver la ropa ensangrentada, apretando la mandíbula, asintiendo en su dirección.

—Sí, es… pintura. —mintió, envolviéndola en su sitio—. Voy por el ascensor. —Sin darle tiempo a continuar, caminó hacia la cabina, buscando entre sus bolsillos la receta de los medicamentos junto a las pruebas, exhalando de manera dolorosa, presionando el piso que la elevó hasta la cuarta planta, abrazándose de pronto.

Ver su reflejo contra el metal la hizo retroceder, observando esa tira en su frente y su cabello enmarañado, percatándose de las ganas de vomitar que sintió en el momento, negando al cerrar los ojos. Tenía que sacarlo, tenía que dejarlo ir de alguna forma. No podía quedarse recordando lo sucedido por más doloroso que fuera, él ya no estaba a su lado, no podría hacerle daño, al menos no si no regresaba a ese pútrido lugar del que hacía tiempo debió salir.

Empujó la puerta, encontrando un sitio bastante iluminado, lleno de plantaciones amadas que solo alguien como su tía podía cuidar sin olvidar los ciclos de cada una, dejando la llave de la maceta sobre la encimera, caminando a una de las habitaciones del lugar.

En medio del avance, un mareo repentino la azotó, instalándose en su vientre un dolor extraño, doblando su cuerpo en dos, buscando respirar con calma allí, soltando un quejido. ¿Por qué tenía que seguir pasando? Ya era mucho tiempo, demasiado si contaba un poco atrás.

—Por favor, por favor. —Tomó una respiración, comenzando a calmarse de a poco, percatándose que el efecto comenzaba a irse, posando las manos en las paredes para llegar al baño, expulsando todo allí, aunque realmente no había probado un solo bocado desde que le dieron el alta, ya cansados de ella.

La presión en su cabeza le hizo doler, tocando el punto para sollozar fuerte, cayendo de rodillas en el cuarto de baño hasta sentir las lágrimas derramarse por sus mejillas, derrumbándose una vez más, esta vez sin poder evitar que aquello la consumiera por completo, recostada en forma fetal mientras los recuerdos la azotaba ahí, con fuerza, como si estuviesen golpeándola una y otra vez.




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